Una de las legendarias arengas (santiaguinas) de Santiago Bernabéu en el vestuario del Real Madrid. Foto cedida por la editorial GeoPlaneta

Una de las legendarias arengas ("santiaguinas") de Santiago Bernabéu en el vestuario del Real Madrid. Foto cedida por la editorial GeoPlaneta

Letras

La gran biografía sobre Santiago Bernabéu, el pionero: "un Quijote que se hacía pasar por Sancho Panza"

El periodista Juanma Trueba disecciona la compleja personalidad del presidente del Real Madrid y logra un jugoso retrato del siglo XX en España.

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Nada mejor que la historia para poner en cuestión mitos arraigados. Algunas de las medias verdades marcadas a fuego en el imaginario de nuestro país corresponden al Real Madrid y a Santiago Bernabéu (Almansa, 1895 - Madrid, 1978), el presidente que da nombre al estadio actual.

El periodista Juanma Trueba acaba de publicar una biografía excelente, Bernabéu. El hombre detrás del escudo (GeoPlaneta), en la que revisa su compleja personalidad y las leyendas en torno a su figura, a veces forjadas por él mismo.

La suya es una historia llena de contradicciones. El mismo que se jactaba de frecuentar las "casas de palomas", o sea, los prostíbulos del Madrid de los golfos años 30, prohibió a Millán Astray, fundador de la Legión, el acceso al palco del estadio por un "comportamiento indecoroso" con una mujer, según explica Trueba, cuya conjetura apunta a la esposa del embajador de Argentina en España.

Nadie duda del absoluto compromiso con el club de su vida, en el que militó desde los 17 años como futbolista y se convirtió en el presidente más laureado hasta la llegada de Florentino Pérez, pero no todos sabrán que disputó al menos dos partidos defendiendo la elástica del eterno rival en la capital, el recién fundado Athletic de Madrid, por mediación de un amigo.

Entonces era habitual que algunos jugadores cambiaran de camiseta cuando terminaba la temporada regular, matiza Trueba, que recoge la confesión del propio Bernabéu.

Datos como este dan buena cuenta de cómo era el fútbol en aquellos años, mucho más rudimentario y, por tanto, genuino. Un ejemplo: el Madrid aceptó una revancha con la condición de que el partido no coincidiera con los exámenes de los jugadores.

Cabe recordar aquí que el fútbol profesional eclosiona en nuestro país con el arranque del siglo XX, después de que los estudiantes de familias prósperas se familiarizaran con el nuevo deporte en universidades británicas.

Cuando lo trajeron a España, caló muy hondo, pero no eran Madrid ni Barcelona ni, por supuesto, Athletic de Madrid, fundado por unos bilbaínos, los equipos que cortaban el bacalao. En las primeras décadas del siglo XX el gran dominador era, precisamente, el Athletic de Bilbao, club matriz del posterior Atlético de Madrid.

Claro que el Español de Barcelona contaba con Ricardo Zamora, el mejor portero del mundo en aquel momento, el primer galáctico español, cuyo periplo vital también merecería una biografía a la altura de la que Trueba ha dedicado a Bernabéu.

Santiago Bernabéu remata de cabeza en un partido entre el Real Madrid y el Atlético. Foto incluida en la biografía 'Bernabéu', de Juanma Trueba, y cedida por la editorial Geoplaneta

Santiago Bernabéu remata de cabeza en un partido entre el Real Madrid y el Atlético. Foto incluida en la biografía 'Bernabéu', de Juanma Trueba, y cedida por la editorial Geoplaneta

Tras su paso por el Español, el Fútbol Club Barcelona y el Real Madrid, club del que se despidió con una salvada antológica frente al Barça que valió una Copa, Zamora comenzó a hacer colaboraciones en el periódico conservador Ya. Tras el estallido de la Guerra Civil, fue detenido por el ejército republicano. Hasta la cárcel Modelo se desplazó el escritor Pedro Luis de Gálvez, un ilustre maldito, para pedir que no lo ejecutaran. Si finalmente su mediación fue decisiva no puede acreditarlo Trueba, pero sí sabemos que el autógrafo agradecido del portero no libró al escritor del fusilamiento en 1940.

La contienda supuso también un punto y aparte para el Real Madrid y para Bernabéu. Aunque en la directiva figuraban algunos republicanos, el club era monárquico –portaba el distintivo "Real" desde 1920–, por lo que sería incautado el 4 de agosto de 1936. Para entonces, Bernabéu andaba buscándose la vida refugiado en hospitales hasta acabar escondido en la embajada de Francia, que paradójicamente apoyaba al gobierno republicano.

Aunque no había militado como su hermano en la CEDA, fue director de la sección deportiva de sus Juventudes de Acción Popular. Además, "las tierras de su familia le convertían en terrateniente por vía indirecta, por mucho que él se sintiera más próximo a los agricultores que a los propietarios", aclara Trueba.

Ahora bien, Bernabéu no encajaba en "la definición clásica de burgués". Alejado de las petulancias, siempre fue partidario de la vida sencilla y mostró especial apego por lo popular. Aceptó que el estadio que él mismo reconstruyó llevara su nombre desde 1955, pero él lo siguió llamando Chamartín hasta su muerte.

