Diego Roel. Foto: Archivo del autor

Diego Roel. Foto: Archivo del autor

Letras

Diego Roel roba la identidad de Robert Walser: alta poesía en el libro que ganó el Premio Loewe

El autor argentino se desdobla en la personalidad de Walser para ficcionar el hallazgo de unos textos que se leen como si fueran reales. 

13 marzo, 2024 02:28

Como le sucede al escritor-narrador del Quijote en el Alcaná de Toledo, aquí se parte del hallazgo de textos, nada menos que el de los cuadernos perdidos de Robert Walser, un escritor al que admiraba Franz Kafka, que a Walter Benjamin le parecía fascinante y que, entre muchos otros, ha atraído la atención de autores como Elias Canetti, Claudio Magris y la del mejor de los novelistas españoles contemporáneos, Enrique Vila-Matas.

Los cuadernos perdidos de Robert Walser

Diego Roel

Premio Loewe. Visor, 2024. 86 páginas. 12 €

Y la de Diego Roel (Temperley, Argentina, 1980), claro, quien parte de este tópico del hallazgo, ficcional, por supuesto, y da a conocer supuestos textos walserianos en este libro, excelente libro, escrito bajo el signo del monólogo dramático. Una forma, la interposición de un yo otro entre la voz del poeta y la escritura, que Roel ya había utilizado, por ejemplo, en Dice Jonás (2015), en el que quien habla es el personaje bíblico, o en Andréi Rubliov (2020), donde son este pintor medieval y varios otros más quienes toman la palabra.

Ese desdoblamiento, ese prestar el yo de la enunciación, quedaba declarado en Las variaciones del mundo (2010) al escribir "Hay una Voz detrás de tu voz". Al igual, pues, que en otros de sus escritos, el poeta argentino hace de su voz eco, aunque voz poderosa.

Como queda dicho, los cuadernos de Walser que aquí se recuperan son ficcionales, pero, como el lector del escritor suizo reconocerá, se leen como si fueran reales y es que Roel muestra conocer su obra en profundidad y la recrea con fidelidad, haciendo suyos el mundo y la escritura walseriana.

Ya en el primero de los poemas Walser anota en el sanatorio de Waldau (donde ingresó en 1929, y no sería ese su único encierro) que escribe con lápiz y en cualquier tipo de papel: son sus microgramas, textos en letra microscópica donde las haya que se ha resistido a ser leída durante años. “Mi mano busca ahora la progresiva / disolución de la letra”, escribirá Roel; es la atracción de lo mínimo, la renuncia a la vida resignado a estar internado, a la notoriedad, una especie de aspiración a la invisibilidad, “Detesto a los que se pasean por el mundo / con un nimbo de heroísmo y santidad”.

[El argentino Diego Roel gana el Premio Loewe de Poesía]

En uno de los poemas Roel hará que Walser se sienta un nuevo Rimbaud, como este un alquimista del verbo, pero en otro le hará decir "Soy un inútil", expresión que hace recordar la serie de trabajos subalternos que desempeñó Walser y que proyectó en tantos de los personajes de sus narraciones.

Roel es también el Walser de los paseos, su figura de flâneur, un paseante no de la ciudad, sino de la naturaleza: "No puedo hacer más que pasear el día entero / y escuchar en silencio lo que murmura el paisaje". De esa escucha surge una especie de misticismo –no es en vano que se diga "leo y releo / el libro de Silesius"–, de revelación –"Veo en lo pequeño y en lo débil / cosas que nadie se atreve a vislumbrar"–, por la cual puede decir que "comprendo al fin que lo de arriba / y lo de abajo / son una sola y misma cosa". Grandeza de la visión y de la palabra en lo mínimo, en lo que se tiene por insignificante.

[Robert Walser y el aroma de la vida]

Los poemas breves, casi haikus, de la sección "Escrito a lápiz", como acabó escribiendo Walser – "escribo a lápiz" se lee ya en el primer poema del libro– incluyen, por ejemplo, "El guardián del umbral me impide el paso", frase en la que todo lector reconoce la situación inicial del enigmático Ante la ley de Kafka. A Diego Roel, en este rescate del mundo de Walser, no ha habido guardián que le impidiera el paso ni tampoco a su saber poético y el resultado es un libro de alta poesía.

Canción de invierno

Cuando muera
entiérrenme en el bosque
o entre los juncos del agua.

No quiero morir en la ciudad:
no me adornen ni me vistan,
no me cubran con mortajas

Dejen mi cuerpo en la nieve
o entre los juncos del agua.