Image: La conjura contra América

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Novela

La conjura contra América

Philip Roth

22 septiembre, 2005 02:00

Philip Roth. Foto: Nancy Craptom

Traducción de Jordi Fibla. Mondadori. Barcelona, 2005. 496 páginas, 21 euros

Desde su primer párrafo, esta novela de Philip Roth deja sentado cuál será su estructura y temática. Se trata de las memorias que un adulto norteamericano y judío nos ofrecerá acerca de su infancia gobernada por un doble temor, nacido de su raza y de un hecho ficticio: Charles A. Lindberg presidente de los Estado Unidos.

Cuando se nos dan más datos acerca del muchacho y de su familia, La conjura contra América llega a parecernos un texto autobiográfico, pues el protagonista se llama Phillie Roth, nació en 1933 y creció en Newark. En todo caso, es fundamental esa dualidad de perspectivas entre el niño ingenuo, que no siempre comprende lo que le está sucediendo en su bildungsroman, y el adulto escritor, que cabría identificar con el propio novelista y que posee una visión madura de lo acontecido.

Porque la narración se limita a tres años, de 1940 a 1942, y en ellos se manipula la historia real mediante el expediente de situar al famoso piloto como candidato republicano a las elecciones, hacerlo vencer por amplia mayoría a Franklin D. Roosevelt y convertirlo en aliado implícito de Hitler, a quien admiraba y por quien había sido condecorado. Ciertamente, Lindbergh había visitado la Alemania nazi, había hecho imprudentes declaraciones acerca del III Reich y, en su país, encabezaba el movimiento "América primero" partidario del aislacionismo norteamericano en la guerra, considerada un conflicto puramente europeo, cuando no "una guerra de judíos".

El gran reto que Roth afronta en esta novela resulta, pues, de esa mixtura entre un poderoso caudal autobiográfico y el juego de una ficción histórica que finalmente reconduce para que las cosas terminen como en la realidad: Roosevelt es reelegido presidente en noviembre de 1942 y entra en la guerra. Para ello es necesario, eso sí, retrasar un año el ataque japonés a Pearl Harbor. Ese regreso a la Historia se produce mediante una peripecia un tanto peregrina, que da lugar a tres versiones acerca de lo sucedido, y provoca un intento de golpe de estado del vicepresidente Wheeler, otro personaje histórico mistificado.

Philip Roth se caracteriza por una visión del mundo judío entreverada de sintonía y repulsión a la vez, y en esta novela no contradice semejante actitud. Nos proporciona una reconstrucción nostálgica de la vida en la judería de Newark donde lo que más importa son las vivencias de un niño que luego se verán mediatizadas por el devenir de la Historia (ficticia). En este sentido, en el seno de su familia hay judíos honrados, farsantes o incluso colaboracionistas con la política de Lindberg, que llega al verdadero progromo. Algunos de sus retratos son verdaderamente magistrales, como el de su primo Alvin Roth, que pierde una pierna luchando contra los nazis en el ejército canadiense y luego se transforma en un gánster, o sobre todo, el de su padre Herman. En la obra del escritor menudean figuras de padres fracasados, y Herman en cierto modo lo es, pero ante los ojos de su hijo, y presumiblemente de los lectores, es un auténtico héroe de la resistencia, de la denuncia y de la oposición contra el fascismo desde una posición democrática genuina que puede parecer, incluso, un tanto ingenua. Lo que Herman representa no es el arquetipo de un honrado padre judío, sino de un norteamericano que cree en su país, en su constitución, en sus leyes y en sus valores.

La conjura contra América es, antes que otra cosa, una novela política, no solo por esta exaltación del anónimo héroe demócrata, sino también por su denuncia de la mercadotecnia electoral y otras manipulaciones del sistema. El Lindberg que aquí se nos pinta consigue barrer a todo un Roosevelt tan sólo con tres o cuatro ideas simples, lacónicamente explicadas, con su facha de joven piloto intrépido y el recurso de recorrer el país en avión para transmitir su mensaje personalmente de aeropuerto en aeropuerto. Pero se me figura que no menor interés tiene para Roth denunciar la latencia de pulsiones colectivas indignas, como el racismo, que él, mediante un experimento de laboratorio literario con la Historia, ceba en su propia estirpe.