Manuel Cruz. Foto: Pau Venteo.

Manuel Cruz. Foto: Pau Venteo.

Ensayo

'Resabiados y resentidos', de Manuel Cruz: cómo pensar la política en tiempos de desencanto y antipolítica

El filósofo y político reflexiona en un nuevo ensayo sobre la atmósfera de resentimiento que define la crisis política, social y generacional en España.

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Publicada

1977, umbral de la historia contemporánea española (recordemos el “desencanto”), pero también global, es el año en el que Raymond Williams acuña su concepto “estructura de sentimiento”, “algo” que no es exactamente una ideología formal ni una doctrina explícita, sino más bien un tono emocional y afectivo compartido por una generación o grupo social en un momento histórico.

Resabiados y resentidos

Manuel Cruz

Galaxia Gutenberg, 2025. 465 páginas. 27,90 €

Lo interesante es su carácter ambivalente, una atmósfera sentimental que puede ser trabajada políticamente más allá de maximalismos no verosímiles.

Digamos de entrada que uno de los puntos de interés del último ensayo de Manuel Cruz (Barcelona, 1951) radica en su tentativa de sondear el específico clima afectivo de una actualidad, la nuestra, que parece haber abandonado las gramáticas genuinamente políticas, esto es, de sentido colectivo.

Y que viene retratada en la bibliografía teórica reciente, sobre todo, por el uso y, quizá, abuso de un concepto tan seductor como difuso y transversal: resentimiento.

Estructura, pues, de (re)sentimiento, pero también de cinismo resabiado en lo teórico, pues nuestro tiempo apenas parece ya comprenderse en otros términos que los de un realismo derrotista, sobre todo si uno sigue comprometido con lo que queda de tradición moderna en el pensamiento emancipador.

Viniendo de alguien como Cruz, curtido en la práctica intelectual en el “nódulo [Manuel] Sacristán” y el magisterio humanista de Emilio Lledó, una rica herencia vertebrada en torno a un habitus antidogmático y un modelo republicano de ciudadanía democrática, el diagnóstico merece atención.

En parte, por su voluntad de actuar –“acción”, un concepto siempre decisivo en el autor– con el propósito ilustrado de mejorar, también como puente entre diferentes generaciones, los marcos deliberativos de la sociedad civil y su deteriorada conversación pública.

En su cartografía Cruz busca entender las causas profundas de lo que cabría denominar “desconexión de la seducción izquierdista”, particularmente bajo su ala socialdemócrata, en la estructura afectiva actual, pero también del estupor contemporáneo.

Vincula, algo que no me parece tan evidente, el populismo regresivo de la nueva derecha con las “batallas culturales” de la agenda woke, que en ocasiones parece más un chivo expiatorio y una cómoda abstracción que un objeto de explicación.

¿No debemos entender la actual crisis política de la representación y su malestar desde nuevas categorías analíticas?

Pues posiblemente, para pensar bien hoy, como sostenía el materialista Brecht frente al idealista Lukács, “más vale empezar por lo malo nuevo que por lo bueno viejo”.

El ensayo se mueve en el espinoso escenario que va de la crítica de la crisis a la crisis de la crítica

El ensayo se mueve en el espinoso escenario que va de la crítica de la crisis a la propia crisis de la crítica; es allí donde las preguntas, fuera de toda nostalgia son fructíferas: ¿qué función desempeña el intelectual democrático cuando se pierde el sentido moderno de lo histórico y el presente es omnipresente?, ¿cómo hacer política sin ceder a los tiempos acelerados de la demagogia, la antipolítica y el “individualismo hegemónico”?

¿Puede la “rabia sin objeto” del resentimiento –“víctima y culpable a la vez”– ser revertida o supone un límite sanitario para una articulación sociopolítica más “sana”? ¿Cabe pensar en otro sujeto moderno que no sea el que ha terminado produciendo esta fenomenología múltiple de pasiones tristes?

Ante este carácter monstruoso de nuestro interregno, el lector agradecerá el tono digresivo y moderadamente esperanzado –algo pesimista en la inteligencia, pero optimista en su voluntad–.

Quizá la modernidad fue un “espejismo” que hoy arroja un saldo de decepciones, pero se trata aún de un horizonte de lo posible del que no podemos renegar si queremos luchar contra esa barbarie que solo encuentra ya sentido en resentirse del tiempo. “Aprender a vivir juntos de nuevo”.