Ensayo

París era Misia

Isabel Margarit

30 abril, 2010 02:00

La Esfera, 2010. 296 páginas,25 euros


Misia Sert (1872-1950) no dejó ninguna obra memorable -apenas unas memorias muy retocadas-, no reflexionó sobre el arte que tanto amó, ni llegó a ser la pianista excelsa que podría haber sido. Sin embargo, fue tan artista como los propios artistas a quienes apoyó, vivió con la misma intensidad, y sus intuiciones sobre música, pintura, literatura o escenografía tuvieron tanto peso como las de los críticos más exigentes.

Hija del escultor Cyprien Godebski, y nieta por parte materna de Adrien François Servais, un prestigioso músico conocido como el Paganini del violonchelo, amigo de Berlioz y Liszt, Misia creció en un entorno refinado y movedizo, llamada a ser una pianista brillante. Misia Sert, cuyo nombre de soltera era Marie Godebska, por sucesivos matrimonios con hombres adinerados vinculados a los medios artísticos, fue la señora Natanson, la señora Edwards y la señora Sert. Pero llegó a ser por sí misma la personificación de una época, una mujer con el aura de los creadores a quienes protegió, en ocasiones al borde de su propia ruina. Contradiciendo a Proust, creía en la superioridad moral de los artistas frente a los aristócratas, y no es de extrañar la ambivalencia del escritor hacia Misia, inmortalizada en personajes de En busca del tiempo perdido: la transformó en la princesa Yourbeletieff, pero también fue el modelo de Madame Verdurin, la snob arribista.

En París era Misia, Isabel Margarit pinta a Misia de cuerpo entero y sobre todo en su condición de musa y mecenas de los artistas más destacados de su tiempo. Brilló en el París de la Belle Epoque y apareció retratada por sus amigos Renoir, Vuillard, Bonnard y Toulouse-Lautrec. Introductora de Diaghilev en París, el genio de los Ballets Rusos, la amiga de Mallarmé, Cocteau, Stra- vinsky, Debussy, Ravel, Satie, Chanel y Colette manifestaba su generosidad al poner en relación a unos artistas con otros, al tiempo que buscaba financiación para muchos de ellos.

La historia cultural de Europa desde finales del XIX hasta la II Guerra Mundial es el telón de fondo de este retrato de Misia en el que Isabel Margarit, con la precisión de la historiadora y el estilo ameno de una biógrafa objetiva escribe con la clara conciencia de hacer una narración rectilínea y comprensible. En esta obra resuena a menudo la excelente biografía de Misia escrita por Arthur Gold y Robert Fizdale (Destino, 1985), de riquísima hondura moral y psicológica. Si bien la autora catalana, biógrafa asimismo de Alma Mahler, consigue su propio estilo y hace de la condición de musa de Misia la espina dorsal de su reconstrucción de la vida de una mujer que "tuvo al Paris del arte rendido a sus pies". La que inspiró a Proust y sedujo a Diaghilev y Ravel.