Acabada la guerra, comenzaron a fraguarse prejuicios inamovibles como el que relaciona al Madrid con un club de rancio abolengo. Bien es cierto que esta era la condición de los fundadores, como admite Trueba, pero es que "solo los 'señoritos' tenían tiempo que entregar al nuevo deporte y solo ellos estaban en disposición de saber […] lo que se cocía en Inglaterra o en otros países de Europa".

Además, resulta pertinente consignar que entre 1939 y 1954 el club no ganó una sola Liga, lo que contradice a quienes lo denominaban el equipo del franquismo.

Raymond Kopa, Di Stéfano y Santiago Bernabéu. Foto incluida en la biografía 'Bernabéu', de Juanma Trueba, y cedida por la editorial Geoplaneta

Raymond Kopa, Di Stéfano y Santiago Bernabéu. Foto incluida en la biografía 'Bernabéu', de Juanma Trueba, y cedida por la editorial Geoplaneta

Los primeros años de Bernabéu en la presidencia, a la que llegó en 1943, no fueron fáciles. El Nuevo Chamartín se llevó a cabo sin la ayuda del Movimiento y acabó convirtiéndose –gracias, fundamentalmente, a las aportaciones de los socios– en un estadio envidiable, pero los grandes resultados no se cosecharon hasta la aparición de Alfredo Di Stéfano, que lideró a una generación de jugadores mítica. Además, fue pionero en abordar la idea de una ciudad deportiva y uno de los primeros que apostó por que los clubes se nutrieran de una cantera.

De la mano de las revistas France Football y L'Equipe, el presidente jugó un papel fundamental en la creación la Copa de Europa ante la pasividad de la Federación Española de Fútbol. "La prueba de que no fuimos el equipo del Régimen es que entramos en Europa veinte años antes que España", dijo mucho después un ilustre directivo.

La "mosca cojonera" del Régimen

Para el Régimen fue "una mosca cojonera" hasta los últimos estertores, según refiere Trueba. Si el incidente con Millán Astray lo había enfrentado al general Moscardó, héroe del Alcázar durante la guerra y delegado nacional de Deportes en aquel momento, al inicio de los 70 se recrudeció la relación con el Movimiento a cuenta del nuevo estadio que pretendía construir en el distrito de Fuencarral. Carlos Arias Navarro, entonces alcalde de Madrid, se opuso ferozmente hasta lograr el apoyo de Franco, cuya relación con Bernabéu no pasó de cortés.

En aquellos años, el Madrid había vuelto a perder el aura. Tras el periplo glorioso de Puskas, Gento, Kopa, Miguel Muñoz, Santamaría y, por supuesto, la Saeta Rubia, en la que se lograron cinco orejonas, su juego se quedó anticuado. Bernabéu rompió con Di Stéfano, que proyectaba un carácter al menos tan vehemente como el suyo, y perdió la negociación por Johan Cruyff, que recaló en el Barça.

Durante los años que vistió de blaugrana, el flaco neerlandés se convirtió en su bestia negra. Un día aseguró que el Madrid estaba "viejo" y poco después lideró un 0-5 en el Bernabéu con una exhibición histórica. Estocada y descabello.

Hacia finales de los 60, después de ganar la sexta Copa de Europa en 1966 –no volvería a levantar el preciado trofeo hasta 1998– y comprender que el club no podía competir económicamente con fortunas como la de la Juventus o la del Inter de Milán, Bernabéu comenzó a mostrarse desencajado. Le costó aceptar la llegada de las televisiones y protagonizó algún que otro desencuentro con periodistas como el joven José María García. Su temperamento, por naturaleza combativo, se tornó si cabe más beligerante.

La rivalidad con el Barça empeoró debido, entre otras causas, a declaraciones como aquella en la que se refiere a Cataluña: "La quiero y la admiro a pesar de los catalanes". Sin embargo, la hostilidad entre ambos clubes se remonta casi al principio de los tiempos, cuando desde el norte ya se reclamaba mayor autonomía política.

La biografía definitiva de Bernabéu, además de mostrar todas las aristas que presenta su compleja personalidad, es un magnífico retrato de la España prebélica y franquista. Salpicado de jugosa información y muy curiosas anécdotas, que se apoyan en una exhaustiva documentación, el contexto histórico es uno de los elementos de cohesión en este libro.

Sugiere Trueba, a modo de conclusión, que el presidente se vio atropellado por la modernidad en un momento en que España estaba cambiando, pero "juzgar a Bernabéu por sus bravuconadas del final [...] es reducir al mínimo la dimensión de un personaje inabarcable".

Y es que, más allá de las controversias, tuvo gestos de buena voluntad con el Atlético, al que le cedió su mejor jugador para que evitara el descenso, e incluso con el Barça, propiciando el encuentro entre el húngaro Kubala, la estrella culé, y su madre en España. Amante de lo castizo, se ocupó de proyectar su campechanía a riesgo de ser considerado un tipo tosco. La realidad es que fue ambicioso, un pionero que se desvivió por su club y, sobre todo, por sus socios. "Tenía algo de Quijote, aunque le gustaba hacerse pasar por Sancho", resume el autor con buen tino.