Image: Rimbaud el hijo

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Ensayo

Rimbaud el hijo

Pierre Michon

4 julio, 2001 02:00

Traducción de Mª T. Gallego Urrutia. Anagrama. Barcelona, 2001. 117 páginas, 1.500 pesetas

Arthur Rimbaud murió el 10 de noviembre de 1891, recién cumplidos los 37 años. El mito de Rimbaud no se basa en la muerte joven del poeta -Keats murió con 26 años apenas- sino en lo juvenil, casi adolescente de su escritura final.

Por eso no me parece causal que Rimbaud el hijo apareciera, en francés, en 1991, esto es, en el centenario de la muerte de Rimbaud. Nos llega ahora fuera de cualquier efeméride, pero es que Rimbaud hace mucho que no la necesita.

Parece que el primer libro de Pierre Michon (Cards, 1945) Vidas minúsculas, de 1984, tuvo mucho éxito y entraba ya en el territorio de los libros de difícil localización genérica. Yo no leí aquel, pero aseguro que tal es el caso de Rimbaud el hijo. ¿Es una biografía, trazada en grandes planos? ¿Un ensayo literario? ¿Una novela con más meditación que acción? Habría que decir que el libro, en siete capítulos, participa claramente de las tres cosas, primando en ellas la meditación que surge del propio discurrir de la escritura y de los temas que afronta, es decir, quién fue Rimbaud, qué hizo Rimbaud, cómo le vieron quienes le trataron, y qué relación podía guardar todo ello con ese mito o leyenda de Rimbaud, a la que Michon llama la Vulgata.

Lo ensayístico y literario predomina sobre lo biográfico que no es más que el hilo conductor de ese relato: desde el carácter sobrio y huraño de la madre campesina, Vitalie Cuif (casada luego con el capitán Rimbaud) hasta la imagen del griego Sotiro, un personajillo insignificante que fue, al parecer, quien fotografió a un Rimbaud que ya no era Rimbaud, en Harar, precisamente para que enviara una foto a esa lejana y austera madre, como terminaría siendo extraña y austera su hermana Isabelle, que probablemente nunca comprendió (como sí lo entendieron Banville y Verlaine) que Arthur Rimbaud, a sus 17 y 19 años -no después- fue, ni más ni menos, que la poesía en persona.

Naturalmente la parte esencial del texto de Michon (literariamente rico, explorador de vetas que van sufriendo mientras se excava) es la que examina la vida de Rimbaud en el París literario del Simbolismo, y su tormentosa y sabida pero honda relación con Verlaine -literaria y sexual- que terminó en Bruselas con un par de tiros. Es hermosa (y honda) la escena que nos cuenta cómo el fotógrafo Carjat -autor de la célebre foto del jovencito Rimbaud, con la corbatilla levemente torcida- hace esa foto en su estudio de Montmartre, antes de enfadarse con el tormentoso poeta genialoide o genial, y destruir las otras placas que le había tirado, esa foto del adolescente eterno que hoy sigue reteniendo el borroso nombre de Carjat, que también se creyó un artista...

Rimbaud el hijo no nos dice nada de Rimbaud que no supiéramos, pero analiza muy literariamente, muy metafóricamente (a ratos con singular belleza) todo el orbe de mitos, deseos, ansias y miradas de poe-sía que brotan alrededor de la leyenda Rimbaud. El texto de Michon es rico, denso, ameno y resulta bien traducido, pese a que la traductora diga muy a menudo varilla donde por el contexto (hadas, magia, dones) debiera decir varita.