William Ospina. Foto: Daniel Mordzinski

William Ospina. Foto: Daniel Mordzinski

Letras

La pavorosa belleza en la poesía reunida de William Ospina

El escritor colombiano, uno de los más señeros del panorama lírico hispano, añade dos extensos libros inéditos a un volumen de 600 páginas y cincuenta años de escritura

11 julio, 2022 01:33

El colombiano William Ospina (Tolima, 1954), amén de ensayista (Los nuevos centros de la esfera, América mestiza, etc.) y novelista (Ursúa, El País de la Canela y La serpiente sin ojos) es autor de los libros de poesía Hilo de arena (1984), La luna del dragón (1991), El país del viento (1992) y ¿Con quién habla Virginia caminando hacia el agua? (1995). Estos y un puñado de Poemas tempranos, África (1999), así como una selección de La prisa de los árboles (un libro “inacabado”) conforman el núcleo de su poesía a la que, para esta edición, Ospina añade dos extensos libros inéditos: Más allá de la Aurora y del Ganges y Sanzetti, que ocupan la mitad de un volumen de 600 páginas y cincuenta años de escritura.

Poesía reunida
William Ospina
Lumen, 2022. 603 páginas. 23 €

En Ospina sobresale su condición de poeta, uno de los más señeros del panorama lírico hispano. Lo descubrí en la certera antología de Ramón Cote Diez de ultramar (Visor, 1992).

“Unas pocas palabras iniciales” abren estos poemas reunidos. Pronto, al leer los que recupera de sus comienzos (“trozos de espejos rotos”), se nos impone la presencia de Borges, más que un maestro. Esos particulares sonetos y muchos versos más podría haberlos escrito el argentino. Como él, utiliza prólogos al frente de sus entregas, compuestas por poemas extensos de versos interminables donde se aprecia un extraordinario dominio de las formas, la métrica (muy variada) y el ritmo, una música majestuosa y elegante por demás. No suele faltar, otro rasgo borgeano, lo narrativo y muchos son auténticos relatos y hasta novelas comprimidas.

Tampoco el arte es ajeno a su poética culturalista, propia de un impenitente, curioso y perplejo viajero que busca la belleza (Grecia, Italia, España, Francia, como se comprueba en La prisa de los árboles o en Sanzetti). Y de un incansable lector. De Borges, Kafka, Nietzsche, Whitman, Hölderlin, Cervantes o Pound, a los que convierte, además, en personajes de sus propios poemas. Admirador de Humboldt (“este es el asombroso mundo que quiero”, pone en su boca) y de Picasso, Turner y El Bosco.

Destaca, en fin, el uso ejemplar del monólogo dramático, muy frecuente en su obra. O de la carta, un formato que, como la necrológica, domina.

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Ospina defiende “la sobriedad, la precisión, la pasión, la sinceridad y el ritmo” y alude a “la sagrada función de la poesía”. Otra de sus características es la épica, omnipresente en El país del viento, un libro inspirado y unitario por donde circulan las “voces” de mongoles, sioux, vikingos o dakotas. Y la de Lope de Aguirre. Las que constituyeron América. “Después del mar, todo adversario parece pequeño”. La historia es otro lugar común. Relacionado, claro, con el pasado y con el tiempo: “arquitecto de escombros”, “que transforma todo en magia o leyenda”.

Mención aparte merecen los dos libros inéditos que incorpora. Más allá de la Aurora y del Ganges surge de dos viajes a la India, a “lo ilimitado”. “A cinco guerras de distancia”. Esta suerte de diario integra lo que un viajero puede captar de ese país de dioses y muchedumbres. “¿Tú sabes que es la India? / El universo, todo”.

Se aprecia un extraordinario dominio de las formas, la métrica y el ritmo, además de una música majestuosa

Sanzetti contiene 171 poemas de doce versos divididos en tres estrofas. Todos con la letra inicial de cada verso en mayúscula. El ritmo (abundan los alejandrinos) es un tanto recurrente. Prima la imaginación, las asociaciones sorprendentes y cierta irracionalidad.

Este es un libro denso, sí, para leer despacio. La poesía de Ospina atrapa, sin duda. “Los lectores hallarán aquí una obra de gran complejidad y hondura, con una enorme belleza verbal”, resume Héctor Abad Faciolince.

Emily

Damas tan exquisitas volando entre los tréboles,
Muertos tan sosegados brotando en verde al día,
Y una hora tras otra con sus rostros de diosas
Y mi perro tan grande y aún con miedo a la música.

Oye la voz del río en las barbas de Homero,
El metal tiene el timbre para hablar de la muerte,
Pero unos versos de Emerson desde ayer me persiguen,
Sólo logro escondérmeles en la luz de la ardilla.

Morir, sí, pero alumbran los grillos del verano;
Morir, pero los arces lloran miel entre hogueras;
Morir, pero me atrapan esas lunas de escarcha;
Morir, pero otra vez empieza el Paraíso.