Ensayo

Hildegarda de Bingen

Régine Pernaud

10 enero, 1999 01:00

Paidós. Barcelona, 1998. 164 páginas, 1.950 pesetas

Al margen de sus sorprendentes y hondas músicas, la figura de Hildegarda ha sido la de una desconocida. Pernoud se pregunta por este desconocimiento que sólo es achacable a "la palpable falta de curiosidad intelectual que padece la cultura occidental"

Al atento lector español no le será desconocida la figura de la mística renana Hildegart von Bingen. El año pasado, la editorial Siruela publicó un libro de y sobre esta autora titulado "Vida y Visiones", acompañado de un disco compacto de sus músicas que fue el que verdaderamente causó la admiración de los lectores. Esta misma obra musical, publicada en Europa y en los Estados Unidos bajo el título de "Ecstasy", tuvo un gran eco.
Es la faceta de compositora musical de Hildegarda la que nos remite directamente a su rica personalidad: monja, a la vez contem- plativa y viajera; autora de sermones que luego gustaba de escribir para entregar a sus selectos oyentes; consejera de Papas y de Emperadores; visionaria, quizá por encima de todo, que además supo representar pictóricamente sus visiones con una plasticidad y un colorido sorprendentes; compositora, como hemos dicho, de las músicas que oía durante esas mismas visiones, Hildegarda de Bingen es una figura central de ese siglo en el que pugnaba por imponerse una nueva espiritualidad. La reforma de Cluny había relanzado desde el 910 la vida monástica, pero será, años después, Bernardo de Claraval quien la impulse definitivamente. Es en estos últimos años cuando nace una niña enfermiza en una noble familia del Palatinado. Como sucediera en el caso de nuestra Teresa de ávila, la enfermedad afectaría a Hildegarda desde su nacimiento a su muerte, pero una prodigiosa fuerza interior, que nacía de sus tempranas visiones, hizo de esta mujer una luchadora y una maestra espiritual inseparable de su tiempo.
Este libro nació de manera paralela al eco que produjo la obra musical de la abadesa renana. En realidad, más que ante una verdadera biografía nos hallamos ante un análisis muy puntual de algunos de sus escritos. Sin embargo, en todo momento, la autora va recogiendo puntualmente los hechos más llamativos de su vida, a la vez que valora la sucesión cronológica de sus libros, que parten del "Scivias", escrito entre 1141 y 1145, la primera de las obras que escribe al dictado de lo que ella llama la "luz viva".
Al margen de sus sorprendentes y hondas músicas, la figura de Hildegarda ha sido, hasta nuestros días, la de una desconocida. Régine Pernoud se pregunta, en este sentido, por este desconocimiento que, en su opinión, sólo esa achacable a "la palpable falta de curiosidad intelectual que padece la cultura occidental"; es decir, una cultura que repite modelos impuestos, pero que rara vez osa aproximarse a lo nuevo y sorprendente. Bajo esta óptica, no es raro que una obra osada y llamativa como la Hildegarda, de un carácter múltiple y nada ortodoxo, haya provocado la desconfianza de los estudiosos e incluso de la misma autoridad eclesiástica.
Y ello es así a pesar de que en 1147, en la famosa asamblea de Tréveris, sea el mismo Papa el que lea en público a una selecta representación de cardenales, obispos y abades, los escritos de Hildegarda; unas obras que el mismo Bernardo de Claraval -presente en aquella asamblea- valoró como "luz admirable animada de inspiración divina", "radiante luz".
Hay en la vida de Hildegarda episodios decisivos, como el de su entrañable amistad con su secretaria, la joven religiosa Richardis, a la que dirige una carta en estos términos: "(Yo) amaba la nobleza de vuestro comportamiento, la sabiduría y pureza de vuestra alma y de todo vuestro ser". El hermano de Richardis, responderá muy pronto a la abadesa: "Te informo de que nuestra hermana, la mía aún más que la tuya, mía en la carne, tuya en el alma, ha entrado en el camino de toda carne (ha fallecido)".
Son los momentos extremados de una vida que, sobre todo, fue rica en obras. El ya citado "Scivias", la obra musical "Ordo Virtutum", dos curiosos libros de lo que hoy reconoceríamos como medicina "naturista", el "Libro de los méritos de la vida" o el "Libro de las obras divinas", son algunas de las más notorias. Es sorprendente, sobre todo, en la obra escrita y pictórica de esta autora, el carácter cósmico de sus visiones, esa concentración en el hombre como centro del universo mucho antes de que -también de forma gráfica- lo estableciera Leonardo da Vinci. Sus representaciones en forma oval, circular o cuadrada, son verdaderos mandalas. Y es que siempre posee un deseo de apresar la perdida unidad de los seres y de las cosas, que fija en el hombre, que para ella es "consumación de maravillas".
Viajera y contemplativa a un tiempo , Hildegarda de Bingen no hizo, al parecer, otra cosa que testimoniar sobre sus visiones. Y de traspasar éstas desde su interior a palabras, figuras, colores, notas musicales, poemas. Tres de estos poemas cierran el libro que comentamos con una gran carga simbólica. Sorprenden las concomitancias de su poema "Espíritu Santo" con la "Llama de amor viva" sanjuanista. El fuego, la fuente, la paloma, son símbolos de la mística universal muy tempranamente revelados por esta inquieta y sensible abadesa del siglo XII.