Ensayo

El occidente escindido

Jörgen Habermas

23 marzo, 2006 01:00

Jörgen Habermas. Foto: Archivo

Traducción de José Luis López de Lizaga. Trotta. 2006. 189 págs, 13’50 euros

Tras la elaboración de su monumental teoría de la acción comunicativa, glosada paralelamente por él mismo en una serie de trabajos autointerpretativos del mayor interés, Jörgen Habermas parece haberse concentrado en un terreno distinto, menos convencionalmente académico: el presente y sus tensiones constitutivas.

Sus recientes libros sobre el auge de los micronacionalismos, la emergencia de identidades posnacionales, las dificultades con que tropieza el sinuoso proceso de unificación de Europa o los retos a que ha de hacer frente hoy el estado así parecen acreditarlo. Los "pequeños trabajos políticos" que componen este volumen vuelven sobre algunos de estos temas, aunque desde una perspectiva nueva, marcada por los sucesos del 11 de septiembre de 2001 y sus costes de todo tipo, entre los que figura muy centralmente, según el autor, la escisión que en su estela desgarra hoy a Occidente.

Como bien podrá suponerse, hablar de un "Occidente escindido" es hacerlo de terrorismo, de guerra y paz, de fundamentalismos, de globalización, de la función de las organizaciones internacionales, pero también de la actual política de los Estados Unidos, tendente, desde un unilateralismo hegemónico, a "instaurar un orden mundial estadounidense saliéndose de las vías reformistas de la política de los derechos humanos de las Naciones Unidas". No hará falta subrayar lo intenso del rechazo de dicha política de gobierno por parte de Habermas...

Dos tesis de fondo vertebran el libro, confiriéndole una indudable unidad temática. Una de ellas, relativa a Europa, afirma la necesidad de que ésta asuma nuevas responsabilidades políticas más allá de todo eurocentrismo, de toda conciencia de superioridad sobre los "otros" o de toda violencia real o simbólica. La otra afecta al derecho internacional y sus instituciones, especialmente la ONU, que deber ser, en opinión de Habermas, a un tiempo reformadas y transformadas en el espíritu de la tradición kantiana, que es aquélla por la que, tras una productiva dedicación al legado de Hegel y Marx, parece haberse decantado Habermas.
En cuanto a Europa, Habermas se une sin fisuras a cuantos han ido argumentando, tras los sucesos de Iraq y el debate sobre las guerras "preventivas", que la única alternativa, en plena crisis de todas las instituciones que venían garantizando un cierto orden mundial -una crisis en la que ni siquiera Europa ha podido manifestarse con una única voz, con una voz propia "en la polifonía de sus naciones"- es construir una Europa sólida, una Europa de los ciudadanos, de unos ciudadanos cuya identidad política se forma en una esfera pública transnacional, capaz de elaborar una política común que dé respuesta a los desafíos actuales, pero capaz también de conquistar su propio espacio en un nuevo escenario multipolar, en el que ningún vacío de poder permita a una superpotencia imponer su poder.

No se trata, pues, para Habermas, sólo de fomentar una "forma de gobernar más allá del estado nacional" y de crear escuela en la "constelación posnacional", algo que la Unión Europea ya es. O de que Europa siga defendiendo los estados de bienestar, para que no recaigan "por debajo de los ‘standars’ de justicia social que dichos estados han establecido". Habermas va más lejos. Tan lejos como para pedir a Europa que se plantee también "el reto de impulsar un orden cosmopolita basado en el derecho internacional y defenderlo frente a otros proyectos rivales". Cosa perfectamente lógica, ya que, culturalmente hablando, "Occidente" no remite sólo a Europa. Y es mucho lo que las naciones europeas comparten con Estados Unidos, Canadá y Australia, pongamos por caso. Entre otras cosas, según Habermas, un modo de ser -y de estar- basado en el individualismo, el racionalismo y el activismo.

Y con ello llegamos al segundo gran tema: la constitucionalización del derecho internacional. Un tema profundamente kantiano, sin duda. En su famoso opúsculo Hacia la paz perpetua, simbólicamente redactado en forma de tratado, Kant se pronunció a favor de una juridificación completa de las relaciones internacionales. Lo que equivale a decir que los mismos principios que en su día tomaron cuerpo en la constitución de los estados modernos -igualdad de derechos civiles y humanos para todos- debían pasar a estructurar este nuevo orden cosmopolita, concretado en la constitución de una república mundial. Para evitar la aparición de poderes despóticos en el seno de la misma, Kant optó por el sucedáneo de una asociación de naciones. Habermas recoge esta idea, la depura de sus ambigöedades y de sus hipotecas doctrinales y le devuelve, sin concesiones a la utopía, toda su inquietante actualidad.