Image: Historia de un encargo: 'La catira' de Camilo José Cela

Image: Historia de un encargo: 'La catira' de Camilo José Cela

Ensayo

Historia de un encargo: 'La catira' de Camilo José Cela

Gustavo Guerrero

11 septiembre, 2008 02:00

Cela en el llano venezolano, en la época en la que le encargaron La Catira

Premio Anagrama, 2008. 298 páginas, 19 euros

La recta comprensión de la figura de nuestro último Nobel no anda sobrada de trabajos rigurosos. El presente libro del investigador venezolano, radicado en Francia, Gustavo Guerrero (Caracas, 1957), nació como un intento de reconstruir las "motivaciones, cronologías y vicisitudes" del viaje que Cela hizo por Colombia, Ecuador y Venezuela en 1953. Se trataba, pues, de abordar un breve pero intenso capítulo de la trayectoria del escritor y de ir ensartando un eslabón en la cadena de su biografía que desde 2002 sólo ha recibido un aporte de respeto, el Retrato de Camilo José Cela (2005) de F. García Marquina, del que aquí no se da noticia. Pero muy pronto el proyecto inicial se vio trascendido, e incluso su autor espera que nuevos documentos permitan completar el conocimiento de aquel episodio trasatlántico que de seguro "representó en la vida, en el pensamiento y en la obra de Cela algo más que un coqueto chalet en Mallorca" (pág. 265).

Esta última referencia apunta al hecho cierto de que La catira, la novela venezolana que Cela publicó en marzo de 1955, fue un encargo del régimen acaudillado por el coronel Manuel Pérez Jiménez, al que el propio Cela entrevista para "El Universal" de Caracas como lo había hecho con el teniente general Rojas Pinilla para "El Espectador" de Bogotá tras su golpe de Estado. Había precedentes, pero en el caso de La catira era inevitable pensar en el juego de dos aparatos propagandísticos entre los cuales el escritor nadaba: el nacionalismo perezjimenista, que ya entonces se reclamaba bolivariano, y el rancio concepto de Hispanidad que el régimen de Franco alimentaba en términos neoimperialistas.

Gustavo Guerrero se lamenta de que los fondos del Instituto de Cultura Hispánica no puedan ser todavía consultados, pero dispone de otros documentos de primera mano procedentes de los archivos ministeriales competentes en Caracas, Quito y Madrid, amén de la Fundación CJC, que le franqueó las puertas de su completísimo epistolario y otros materiales, incluso fotográficos. Pero la mayor aportación que viene de Iria Flavia es ya de dominio común desde 2004: la edición digital de los manuscritos de La catira que le permite al investigador realizar un magnífico ejercicio de genética textual donde se descubre el método seguido por Cela para "venezuelizar" el relato de las aventuras de la catira Pipía Sánchez. Consistió en una doble redacción que la escritura revela página a página: sobre un discurso en castellano normativo, se yuxtapone una manipulación degradatoria de la morfología, y una siembra poco discreta de palabras pertenecientes a la variante llanera del español. El resultado es una sarta de "extraños fantasmas verbales" que fue aplaudida de oídas por la mayoría de los críticos peninsulares y repudiada por los lectores venezolanos, lo que lleva a la paradoja de que La catira se convierta, malgré lui, en una "máquina de producir lejanía" (pág. 175).

Este libro es noticioso, está bien escrito y aúna el biografismo con la genética textual y el estudio de la recepción literaria, todo ello sin ganga terminológica ni excesos teoréticos. Acaso incurra, sin embargo, en ese teleologismo exarcebado por el que, a posteriori, cuando se manejan por junto muchos datos e informaciones todo lo que sucedió se convierte en síntoma ineluctable de lo que ahora sí sabemos designios deliberados de los dueños de la Historia. él mismo Guerrero admite que Cela llega a Venezuela sin programa definido, y lo que le ampara y aúpa es la "solidaridad internacional gallega" (pág. 41) encarnada en la figura de Silvio Santiago, del que aquí se ignora que, amén de creador del Centro Gallego de Caracas, es un republicano que vertió su experiencia de la guerra civil en dos novelas, Vilardevós y O silencio redimido, que sólo se publicarían en la España de la transición. Postular una lectura de La catira como "la novela del Nuevo Ideal Nacional" (pág. 135), reflejo conspicuo de "la estética perezjimenista" (pág. 137), resulta excesivo. En primer lugar, porque Guerrero reconoce que dicho Ideal no era más que un amasijo de sólidos lugares comunes reaccionarios y porque a Cela no se le impuso, al parecer, ninguna directriz; de hecho, tardó en optar por la forma novelística para el encargo que aceptó y cobró. De modo que, al margen de la cuestión lingöística, Cela hizo La catira a su imagen y semejanza: una novela bronca, que escandalizará a la derecha venezolana, en cuyas páginas el esencialismo llanero viene a ser correlato del carpetovetonismo que él mismo cultivaba a propósito del paisaje y paisanaje español. Una novela conductista,de personajes sin ideas, en la que Pipía Sánchez encarna el gran mito del héroe celiano que la crítica quizá no haya estudiado todavía lo suficiente. Me refiero -y se me disculpará la irreverente paradoja- al super hombre de Nietzsche que la altiva Catira representa: acepta la voluntad de poder, crea sus propia normas morales y de todo tipo, somete el universo a su voluntad, ama la vida y sabe que su licor es dulce y amargo a la vez.