Image: Autobiografías ajenas

Image: Autobiografías ajenas

Novela

Autobiografías ajenas

Antonio Tabucchi

4 mayo, 2006 02:00

Antonio Tabucchi. Foto: Santi Cogolludo

Traducción de Carlos Gumpert. Anagrama, 2006. 200 páginas, 13’50 euros

Cuenta el autor de Muertes de perro que al final de una conferencia pronunciada en Nueva York se le acercó un periodista de Nicaragua, donde Francisco Ayala nunca había estado, para sorprenderlo con este elogio: "Pero ¡qué bien conoce usted mi país! Yo puedo ponerle su nombre real, sin equivocación, a cada uno de los personajes de su novela".

Algo parecido, si bien con menos agradables consecuencias para el escritor, le había sucedido a Vicente Blasco Ibáñez con La voluntad de vivir, que tuvo que dejar inédita al descubrir cómo en el círculo de sus íntimos su lectura había causado desolación. Todos habían reconocido en la figura del protagonista un trasunto puntual del doctor Luis Simarro, a quien admiraban, y no salía muy bien parado del envite novelesco. Las protestas de Blasco Ibáñez en el sentido de que nunca había pensado en el personaje real para crear el Enrique Valdivia de la ficción no sirvieron de nada, de modo que la única salida posible fue destruir la ya avanzada edición de La voluntad de vivir que vería la luz por vez primera casi medio siglo después.

Semejante forma de proyectar intencionalmente sobre un texto novelístico identidades propias o ajenas pertenecientes al universo real constituye una posibilidad de lectura más frecuente de lo que se podría pensar. Si el poeta nos plagia, también lo hace el novelista, y Antonio Tabucchi aporta magníficos ejemplos de ello en este libro titulado precisamente Autobiografías ajenas. Esta brillante paradoja sirve para explicar la experiencia que vivió cuando uno de los lectores de su novela Si sta facendo sempre più tardi (Se está haciendo cada vez más tarde: novela en forma de cartas, Anagrama, 2004) le escribe: "Usted, sin conocerme, se ha disfrazado de mí para hablar de sí mismo". También se incluye aquí una airada carta en la que un médico italoamericano que se había relacionado circunstancialmente con el propio Antonio Tabucchi se siente plagiado en la figura de Spino, el personaje de Il filo dell'orizzonte, pero con una peculiaridad especialmente ominosa: el novelista "transfería a mi imagen (detallada hasta en sus rasgos fisiognómicos) lo que le era propio: su resentimiento, sus melancolías, su impotencia para comprender lo que sucedía" (página 71).

Así como Umberto Eco puso en letra de imprenta sus apostillas a Il nome della rosa, e hizo de este modo una pirueta sobresaliente y posmoderna útil para explicar los intrínguilis creativos, el también profesor universitario Antonio Tabucchi nos entrega ahora una serie de escritos de variada lección que iluminan determinados aspectos de sus dos novelas ya mencionadas así como de Réquiem, Sostiene Pereira y Dama de Porto Pim.

Quiere ello decir que Autobiografías ajenas será leído de modo muy distinto por quienes conozcan esas obras y por quienes no lo hayan hecho todavía. No creo, sin embargo, que para estos últimos el libro sea ininteligible o carezca de interés. Incluso su carácter de "poética a posteriori" que, en el espíritu de Joseph Conrad, su autor le atribuye puede hacer de él la mejor guía para iniciarse en la lectura de toda su obra. Cuestiones de principio como el estatuto de la realidad y la ficción, el pacto autobiográfico y el pacto novelesco, la oralidad, la escritura y la "aloglosia" o "alofonía" que el escritor italiano experimenta por su intensa vinculación con la lengua y literatura portuguesas constituyen los asuntos centrales de estas páginas, sólo levemente teñidas por la teoría literaria narratológica o psicoanalítica. Resulta muy reconfortante encontrar en boca o pluma de un escritor singular el reconocimiento de la apertura sustantiva de la obra literaria, que Tabucchi resume así: "Un libro es un pequeño universo en expansión" (página 109). Nada extraño, pues, que sus elucubraciones se fundan fácilmente con la sombra incitante de Luigi Pirandello y Fernando Pessoa.