Image: Ser y tiempo

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Ensayo

Ser y tiempo

Martin Heidegger

13 noviembre, 2003 01:00

Heidegger, al final de su vida. Murió en 1976

Trad. Jorge Eduardo Rivera. Trotta. Madrid, 2003. 500 páginas, 27 euros

Nunca agradeceremos bastante la tarea traductora de pensadores españoles exiliados en México, como las excelentes versiones de la Fenomenología del espíritu de Hegel y de El capital de Karl Marx de Wenceslao Roces, o la traducción de Ser y tiempo de Heidegger efectuada por José Gaos.

Esta última tuvo el mérito de constituir la segunda traducción que se hacía a otra lengua de la imponente obra del filósofo alemán; y quizás por eso hay en ella algunas peculiaridades que le son propias. La lengua de Heidegger, ya de suyo difícil, siempre al borde de constituir una suerte de provincia idiolectal dentro del gran continente lingöístico alemán, pierde en manos de Gaos la fluidez estilística que sin embargo posee, sobre todo en esta magna empresa que es Ser y tiempo; y toda la expresividad queda sacrificada de manera despiadada a un principio de rigor y precisión que, sin embargo, termina generando confusión y caos. Y lo que es peor: ciertos giros repetidos que salpican el texto, a modo de latiguillos enojosos, muy fáciles de convertir en caricatura; de manera que se termina generando en la lectura una mezcla entre irritación y sarcasmo, con lo que el valor analítico y sintético de esta obra insigne queda arruinado.

Es muy fácil bromear con ese "ser ahí" que, referido a "lo a la mano" o "a la vista", "viendo en torno", se halla siempre "curándose de", "temporaciado" en los "éxtasis" temporeros o temporales, o tempiternos, y así usque ad nauseam. O se sabe alemán, o el lector español está abocado a alguna traducción menos enojosa (la inglesa, por ejemplo).

Si una obra exigía desde hace tiempo una versión nueva, una traducción renovada, era ésta. Que sin embargo une a todos estos inmensos defectos verdaderos méritos analíticos, y hasta importantes hallazgos lingöísticos. Pero se necesitaba una traducción de mayor aplomo y sentido común, que aprovechando la lección de Gaos, fuese capaz de modificar radicalmente la estrategia ante el lenguaje, y sobre todo ante nuestra propia lengua española. Eso es justamente lo que logra esta nueva versión, de la que teníamos noticia ya desde hace años, y que con excelente criterio Editorial Trotta ha decidido rescatar de su confinamiento en la comunidad chilena.

La traducción de Jorge Eduardo Rivera restituye la fluida y expresiva prosa de Heidegger a un español elocuente, literariamente ajus-
tado a los logros literarios de su autor. Y es que Gaos pasó por alto que un gran texto de filosofía siempre es un inmenso ejercicio literario, tanto más radical, o tanto más referido a la más exigente literatura cuanta mayor tensión conceptual propone. Ya es hora de que sepamos que la filosofía surge de la bisectriz de dos tendencias que pueden parecer antagónicas: el afán de rigor conceptual al que el reclamo de la verdad le aboca; y la necesidad de expresión que la hermana gemela de la verdad, la belleza, le exige.

La gran filosofía -y la de Ser y tiempo de Heidegger lo es, mal que le pese a algún que otro historiador anglosajón de tendencias militaristas- es siempre un acorde musical entre esa doble polarización necesaria: verum et pul-chrum, para decirlo en viejo lenguaje escolástico. La filosofía es literatura, literatura de conocimiento; pero siempre en la máxima tensión que la gestación de conceptos reclama. Si no existe esa tensión, entonces la filosofía se evapora en las facilidades de la divulgación; y si ese afán expresivo y estético no tiene lugar, o esa elaboración literaria, entonces la filosofía se arruina en su capacidad de enunciar los enigmas que nos son más propios y acuciantes. Y Ser y tiempo tiene ese carácter; por eso es, quizás, el más grande ensayo filosófico de este siglo. Y eso es independiente de sus descomunales defectos, que son perfectamente visibles (tanto más perceptibles cuanto más colosal es la obra).

Me refiero a las inauditas ausencias de esta ontología; una ontología centrada en el ser al que "le va" su propio ser, o el Dasein (que con criterio discutible Rivera decide dejarlo intraducido); y que puede ser una versión refinada, fenomenológicamente depurada, de lo que en otras tradiciones llamaríamos "sujeto", o lisa y llanamente "el ser que somos"; sólo que en sus reclamos de ser, de existir y de orientarse hacia los misterios ontológicos y metafísicos.

Ausencias clamorosas, como la del erotismo y la sexualidad. A lo largo y ancho de esa analítica no se pronuncia ni una sola palabra sobre esos escabrosos temas, que en una filosofía "post-freudiana" son inapelables, y deben ser puestos siempre en primer plano, y a los que se les debe suponer relevancia ontológica y metafísica; como el último Freud les da, al referirse a un horizonte trascental, metafísico, de lucha despiadada entre eros y principio de muerte.