Ensayo

Yo, Maya Plisétskaya

Maya Plisetskaya

29 junio, 2006 02:00

Maya Plisétskaya durante una interpretación de La muerte del cisne

Trad. M. García Berris. Nerea. Hondarribia, 2006. 445 páginas, 32 euros

Doce años ha tardado en ver la luz en español esta autobiografía de Maya Plisetskaya, premio Príncipe de Asturias de las Artes 2005, y lo ha hecho tras haber sido traducida a una docena de idiomas. Demasiado tiempo dado que es ciudadana de nuestro país desde 1990, y que estuvo al frente del Ballet Nacional de España entre 1987 y 1990. Ello es fruto del desinterés general que vive la danza, la cenicienta de las artes. Con todo, esta obra nos transmite la visión del mundo de la danza desde la perspectiva de una de las grandes intérpretes del siglo.

Aunque el lector balletómano conozca bien a Maya Plisétskaya -y lo más probable es que la haya entronizado en un altar desde hace tiempo- hay que situar a este personaje tan especial en el tiempo que le tocó vivir. Nacida en Moscú en 1925, y activa prácticamente hasta la actualidad, es un ejemplo de dotes naturales, capacidad de sacrificio e inteligencia. Estos tres elementos la encumbraron hasta niveles estratosféricos pero no sin antes pasar por situaciones y privaciones muy duras. Cuando apenas contaba con doce años de edad, Stalin ordenó la ejecución de su padre. Poco después su madre y su hermano fueron confinados en el Gulag y, por consiguiente, ella se vio medio arrinconada, convertida en "enemiga del pueblo" sin haber llegado a la adolescencia, confundida por una sorprendente sucesión de engaños de los que solía armarse el régimen del dictador soviético. La propia Maya exclama en su libro: "¿Cuántas mentiras piadosas semejantes se dijeron en esta infeliz, olvidada, abandonada por Dios, tierra rusa inundada de sangre?".

Se comprende cómo sus comienzos no fueron precisamente fáciles. Pero aquí se impusieron sus dones y su disciplinado espíritu que la empujaron a lo más alto: convertirse en estrella del Bolshoi. Todo ello se produjo al final de la Guerra Mundial y cuando el célebre teatro moscovita -hoy día inmerso en una crisis terrible- aspiraba a ser una de las imágenes exitosas del paraíso socialista que vendían sus dirigentes. Teniendo en cuenta que era parte de una compañía plagada de personalidades, con un espíritu competitivo, producto del carácter y de las circunstancias políticas, el mérito de Maya Pliséstskaya es, si cabe, más remarcable. No vamos a señalar ahora que sus cualidades como estrella, en general, y como bailarina, en particular, son únicas. Pero teniendo en cuenta la época que le tocó vivir, hay que resaltar el complejo transcurrir de una mujer que, en ningún caso, se mostró como perro obediente al partido único.

Del estrellato a los vínculos personales y artísticos con tantas y tantas figuras que pasean por este libro. Particularmente, soy un entusiasta de las autobiografías, porque, como historiador, son documentos de primera mano, por mucho que aporten sólo una visión subjetiva. Pero, en este caso, estamos ante una protagonista, que vivió momentos excepcionales, que compartió su vida, pública y privada, con un gran compositor como es Rodrion Shchedrin, de apellido casi impronunciable, pero dueño de un catálogo admirable. Por estas páginas se suceden de Maurice Béjart a Mstislav Rostropovich, de Dimitri Shostakovich a Galina Ulanova, que nos muestran una comprensión del arte del ballet desde dentro pero que trasciende por su interés. De acuerdo a una visión muy particular, abunda en documentación así como en referencias que cualquier aficionado o historiador habrán de conocer. La traducción de María García Barris, procedente del original ruso, es adecuada y en la edición se han añadido materiales fotográficos posteriores al texto que ofrecen indudable interés. Es una pena que no se hayan incluido los correspondientes glosarios que facilitarían su consulta a los estudiosos. En todo caso, un verdadero acontecimiento en este desértico campo editorial que es la danza.