Image: Las riquezas verdaderas

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Ensayo

Las riquezas verdaderas

Jean Giono

1 abril, 2016 02:00

Jean Giono

Traducción de Regina López. Errata Naturae. Madrid, 2016. 171 páginas, 17'90€

Según el prólogo de los editores de este libro, tras la publicación de Que ma joie demeure (Que perdure mi alegría) en 1935 Jean Giono (Manosque, Francia, 1895-1970) se establece en compañía de cuarenta amigos en la meseta de Contadour, cerca de Manosque, lejos de la civilización y allí vive en un caserío en el que destila lavanda, come los corderos que le venden los pastores y deja que el hollín resinoso le impregne el alma y la ropa. Tras ese año alejado de la civilización Giono escribe este deslumbrante libro, uno de los testamentos naturales más fascinantes que se puedan imaginar, a la altura de catedrales como el Walden de Henry David Thoreau y algunos poemas de Hojas de hierba de Walt Whitman, con quien tiene además no pocas semejanzas.

Sorprende, para empezar, que una joya de este calibre siguiera sin traducción en lengua castellana (estupendamente vertida al castellano, por cierto, por Regina López). Tal vez uno pueda -por el sobreexceso de cinismo cool que nos rodea- sostener durante unos instantes cierta mueca sarcástica cuando lee, en el prólogo del autor, frases como "soy una mezcla de todos los árboles, animales y elementos", pero no dura muchas páginas: a los pocos instantes se siente totalmente abrumado por la insólita belleza de la música y de la sabiduría de este libro. Uno también puede reírse de un amanecer, pero no sin delatar su propia estupidez.

Giono construye en este inclasificable Las riquezas verdaderas un texto a medio camino entre la crónica, la poesía, el testimonio iluminado y el libro de viajes. Para mí es, y en el sentido más radical de la palabra, un libro de viaje a la manera en la que es siempre un libro de viaje toda la literatura sapiencial. Alguien cruza un espacio lentamente y en ese tránsito de un lugar a otro se convierte en otra persona que contiene todo lo que ha sucedido bajo su mirada. Puede que sea la metáfora más esquemática de la vida, también lo es la de este libro.

Comparte con otros clásicos del género como el Viaje sentimental de Lawrence Sterne, esa cualidad extraordinariamente sofisticada en la que el paisaje se convierte en una supuración sentimental y totalmente subjetiva. Como buen hijo de Whitman, Jean Giono se queda deslumbrado ante la naturaleza (también ante la ciudad, porque a veces su desprecio tiene no poco de admiración, pero eso sería otro artículo) como el lugar en el que se produce lo sagrado. Las riquezas verdaderas es un libro de dos caras: la del París de la civilización y la velocidad, el del hambre, la ansiedad y la pobreza y la del campo sanador y nouménico, el bosque del origen, la naturaleza divinizada y dignificadora.

Es absolutamente imposible dar cuenta en estos pocos párrafos de la experiencia de lectura de un libro como Las riquezas verdaderas, baste decir que es uno de esos libros que uno sabe que releerá antes incluso de haber terminado de leerlo. Es suficiente una simple imagen de la primera parte. Detenido frente al tráfago de los almacenes Samaritaine de París, rodeado de la masa tibia y anónima de gente, Giono se pregunta cuántas de esas personas serían capaces de reiniciar los gestos fundamentales de la vida si a la mañana siguiente se encontraran en un mundo desnudo, aún por empezar: "¿Quién sabría orientar la hoguera al aire libre y hacer un fuego? ¿Quién sabría reconocer y escoger entre las plantas venenosas las nutritivas? ¿Quién sabría tejer una tela? ¿Quién sabría desollar un chivo? ¿Quién sabría curtir una piel? ¿Quién sabría vivir?". Pues bien, de entre toda esa masa de hombres que se agolpa frente a los grandes almacenes, el escritor francés Jean Giono decide con el gesto más radical, hacer de sí mismo el hombre que comienza de nuevo todos los lenguajes, poniéndose a sí mismo en la tesitura del renacido.

La verdadera literatura es reconocible por cualidades que no abundan. La sabiduría, ya lo hemos dicho, es una de ellas. La otra es, sin duda alguna, la libertad. Este libro está más que servido de esas dos cualidades esenciales. ¿Quieren saber lo que relató ese hombre socrático cuando regresó a la caverna con la mirada iluminada para despertar a su tribu? Lean entonces Las riquezas verdaderas.