
Hannah Arendt, cuarta desde la izquierda, en 1935, viajando con jóvenes apátridas a Palestina, dentro del proyecto Youth Aliyá. Foto: Courtney Schlesinger Library, Radcliffe Institute, Harvard University
Hannah Arendt: una 'biografía intelectual' para conocer su lado más humano: íntegra, apasionada e inclasificable
Thomas Meyer profundiza más en la gestación del pensamiento de la autora de 'Los orígenes del totalitarismo' que los biógrafos anteriores.
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La posteridad ha sido generosa con los pensadores intempestivos del siglo XX, como Hannah Arendt, que siempre rechazó la etiqueta de filósofa, pues entendió que la metafísica deformaba lo real para someterlo a sus categorías y conceptos. Hannah Arendt. Una biografía intelectual, de Thomas Meyer (Kepten, Baviera, 1975), aporta menos datos sobre acontecimientos vitales que los excelentes trabajos de Elisabeth Young-Bruehl o Laure Adler, pero profundiza más en la gestación del pensamiento de la autora de Los orígenes del totalitarismo.

Hannah Arendt. Una biografía intelectual
Thomas Meyer
Traducción de José Rafael Hernández Arias
Anagrama, 2025
555 páginas. 29,90 €
Meyer pasa de puntillas sobre la relación sentimental entre Hannah Arendt y Martin Heidegger. Prefiere ocuparse de cómo la joven que nació en Linden-Limmer el 14 de octubre de 1906 y pasó la mayor parte de su niñez y adolescencia en Königsberg, hoy Kaliningrado, se convirtió en politóloga y socióloga a partir del estudio de la emancipación judía durante la Ilustración, cuando surgió la necesidad de reemplazar la asimilación por la reivindicación de la diferencia.
Arendt asumió las tesis de un sionismo secular, pero rechazó la idea del pueblo elegido y apostó por la creación de un estado binacional en Palestina, capaz de integrar a judíos y árabes en una federación abierta a alianzas regionales.
Meyer señala que el gran desafío intelectual del siglo XX consistió en comprender las políticas de exterminio puestas en marcha por el nazismo y el estalinismo. Frente al autoritarismo convencional, cuya meta es preservar el poder y los privilegios, el totalitarismo constituye un fenómeno completamente nuevo. El genocidio es una obra maestra del odio, sí, pero además encarna la apoteosis del nihilismo. El mar de sangre que crearon el Lager alemán y el Gulag soviético pretendía destruir el mañana.
La elección de los judíos como víctimas principales de la Shoah no fue la simple culminación de siglos de antisemitismo, sino la expresión de una concepción de la política inspirada en el desdén hacia la vida. Para Heidegger, la muerte es el hecho fundamental de la existencia humana. Por el contrario, Hannah Arendt considera que el acontecimiento esencial no es la anticipación de la muerte, sino la natalidad, fuente inagotable de renovación e innovación.
El papel de la filosofía no es pastorear el ser, como apunta el autor de Ser y tiempo, sino crear un espacio donde la diversidad inherente a la condición humana pueda expresarse con libertad. La doctrina de la Sangre y el Suelo no conduce al ser-con-los-otros, sino a la estéril indiferenciación.
El hallazgo de nuevas fuentes y la consulta de archivos y documentos hasta ahora poco conocidos o ignorados ha permitido a Meyer elaborar una biografía "intelectual" y no limitarse a narrar la trayectoria vital de Arendt. Este planteamiento no excluye la reconstrucción de aspectos íntimos, como la convivencia con su segundo marido, Heinrich Blücher, al que ella siempre llamó "Monsieur". Infiel, vanidoso y "poco sólido en todo lo que hacía", Blücher poseía ciertas cualidades, como la honestidad y el compromiso antifascista.
