Novela

La senda del drago

José Luis Sampedro

13 abril, 2006 02:00

Plaza & Janés. Barcelona, 2006. 336 páginas, 19'90 euros

La ya extensa obra narrativa de José Luis Sampedro, que incluye desde novelas "realistas" como Congreso en Estocolmo o El río que nos lleva hasta relatos históricos (La vieja sirena) o de marcada estirpe galdosiana (Octubre, octubre), desemboca ahora en una obra cuyo planteamiento inicial es el de la novela alegórica.

La primera parte de La senda del drago es, en efecto, una historia apoyada en la fecunda imagen literaria de la vida como navegación, presente durante siglos en multitud de textos literarios que van desde el Eclesiastés o san Juan Crisóstomo hasta Horacio y Virgilio, desde san Agustín o Dante a fray Luis de León y Ortega y Gasset. Martín Vega, un oscuro funcionario de una organización internacional y narrador de la historia, navega en el navío "Occidente" -es destacable la naturalidad y la pericia con que las primera páginas introducen este motivo básico-, desde el cual se divisan otros, de distinto tonelaje, como los llamados "China", "Islam" o "Indo", todos ellos "trenzando el tapiz de la Humanidad en marcha" (p. 16). En el navío "Occidente", que cruje amenazadoramente sin cesar, como si sus mecanismos y articulaciones estuvieran a punto de romperse, Martín conoce a Osuna -que al momento declara su opinión según la cual el mundo actual es la Nave de los Locos-, e inmediatamente, desde sus primeras conversaciones, nos introducimos en lo que suele llamarse una novela "de ideas". Los nombres de Spengler, Fukuyama o Ibn Jaldún apoyan los argumentos iniciales y las primeras críticas contra la globalización, que han sucedido a los antiguos bloques religiosos: "Hoy mandan las grandes empresas globalizadoras, imponiendo una ideología económica del siglo XVIII" (p. 33). La aparición posterior del doctor Kolhaas, en los días en que el mundo espera un ataque inmediato a Irak por parte de las tropas norteamericanas, permite introducir nuevas ideas basadas en el misticismo oriental y, al mismo tiempo, desarrollar contundentes diatribas contra la política de la "guerra preventiva", el atroz destino del pueblo kurdo, las inmigraciones, la "tecnobarbarie, quebrantadora de la civilización" (p. 175), la pérdida de valores en Europa, que "ha caído en la indignidad y ahora se pone servilmente a los pies del nuevo Emperador de Occidente" (p. 120).

La segunda parte posee mayor sustancia novelesca, porque abandona el estatismo de la primera y sitúa a Martín Vega en Tenerife, como funcionario de una oficina abierta en Canarias por la Organización Mundial del comercio. El descubrimiento de la isla, de una vida plácida cuyos valores se simbolizan en el impulso ascensional de Teide y en la fuerza de la hierba humilde que forma el majestuoso drago, da paso a una historia con elementos autobiográficos -pero esto es lo de menos-, en la que es central la aparición de la sobrina de Kolhaas, Runa Lindquist, y a la relación amistosa que desde el principio se establece entre ella y Martín, cuya progresiva maduración se orienta al propósito de combatir desde dentro -convirtiéndose en una termita- el destructivo sistema neoliberal que está envileciendo el mundo. El análisis detallado de la relación amistosa entre Martín y Runa, paralela a sus recorridos por el paisaje tinerfeño -muy bien visto e interpretado-, constituye un notable relato psicológico, extraordinariamente medido, que no obtura, sin embargo, la sensibilidad de los personajes, recluidos gozosamente en el estrecho círculo de su relación personal pero atentos al caos del mundo exterior, frente al cual la isla se convierte en una especie de refugio paradisíaco, aunque, como reconoce Martín, "cada vez quedan menos tenerifes en el mundo" (p. 439), y las grandes decisiones económicas, las grandes inversiones, se imponen "obedeciendo a la lógica mercantil del dinero y no a los intereses vitales de la Humanidad". Las conocidas posturas de Sampedro, su encono contra el mercantilismo de nuevo cuño y su tenaz defensa de los desfavorecidos, reaparecen una y otra vez con la rotundidad de las convicciones profundas y delatan una visión desoladora de la sociedad humana actual.

Todo esto, que es un motivo esencial en La senda del drago, no oscurece, sin embargo, lo que me parece más logrado de la novela. Es como un fondo enérgicamente trazado sobre el que se proyecta toda la segunda parte, con la hermosa historia de amistad y amor que la ocupa y que está llena de delicadeza.