Image: Lapidarium IV

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Ensayo

Lapidarium IV

Rryszard Kapuscinski

13 febrero, 2003 01:00

Rryszard Kapuscinski. Foto: Quique García

Trad. Agata Orzeszek. Anagrama. Barcelona, 2003. 158 páginas, 12 euros

Nacido en Pinks, Polonia, en 1932, Ryszard Kapuscinski se licenció en Historia por la Universidad de Varsovia y se curtió como corresponsal de guerra desde el año 1959 hasta 1981. Hoy es, sin lugar a dudas, uno de los pensadores europeos más lúcidos y polivalentes.

Instalado en un idioma, el polaco, de una complejidad tan extrema que hace que el aprendizaje de cualquier otra lengua resulte sencillo, Ryszard Kapuscinski forma parte de la larga saga de compatriotas, como Bronislaw Malinowski o Florian Znaniecki, capaces de ver y explicar lo que a otros les pasa inadvertido. País de paso entre el este y el oeste, lo cierto es que Polonia ha sido invadida por suecos, franceses, alemanes y rusos, y eso ha dejado una costumbre excepcional para entender lo otro, lo que no son los hábitos propios, lo que no es uno mismo.

Este Lapidarium IV es justamente lo que acabamos de señalar: el tremendo y bello esfuerzo por comprender el mundo. Comenzados hace dos décadas, los Lapidaria han coexistido con el resto de la obra de Kapuscinski, una veintena de libros entre los que cabe citar El Sha, El Emperador, El Imperio o ébano, reportajes de encargo para grandes diarios por los más lejanos países, prosa o, aunque esto no se menciona en las contraportadas de sus libros, fotografías. Las tomas obteni- das en sus largas e intensas estancias en áfrica son magníficas.

Ahora, en esta entrega escrita en su idioma natal, presenta al lector un cuarto de millar de textos breves o, mejor aún, de fragmentos, como a él le gusta denominarlos. En ellos aborda su preocupación por el mundo contemporáneo. Apenas nada escapa a una lucidez expresada en una prosa sencilla, amena y que en su brevedad atrapa al lector como una ola capaz de devolver al bañista a la arena de la playa tras un golpe rápido de emoción.

Al Kapuscinski de Lapidarium IV le importan muchas cosas. En primer lugar, dejar claro que el reportaje y la observación de los demás, desde su ciudad polaca hasta la más remota aldea asiática, ha sido el eje de su vida, una existencia en la que el dinero no se ha interpuesto entre él y el mundo. Tener dinero, advierte Kapuscinski, se ha convertido para muchos escritores, artistas o intelectuales en una segunda profesión a la que tienen que dedicar una atención que, en definitiva, restan de su obra.

Frente a la obsesión por el dinero, Kapuscinski alza la presencia de la pobreza. Todavía hoy se muere de hambre en muchas zonas del planeta. En áfrica sobre todo. Vuelve una y otra vez a un continente desolado que conoce muy bien, por eso explica en unas pocas líneas cómo lo peor de la historia de áfrica no son ya los menos de cien años de colonialismo sino los más de trescientos cincuenta de esclavitud.

Y en Lapidarium IV, Kapuscinski también da consejos, expresa cómo le gustaría que fuera el mundo. Lo hace con respeto, con los matices de un hombre viajado que ama la lectura. Sabe distinguir la Universidad de Harvard del Departamento de Estado norteamericano, la nomenclatura del pueblo ruso. En definitiva, un libro al que siempre se puede volver y encontrar una gradación nueva entre el blanco y el negro de los hechos o las opiniones. Un libro que se cierra con una esperanzadora cita de Friedrich Hebbel: "En este mundo está enterrado Dios, que quiere resucitar".