A pesar de sus aventuras con otras mujeres, proporcionó a la filósofa seguridad y estabilidad emocional. La estrecha complicidad que se forjó entre ambos contrasta con la relación con Heidegger, asimétrica y ambigua. Produce perplejidad que Arendt se reuniera con él después de la guerra en su cabaña de la Selva Negra. Ella siempre le admiró intelectualmente, pero esa no fue la razón de su reencuentro, sino su profundo sentido de la lealtad, un rasgo de su carácter que se aprecia indistintamente en su amistad con Walter Benjamin, Karl Jaspers o Hans Jonas.
Lealtad no significaba para Arendt ceder a los argumentos de sus colegas o maestros. Nunca ocultó su desacuerdo con Jaspers en la forma en que debía ser reinterpretada la cultura alemana después de la Segunda Guerra Mundial y no rectificó sus opiniones sobre Eichmann tras las protestas de George Scholem o Hans Jonas, ambos indignados por su tesis sobre la "banalidad el mal". Tampoco dio un paso atrás al ser atacada por sus críticas al sionismo o a las protestas universitarias contra la Guerra de Vietnam.
La biografía presta una especial atención a aspectos poco conocidos de su vida, subrayando su inquietud intelectual y su inconformismo
En su opinión, el fanatismo que se había apoderado de ciertas fuerzas políticas israelíes y del movimiento estudiantil restaba credibilidad a dos causas justas. Meyer destaca que Hannah Arendt siempre mantuvo una actitud sumamente crítica hacia las ideologías. Liberalismo, socialismo, feminismo o sionismo no se hallaban exentos de convertirse en dogmas que atentaran contra la pluralidad y la dignidad individual. Los carros blindados soviéticos que ocuparon Budapest eran la evidencia de que cualquier ilusión utópica puede devenir distopía.
La biografía de Meyer presta una especial atención a aspectos poco conocidos de la vida de Hannah Arendt, como su colaboración en Francia con una organización judía para librar a centenares de niños de su deportación a los campos de exterminio nazi y facilitarles los medios para emigrar a Palestina. Meyer nos aproxima al lado más humano de la pensadora, subrayando su inquietud intelectual y su inconformismo. Con una mente despierta y valiente, nunca cesó de escarbar en los estratos más profundos del devenir histórico y la actualidad política, buscando explicaciones definitivas.
A veces, sus análisis pueden resultar aventurados, como señaló Isaiah Berlin, pero nadie puede negar su extraordinario olfato intelectual y su intuición creadora. "Las cosas parecían diferentes después de que ella las mirara", afirmó Hans Jonas durante el responso fúnebre que pronunció después de su temprana muerte en 1975 a causa de un infarto.
"Nos dejaste demasiado pronto. Intentaremos permanecerte fieles", exclamó Jonas, particularmente afligido tras cincuenta años de amistad. La escritora Mary McCarty añadió: "Había algo insondable en su mirada. Cuando hablaba, era como si estuvieras contemplando los movimientos del pensamiento en acción".
Las palabras de McCarthy muestran que Arendt no se limitaba a teorizar. Cuando en La condición humana exalta la "vida contemplativa" como la forma de plenitud de la existencia humana, no expresa un argumento, sino un programa existencial. La niña que apenas frecuentaba la escuela porque prefería leer en su cuarto a Kant, Lessing y Rilke nunca se desvió del proyecto que se trazó desde muy temprano: pensar sin dejarse condicionar por las masas o las ideologías, utilizar la razón para no sucumbir al mal, no transigir con los estereotipos que lastran el juicio crítico.
Meyer sabe transmitirnos ese espíritu con un texto riguroso y ameno. Leer su biografía es una forma de dialogar con Hannah Arendt, una mujer apasionada, independiente e inclasificable. Escéptica en materia religiosa, no le causó ningún problema escribir una hermosa semblanza de Juan XXIII, al que calificó de verdadero cristiano en el trono de San Pedro.
Se echan de menos espíritus con ese grado de libertad. Hannah Arendt jamás se habría sometido a criterios de mercado para vender más libros. Su rebeldía e integridad tal vez explican la fascinación que sigue ejerciendo sobre los lectores hambrientos de autenticidad y coraje.