Leonard Cohen. Foto: Gtres

Leonard Cohen. Foto: Gtres

Letras

La huella de Lorca en Leonard Cohen y el misterio del guitarrista anónimo que le enseñó los primeros acordes

Miguel Barrero recorre en 'El guitarrista de Montreal' el camino que va desde Montreal hasta el origen de las canciones del excelente compositor canadiense.

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Hay libros que surgen sin clara conciencia del lugar de partida. No nacen de un conflicto puntual, aunque sí de un interrogante o de alguna curiosidad, por difusa que esta sea. Los propicia el azar, un hecho aislado. Tampoco saben bien hacia dónde les lleva el entramado de casualidades que impulsa su escritura.

El guitarrista de Montreal

Miguel Barrero

Galaxia Gutenberg, 2025. 195 páginas. 18 €

Un viaje, por ejemplo, una maleta perdida, horas de espera entretenidas en un paseo imprevisto por Montreal, una parada a comer en un restaurante italiano donde suena de fondo una canción de Leonard Cohen… Suficientes motivos para proponerse un recorrido literario desde la ciudad (él era de allí) y la casa, en Belmont Avenue 599, hasta el origen de sus letras y su música.

Pues bien, El guitarrista de Montreal es de esta clase de libros. Si ya conocen a Miguel Barrero (Oviedo, 1980), uno de los nombres representativos de la nueva narrativa española, sabrán de su intenso estilo poético, de su interesante relación con la literatura, y de anteriores libros rendidos a autores por los que siente especial admiración: Pessoa en El rinoceronte y el poeta, Machado en Camposanto en Colliure, Dante en La otra orilla.

Aquí es el universo poético de Cohen atravesado por los versos de Lorca, Diván del Tamarit y Poeta en Nueva York, a quien el canadiense descubrió en su versión inglesa, de manera fortuita, a los quince años, y es también Lorca, su poesía y los azares funestos.

Pero hay más. Una guitarra comprada por Cohen de esos mismos años, allá por los 50, en una tienda de empeños, y un joven guitarrista hispano cuya música sonaba cada tarde en el parque más próximo a su casa. Fue este quien le enseñó a tocar, en tres únicas clases, los primeros acordes; después desapareció para siempre.

Miguel Barrero. Foto: Lisbeth Salas

Miguel Barrero. Foto: Lisbeth Salas

Él es la línea maestra sobre la que discurre una arriesgada exploración de nuevas formas de narrar: combina autoficción y biografía, se incluye en su propia historia, hace memoria y desmemoria, cuenta tramos de vidas dictadas por su imaginación y evocadoras divagaciones.

Cruza esa frontera invisible entre lo que es hoy el legado de Cohen, su deuda confesada y consignada con el universo poético lorquiano, y trazos de lo que pudo ser la historia del anónimo guitarrista. Si en los poemas de Lorca encontró su voz, aquellos acordes –confiesa Cohen– determinaron su porvenir.

En realidad, esta propuesta, tan personal y loable, viene a crear un contexto para dar realidad y coherencia a estos sucesos inconexos. A Barrero le mueve la convicción de que el azar es la causa que los impulsa; explorarlos es embarcarse en la búsqueda de la necesidad de sentido; incluir en el proceso de indagación la poética de la composición es parte de esa búsqueda. Una poética sutil y refinada, con el arte y con las vidas a las que se refiere.

Con ella defiende la libertad de prescindir de márgenes genéricos y se defiende con licencias poéticas que dan profundidad a una prosa hipnótica. Seduce su manera de abordar la deuda de Cohen con Lorca y el joven guitarrista de Montreal, el anecdotario de curiosidades que lo amenizan, la evocación de su primera visita a España, mediados los 70.

¿Que a dónde nos lleva este entramado de causas y azares? Su libro nos hace más seguidores de Cohen y sus canciones, de Lorca y sus poemas, de la guitarra flamenca y sus acordes, del propio Barrero. Confluyen aquí, en admirable concierto, voces, músicos, arte y literatura.