Image: Piezas secretas contra el mundo

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Novela

Piezas secretas contra el mundo

Carlos Labbé

23 mayo, 2014 02:00

Carlos Labbé. Foto: Contextos

Periférica. Cáceres, 2014. 224 páginas, 17 euros

Esta nueva obra del chileno Carlos Labbé (Santiago, 1977) se presenta como novela ecológica, carta de amor y crítica política. Tiene, además, mucho de experimento expresivo y formal: persigue un "decir nuevo", ajustado a los convulsos tiempos que corren, y propone otras posibles lecturas por itinerarios guiados. La valentía del reto explica tanto las bondades como los defectos de esta alambicada obra, ambientada entre Noruega y la parte austral de Chile.

El argumento: una comisión académica encarga a un experto la revisión de una carpeta que contiene el guión de una creadora de videojuego acusada de ser la causante del incendio en una biblioteca de una universidad noruega. Este inspector (acompañado del lector) elabora su informe, tratando de desentrañar significados ocultos en los distintos niveles y etapas de la aventura cibernética. Se vale también de su extensa cultura clásica grecolatina. El videojuego habla sobre todo de la devastación del planeta ("sobreutilizado y deshecho"), de bosques quemados y aguas contaminadas. Su creadora lo ambienta en un ficticio "Albur", entorno de una factoría salmonera real del extremo sur de Chile, donde las malas prácticas y la competencia han acabado con la vida. Sabremos más tarde que esta fue, históricamente, una región de puro exterminio. Labbé consigue transmitirnos, en su minucioso detalle observador, con ritmo lento y demorado, sensaciones físicas de frío, humedad, enfermedad, dolor, masas de agua o madera quemada. Su novela tiene fondo reflexivo y filosófico y alcanza tramos sugerentes y poéticos. Es una alegoría de un mundo contemporáneo donde lo virtual no sólo ha tomado posesión de la sólida y antigua realidad, sino que se fragmenta a su vez en virtualidades casi infinitas y opciones posibles, de modo que la supuesta visión global no es otra cosa que desconcierto, múltiple ceguera y anestesia de nuestra capacidad de alarma.

Labbé, como su contemporáneo mexicano Federico Guzmán en Será mañana, lamenta que hoy las rebeliones se queden en rabieta estéril. El inspector-narrador y el lector se asoman también al diario de la adolescente Alma (frío, devastación, violencia interior y exterior), y al desamparo amoroso de la acusada del incendio una vez que ésta ha huido al Chile austral sin que la acompañe su pareja noruega. Por desgracia, Carlos Labbé estira tanto su experimento de rutas posibles, conexiones y desconexiones, totalidades y fragmentos, que termina fatigando al lector que lo acompañaba en la larga búsqueda de la acusación o absolución de su comprometida heroína.