Novela

Una vida en la calle

Jordi Ibáñez Fanés

25 enero, 2007 01:00

Jordi Ibáñez. Foto: Rodríguez Tous

Tusquets. Barcelona, 2006. 264 páginas, 18 euros

Se insiste de modo machacón en que la novela hoy se ha rendido a las exigencias del consumo popular. Sin negar la mayor, suele olvidarse que también se edita una narrativa seria y sin concesiones al lector superficial. La lista de estas obras recientes sería larga, y en ella ocupa un lugar destacado Una vida en la calle, de Jordi Ibáñez.

El profesor barcelonés Jordi Ibáñez alimenta esta primera novela suya con materiales ensayísticos y filosóficos que manipula con destreza para alumbrar un texto auténticamente narrativo. El relato cuenta una historia personal de línea externa muy sencilla. Un hombre casi anónimo (una sola vez recibe nombre, el mismo del autor) recorre la Rambla Cataluña y hace escala en varios establecimientos durante una tarde de septiembre. A primera hora de la noche cierra esa anécdota común tomando un taxi. Tales tiempo y espacio concentrados disparan un torrente monologal y el texto que leemos surge de la estrecha asociación de tres momentos: aquella tarde situada en las fechas del Fórum, el múltiple pasado no muy lejano que se rescata y un presente simultáneo de la imaginaria escritura.

He apuntado estos datos para contextualizar el gran rasgo del texto: la densidad reconcentrada de una aventura mental explayada entre innumerables datos veristas. Estamos ante una implacable argumentación confesional en la que Jordi da vueltas y revueltas a su conciencia atormentada con el propósito de esclarecer lo que él llama los dibujos o las líneas de la vida, suyos y de nuestra especie. De tal exploración sale un discurso complejo, meándrico, plagado de observaciones de la realidad y de valoraciones morales, de materiales especulativos sobre arte, literatura o filosofía, que constituyen verdaderos ensayos.

Además es un discurso que se sabe discurso, que tiene conciencia de rescatar las experiencias para ponerlas por escrito tras haberlas convertido en motivo de análisis. Esta característica se materializa mediante un estilo de aire conversacional, pero muy retorizado. Abundan los juegos verbales y las figuras de dicción, conviven cultismos rebuscados con expresiones coloquiales, y la verborrea incontenida se despliega también entre una ironía sutil.

Monta Ibáñez una prosa compleja y muy cuidada (salvo por un incorrecto "andara"), aunque no difícil, como cauce del todo oportuno y original para dar salida a la mente en constante efervescencia del protagonista. éste, en sí mismo, es también un buen tipo literario, una persona obsesiva, de humor cambiante, lúcido y desequilibrado, y misántropo. La buena correspondencia de dicho estilo y de un tipo singular cuya caracterización se lleva hasta un extremo peligroso se conjugan para la exposición crítica de una problemática trascendente: la religión, la Iglesia, la muerte, el poder, el arte, la escritura o el amor.

Estas cuestiones apuntan a unas inquietudes individualistas propias de un ser ensimismado, egoísta y egocéntrico, como el tal Jordi, y durante buena parte la novela parece llevar un rumbo de intimismo excluyente. El final, en cambio, da un giro imprevisto y encamina la historia entera hacia una reflexión casi social. Si no entiendo mal la intención última de la novela, Jordi sigue encarnando un carácter acuñado por la literatura existencialista, el hombre perdido en el mundo y sin una identidad firme, y además asume un papel de conciencia crítica. En esta dirección apunta la historia de un médico judío víctima del terror nazi que cuenta un vagabundo. Esa tragedia habla con emocionante intensidad -aislado, es un pasaje espléndido- de la condición humana, pero no en abstracto sino en el marco concreto de la "modernidad burguesa y europea", del "teatro de marionetas" que es la democracia. El hasta ahora poeta y ensayista Jordi Ibáñez se descubre con Una vida en la calle como narrador de primera categoría.