Participantes de la primera Semana Marxista del Trabajo, germen de la Escuela de Frankfurt, en 1923

El crítico británico Stuart Jeffries repasa en Gran Hotel Abismo (Turner) las vidas de los miembros más importantes de la escuela alemana con el fin de explicar las fuentes de su pensamiento. Una filosofía que hunde sus raíces en los postulados marxistas con la intención inicial de destruir un capitalismo del que fueron acusados de ser cómplices.

Dice Stuart Jeffries (Wolverhampton,1962) que todos los libros disponibles sobre la Escuela de Frankfurt son o bien demasiado académicos o bien, y a menudo a causa de lo anterior, no acaban de captar el contexto social e intelectual en el que surgió la que quizás sea la última gran escuela filosófica europea. "No soy alemán, ni judío, ni tampoco académico, por lo que, en principio, estoy triplemente no cualificado para escribir este libro", dice el autor inglés. Esas tres características están cuidadosamente elegidas por el antiguo subeditor de The Guardian, que afirma que, hasta la fecha para escribir sobre el tema parecía casi una obligación ser "al menos una, quizás dos, y ocasionalmente las tres cosas". Es, pues, la suya, la perspectiva de un outsider.



Lo primero que llama la atención del ensayo es su título. Con Gran Hotel Abismo se quiere enmarcar a una generación que, aunque atravesó las más terribles marejadas del siglo pasado -y no superficialmente-, apenas salió del cuarto de pensar si no fue para impartir una conferencia. El título remite a una de las muchas anécdotas jugosas que se cuentan en el libro: la de cierta acusación de Lukács a Adorno y a sus "chicos", a quienes afeó el hecho de haberse instalado en el "hotel Abismo", un hotel equipado, dijo, "con toda clase de lujos, al borde de un abismo, de la vacuidad, del absurdo". La contemplación diaria del abismo, añadía con sarcasmo el filósofo húngaro, "entre excelentes comidas y divertimentos artísticos, sólo puede sublimar el disfrute de las sutiles comodidades ofrecidas".



Lukács los acusaba (comparándolos con Schopenhauer) de haberse pasado la vida observando ese despeñadero desde una distancia prudencial y hasta con algo de perverso placer; los acusaba, en definitiva, de falta de compromiso, en su caso contra el avance del capitalismo global.



La inutilidad de la filosofía

Hay que recordar que corría el año 1969. Con la Nueva Izquierda y los estudiantes casi en armas de Berkeley a Berlín, con la policía atajando violentamente en Estados Unidos las protestas contra la Guerra de Vietnam, los teóricos de Frankfurt -excepto Marcuse- prefirieron pensar a pasar a la acción. Como sintetiza Jeffries, "para Adorno el pensamiento era el acto verdaderamente radical, y no las sentadas y las barricadas".



Pero Jeffries no cree justificado el ataque de Lukács. Basta recordar, dice, de dónde venían los miembros de la Escuela de Frankfurt de entonces para ver que no andaban escasos de vivencias: eran casi todos judíos alemanes que se habían convertido en refugiados durante el nazismo y por último en supervivientes del Holocausto. "La acusación era injusta -opina el ensayista-, pero da en el núcleo de los ataques tradicionales de los marxistas a la inutilidad de la filosofía". Se refiere a la famosa llamada a la acción de Marx: "Los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo de diversas maneras; de lo que se trata es de transformarlo".



Otro eminente marxista, Bertolt Brecht, los llamaba desdeñosamente los "Frankfurturistas", y llegó a acusarlos de apuntalar el sistema contra el que decían combatir. "Según Brecht, perpetraban un truco de prestidigitación burgués, al figurar como instituto marxista y al mismo tiempo insistir en que la revolución ya no podía depender de la insurgencia de la clase obrera, negándose a participar en el derrocamiento del capitalismo", señala Jeffries.



Esta tensión se vio el día en que un grupo de estudiantes interrumpió una conferencia de Adorno, para escribir en la pizarra: "Si dejamos en paz a Adorno, el capitalismo nunca desaparecerá". Otro día, los activistas destrozaron el cuarto de un joven que prefirió estudiar a manifestarse. Adorno acusó a aquellos estudiantes de ejercer una coacción moral utilizando la practica (frente a la teoría) como pretexto ideológico. Fue lo que Habermas, otro ilustre de la Escuela, llamó "fascismo de izquierdas". Adorno llegó a compararlo con el autoritarismo que surgió en la Alemania nazi y en la Rusia estalinista. "Adorno estaba en lo cierto en su escepticismo con respecto a los estudiantes", comenta Jeffries. "Después de todo, la mayoría de sus sueños no llegaron a hacerse realidad".



Recorre el libro la figura tutelar de Walter Benjamin, que ayudó a los de Frankfurt a entender su tiempo como ahora nos sirven ellos -y por supuesto Benjamin- para entender el nuestro. "Así como Benjamin miró al París de 1860 para entender el nacimiento del capitalismo consumista, para comprender la enfermedad espiritual del siglo en el que él vivía, nosotros podemos leer los mejores trabajos de la Escuela de Frankfurt para entender nuestras actuales afecciones", explica el autor a El Cultural.



Quien escribiera en El libro de los pasajes: "Lo moderno, el tiempo del infierno" supo ver, continúa Jeffries, que "los bienes de consumo, los artilugios y las innovaciones tecnológicas que nos hechizan actualmente, pasarán de moda, dejándonos atrapados como Sísifo en la búsqueda de otras cosas nuevas con que satisfacer nuestros degradados anhelos". Y así una y otra vez, en "una repetición infinita", en lo que Max Pensky, discípulo de Benjamin, llamó el "infierno de la irrealización". "Una razón por la que no deberías actualizar tu iPhone".



La principal intención del autor con este libro fue, cuenta, analizar cómo los grandes eventos históricos del siglo XX afectaron al pensamiento de la Escuela de Frankfurt. Y para ello se sumergió en sus biografías, expedición de la que emerge una interesante paradoja: estos grandes pensadores neomarxistas provenían todos, salvo alguna ocasional excepción, de familias de ricos industriales judíos cuyos negocios se habían visto ampliamente beneficiados por la eclosión del mismo sistema que ellos querían derrocar.



El dinero sucio de tu padre

Esta paradoja alcanza el nacimiento de la Escuela, que se financió con el dinero del padre de uno de sus fundadores, Felix Weil. "Weil convenció a su padre, uno de los especuladores financieros más ricos del mundo en los años veinte, de que financiara un Instituto marxista cuya misión original era analizar por qué había fracasado la revolución alemana de 1919 e, idealmente, reflexionar sobre cómo el capitalismo podía ser derrotado", relata Jeffries, que ve aquí "una lucha edípica entre hijos y padres". Hijos que se negaron a continuar la tradición empresarial familiar pero que, gracias a ella, tuvieron acceso a la mejor educación y pudieron desarrollar brillantes carreras académicas. "Bueno -concluye Jeffries-, si tú eres marxista e hijo de un rico capitalista, no tienes por qué pensar que está necesariamente mal coger el dinero sucio de tu padre y gastarlo en teorizar sobre la revolución. Yo, en su lugar, habría hecho lo mismo".



@albertogordom