Sergio C. Fanjul. Foto: Liliana Peligro

Sergio C. Fanjul. Foto: Liliana Peligro

Letras

Cartografía del desastre: 'El escombro fluorescente. Un cuento ciberpunk' de Sergio C. Fanjul

El columnista y periodista cultural reíne en este libro 44 poemas protagonizados por el Astrónomo, alter ego del propio autor. Un retablo de la vida urbana en esta época de consumismo desatado.

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Conocido sobre todo por su labor impagable como columnista y periodista cultural, Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es también un lúcido ensayista y un poeta distintivo, con cuatro libros publicados (recuerdo con gran afecto Inventario de invertebrados, que obtuvo el Premio Pablo García Baena en 2015).

El escombro fluorescente

Sergio C. Fanjul

Letraversal, 2025. 108 páginas. 13,90 €

Ahora ve la luz El escombro fluorescente, subtitulado Un cuento ciberpunk, en el que Fanjul se ha propuesto mirar de frente el paisaje abigarrado, ruinoso y deslumbrante del tardocapitalismo para construir un largo poema épico, más testamentario que testimonial, en el que la diversidad de tonos no esconde el propósito primero: dar cuenta de la naturaleza proliferante, pegajosa y contradictoria de nuestro presente inmediato en la "Ciudad Sitiada": "la ciudad ahí abajo, / moribunda, / como un escombro fluorescente".

A pesar del subtítulo, lo narrativo está menos presente que lo ensayístico y lo puramente lírico. Fanjul traslada a su poesía temas y preocupaciones que aparecen de manera obsesiva en su columnismo y su trabajo periodístico, pero los amalgama en una escritura de largo aliento que incorpora el gusto por la imagen, el desmarque irónico y el brochazo expresionista. Los 44 poemas del conjunto están protagonizados por el Astrónomo, alter ego del autor (no en vano licenciado en Astrofísica), capaz de descifrar el lenguaje de "las constelaciones" y "orientarme por los astros".

El poema inaugural es un autorretrato velado que acaba con nuestro protagonista en la Ciudad Sitiada, condenado a interpretar la confusa constelación de sus calles y edificios. A partir de ahí el libro se concibe como una radiografía precisa y puntillista de esa mezcla de deseo compulsivo y hartazgo inapetente en el que se desarrolla –en que consiste– nuestro vivir.

Van surgiendo otros personajes –el Enterrador, el Taxista, los Conspiranoicos, etc.–, pero el otro gran personaje del libro, interlocutor y reverso del Astrónomo, es una figura femenina, Bronwyn, a la vez presencia concreta y emblema del eterno femenino. El homenaje a Cirlot es explícito y alcanza su cota más alta en "Letanía de Bronwyn", que es un listado posmoderno (esto es, irónico) de las múltiples formas que adopta lo bueno y lo bello, lo que antes era sublime: "Diosa que sale del pantano, / Madre de la divina gracia, […] / Emprendedora intrépida, / Consuelo de los migrantes, / Liberada sindical…".

Bronwyn no tiene voz, así que realmente no hay diálogo entre ella y el Astrónomo. Su presencia crea el espacio que vienen a llenar los poemas: podría decirse incluso que los despierta o los hace nacer.

El libro es todo él un retablo de la vida urbana en esta época de consumismo desatado, de franquicias y pedidos a domicilio, de barrios desclasados y ciudadanos alienados, productores incansables de basura radiante, clientes fidelizados, nuevos siervos que dan vueltas con la lengua fuera: "Cruzo parajes subterráneos, pasarelas elevadas, / plazas chungas donde esperan los que ansían / la más química belleza, / barrios obreros en los que la esperanza / explota / en el vuelo del plástico / contra el muro que pintó un anarquista".

La historia no tarda en hacer acto de presencia, y la sombra de los Junkers alemanes que sobrevolaron la ciudad durante la guerra se transmuta con facilidad en hordas de turistas que invaden la Gran Vía. Por el camino, brota el espejismo de los Campos Semánticos, en los que el autor cifra todo consuelo y toda posibilidad de escape: el lugar de lo incondicionado y lo libre.

El libro se cierra con el Astrónomo replegado en actitud de resignación, abrumado por sus contradicciones. Asoma de nuevo la ironía, pero esta vez teñida de una oscura lucidez. Queda viajar dentro de uno mismo. Queda esperar y esquivar aburridamente la muerte.

Y llegados a este punto del guion Bronwyn se escurre
                                                             por alcantarillas
donde duerme el subconsciente urbano: elefantes,
meteoritos, vías de agua, fuentes, calabozos
donde los grilletes apresan esqueletos.

Nuestras vidas: túneles oscuros, fogonazos,
como el maquinista del metro. [...]