Image: Constance

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Novela

Constance

Patrick McGrath

28 febrero, 2014 01:00

Patrick McGrath. Foto: Carlos Miralles

Traducción de Javier Calvo. Random House. Barcelona, 2014. 424 páginas, 19'90 euros

Los aficionados a la narrativa de McGrath (Londres, 1950) aprecian su capacidad para bucear en las motivaciones de la conducta humana, de esa necesidad de explicar por qué sentimos lo que sentimos y la manera en que nuestra conducta influye en los demás. El contacto con los seres queridos o con los compañeros de trabajo suele activar un dispositivo sicológico universal: cuando nuestros valores o convicciones se ven atacados, solemos convertirlos rápidamente en sentimientos, y enseguida se constituyen en una fuente de conflictos. En vez de contrastar las opiniones, los valores, emprendemos una confrontación visceral. McGrath es un maestro, como lo fue Patricia Highsmith o Alfred Hichcock en el cine, en ralentizar ese momento en que surge la tensión anímica. Para ello tiende a sus personajes en el diván de la novela psicológica, y desmenuza sus conductas con la capacidad de un verdadero artista, observador del interior humano. En este caso de sus dos protagonistas, Constance y Sidney.

Personajes atractivos, una joven editora y un maduro profesor inglés, que viven en Nueva York durante los años 60 del pasado siglo. Se encuentran en una fiesta, y antes casi de intimar contraen matrimonio. El nombre de ella, Constance, constancia, resulta irónico, pues se trata de una persona inestable, dubitativa. De su trabajo de editora casi no sabemos nada, tampoco del empleo de Sidney como profesor universitario, pues sólo lo observamos dedicado a escribir un libro sobre el conservadurismo, que redacta a trancas y barrancas. El académico es un hombre práctico, sensato, cuyo amor emana de la satisfacción producida por la protección que concede a una persona débil. Mc Grath dice que el sexo entre ambos funciona bien, con lo que el narrador se centra en analizar la conducta de Constance.

Enseguida conocemos también a su hermana Iris, una chica vivaracha, aficionada a los hombres y al alcohol, destinada a estudiar medicina. Objetivo imposible de alcanzar con su escasa predisposición para el trabajo. Constance siempre ha hecho de madre para ella. Con estos hilos argumentales el autor trenza la interacción de una mujer sin mayor fuerza anímica, si bien apoyada en la solidez del marido, con su hermana menor, perdida en la búsqueda de su identidad personal. Son dos personajes a la deriva en la sociedad neoyorquina de la época de Kennedy.

El pasado, la extravagante casa donde crecieron en el norte del estado y su padre, un médico jubilado, ancla levemente sus vidas. La fragilidad de ese amarre emocional se manifiesta cuando conocemos al padre viudo, un hombre frío, que se relaciona con las hijas con una falta de calor anglosajona. Este ser amargado, hundido en la rutina, que siente como su propiedad, sus relaciones, su existencia, se desmoronan al tiempo que su salud. Y es entonces cuando este señor decide contarle a Constance el secreto de su vida: que ella no es su hija. El efecto de la confesión en la quebradiza personalidad resulta devastador. Una posterior pesquisa le permite descubrir que su madre había tenido trato amoroso con un empleado de la casa, el marido de la guardesa, su padre, quien murió en circunstancias extrañas.

La novela a partir de este momento añade, pues, un elemento trágico, y una complicación anímica adicional. El padre, Morgan, tan distante, resulta ser, en principio, una víctima de las circunstancias, de la traición de su mujer. Sin embargo, los asuntos humanos jamás resultan tan sencillos de explicar. La madre, en realidad, era como Constance una persona delicada, sensible, indecisa, necesitada de apoyo, de alguien que la llevara de la mano, pero su marido, debido a sus obligaciones de médico, pasaba la mayor parte del tiempo fuera de casa. Y McGrath nos conduce por este laberinto emocional, sin permitirnos el apoyo de los lugares comunes de la sicología, andamos huérfanos de Freud.

Las reacciones de los personajes nada tienen que ver con el funcionamiento del consciente o del subconsciente, como en los maestros clásicos de la novela sicológica, Tolstoi y Dostoyeski, sino con las simples reacciones humanas del trato con los padres, con los hermanos, en un espacio familiar, un verdadero potro de tormento para estos personajes.