Image: Calle La Boétie 21

Image: Calle La Boétie 21

Ensayo

Calle La Boétie 21

Anne Sinclair

20 septiembre, 2013 02:00

Anne Sinclair

Galaxia Gutenberg, 2013. 357 páginas, 21 €.

Anne Sinclair (1948) arranca el libro con una anécdota que trascurre en una comisaría francesa, en el momento en que, siguiendo un trámite burocrático, exigen a la autora demostrar su "condición de francesa". Sinclair advierte que el funcionario de turno le está planteando un problema de identidad, algo para ella inaudito. De origen judío y padres parisinos, nació circunstancialmente en Nueva York, a causa del exilio de la familia en el contexto de la Segunda Guerra Mundial. Razón por la cual posee doble nacionalidad. Por lo demás, la escritora ha desarrollado toda su carrera profesional como periodista en Francia, con una notable proyección. Precisamente, el libro que nos ocupa no es otra cosa que la búsqueda de sus raíces, de su propia historia, en definitiva, de su identidad. Sinclair realiza en él una labor de recuperación de la memoria: se trata, sobre todo, de una exploración emocional, de una construcción personal. Muy posiblemente todo ello esté relacionado con los escándalos de su ex-esposo, Dominique Strauss-Kahn, ex ministro francés y ex director del FMI -acusado, entre otros alborotos, de agresión sexua-, pero, en última instancia, se trata de indagar y recuperar el pasado.

Todo el mundo tiene unos orígenes y unos recuerdos de familia. Sin embargo, lo que, a priori, hace singular el libro, es que Sinclair procede de una acomodada familia judía vinculada al mundo del arte: ella es nieta del famoso marchante de arte Paul Rosenberg (1881-1959), galerista que representó a Picasso, Braque, Matisse... La suya fue una familia que desarrolló un papel central en el mundo de la cultura y que tuvo poder, poder económico, pero sobre todo cultural.

Y con todo, hay un sentimiento que sobrevuela el libro: el candor. La ingenuidad con que la autora aborda su trabajo le impide profundizar más allá de una aproximación impresionista. La suya es una crónica sentimental. Sinclair explica que hasta el momento había experimentado una cierta resistencia a los marchantes por escrúpulos. Éste era un mundo que decididamente había marginado y relegado a un estado letárgico en el fondo de su alma, pero que ahora recupera o redescubre. La escritora se declara de izquierdas (¿?) y en su juventud -según cuenta ella misma- encontraba esta profesión de "lucrarse" con los pobres artistas "impura". Después, se ha "hecho mayor" y -sigue la autora- "ganar dinero no es obligatoriamente una lacra si no se explota a nadie" e "incluso puede considerarse moral producir riqueza y no limitarse a aprovecharse de los bienes de la sociedad". ¡Gran reflexión! Sinclair recompone su historia familiar a partir de bibliografía, de la historia oral, de la exhumación de archivos. Se explica el origen de la saga, se cuentan anécdotas de la relación de Paul Rosenberg con los artistas, afloran dramas familiares, y se refleja tangencialmente la personalidad del marchante -del cual se reproducen fragmentos de su correspondencia- y de su entorno… No obstante, para aquellos que se quieran aproximar a la problemática del mercado del arte este libro resultará banal. Más aún, impenetrable. El análisis de Paul Rosenberg como marchante no sobrepasa los calificativos de "ojo legendario", gusto exquisito, marchante audaz… El libro evade interrogantes sin plantearse indagar en ellos.

Hay un punto, sin embargo, en que Sinclair se muestra especialmente combativa y éste es el tema judío: la incautación sistemática de bienes judíos -y, por tanto, de las colecciones de arte-, la calificación del arte contemporáneo como "arte degenerado", el doloroso exilio para aquellos que tuvieron las posibilidades y la suerte de escapar de los campos de concentración… Pero hay algo más que ella acusa con resentimiento: la colaboración de los ciudadanos franceses y del gobierno de Vichy en el expolio y martirio judío, primero, y las dificultades para recuperar las colecciones incautadas, después. Sobre este extremo, Sinclair, aunque nos aporta un sentido testimonio familiar, no nos descubre nada que no supiéramos ya. Pero es oportuno que se divulgue públicamente el papel que jugaron Francia y Suiza en este lamentable capítulo de la historia.