Image: Egipto. Las claves de una revolución inevitable

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Ensayo

Egipto. Las claves de una revolución inevitable

Alaa Al-Aswany

15 julio, 2011 02:00

Alaa Al-Aswany. Foto: Julián Jaén

Traducción de Haizam Aimrah. Fernández. Galaxia Gutenberg, 2011. 251 páginas, 19 euros


La primavera árabe ha sido la magnífica sorpresa con la que ha comenzado la segunda década de nuestro siglo. Cuando los pueblos árabes parecían resignados a soportar unos regímenes autoritarios y corruptos, a los que muchos en Occidente veían como un baluarte frente al terrorismo de inspiración islamista, los tunecinos primero y los egipcios después demostraron que era posible derribar a sus déspotas mediante protestas pacíficas. No sabemos cual será el futuro de Túnez y de Egipto, ni el de Libia, Yemen o Siria, pero después de lo ocurrido en los últimos meses nada será igual. ¿Qué ha dado a la gente común el valor para afrontar la represión en calles y plazas hasta que los dictadores se han visto abandonados incluso por sus fuerzas armadas? Esa es la pregunta fundamental y para acercarse a la respuesta el egipcio Alaa Al Aswany (1957) resulta un excelente guía.

Odontólogo y escritor, intelectual respetado en todo el mundo árabe y autor de una novela que ha alcanzado éxito mundial (El edificio Yacobián, Maeva, 2007, traducido también a otra veintena de lenguas, y que ha conocido versiones cinematográficas y televisivas), Al Aswany es un patriota egipcio, un defensor de los derechos humanos y un luchador por la democracia.

Egipto: las claves de una revolución inevitable es una recopilación de casi medio centenar de sus artículos de opinión de los años 2005 y 2010. Escritos con un estilo ágil y efectivo, bien servido por la excelente traducción española, ofrecen un fresco impresionista del despotismo, la corrupción, el atraso y el fanatismo que atenazaban a Egipto y también un canto al sentido de la dignidad y al valor de muchos egipcios y egipcias, cuya movilización finalmente traería la libertad al país del Nilo. Su prestigio internacional le permitía expresarse en la prensa con una libertad que a otros les pudiera haber costado cara.

Al Aswany no es para nada un admirador de la política exterior de las potencias occidentales, cuya intervención en Irak y apoyo a Israel deplora. Es más, reprocha a Hosni Mubarak su servilismo hacia Washington y su traición a los palestinos al sumarse al bloqueo de Gaza. Sin embargo, hay algo que admira en Occidente: la protección que las leyes ofrecen a todo ciudadano frente a los abusos del poder. La desatención de los pacientes en los hospitales públicos o la tortura de los detenidos en las comisarías, dos temas que denuncia con vigor, son aspectos concretos de esa negación de la dignidad personal que empuja a muchos de los jóvenes más brillantes de Egipto a buscar su futuro en la emigración, aunque tengan que empezar por vender perritos calientes en las calles de Nueva York. Y para poner fin a todos los abusos que sufren los egipcios, Al Aswany sólo ve una solución: la democracia. Si los gobiernos no han de rendir cuentas a los electores, su interés por los hospitales, las escuelas o las viviendas populares no será muy grande y, si la carrera política depende de la voluntad del déspota, la principal cualidad requerida será siempre la adulación.

Se dice que la primavera árabe ha sido sobre todo una revolución de la dignidad y que más allá de las dificultades económicas lo que ha impulsado a la gente a enfrentarse a los déspotas ha sido un sentimiento de dignidad herida. La lectura de Aswany confirma esta interpretación. Lo peor de la vida bajo un régimen despótico es la sumisión a los abusos de funcionarios, sean profesores o policías, que reproducen a su nivel el ejemplo que viene de lo alto. Por ello Aswany admira la protección que la democracia otorga al ciudadano frente a los abusos del poder.

Junto al despotismo y la corrupción, el otro gran tema que preocupa a Alaa Al Aswany es la lectura empobrecedora de la religión que se ha extendido en Egipto durante las últimas décadas, de la mano de predicadores financiados por los petrodólares saudíes. La esencia del Islam estriba para el escritor egipcio en la defensa de la verdad, la justicia y la libertad, pero el Islam que muchos predican se reduce al cumplimiento formal de unos ritos, como el ayuno del Ramadán, y en una obsesión por el cuerpo femenino, que responde a una concepción realmente denigrante de la mujer, denunciada con vigor por el periodista y escritor. ¿Es, sin embargo, verdaderamente religioso el médico que desatiende a sus pacientes? ¿Cumple con el Ramadán el policía que ayuna pero tortura? Son preguntas de Alaa Al Aswany que no sólo tienen relevancia para los musulmanes.