Luis Antonio de Villena. Foto: Milenio

Luis Antonio de Villena. Foto: Milenio

Letras

'La belleza impura' de Luis Antonio de Villena, elegías culturalistas de su poesía completa

El poeta incluye un conjunto de inéditos en un volumen que reúne todos sus poemas, repletos de evocaciones de otros tiempos donde prima el deseo 

29 junio, 2022 02:16

“A thing of beauty is a joy for ever” —el verso inicial de Endymion de John Keats, “Es una cosa bella una eterna alegría” lo ha traducido José Luis Rey— es una de las citas dispuestas como lema en Sublime solarium (1971), primer libro de Luis Antonio de Villena (Madrid, 1951), quien no ha abandonado a lo largo de los años esa convicción que une belleza a eternidad. En 1989, al publicar una de las recopilaciones de su poesía, la tituló Villena La Belleza impura, expresión que da nombre ahora a la reunión de su obra poética, la de todos sus libros publicados más un conjunto de poemas inéditos, algunos de un libro en preparación.

La belleza impura
Luis Antonio de Villena
Milenio, 2022. 1.636 páginas. 89 €

Poeta esencial de las últimas cinco décadas, Villena es autor de una extensa obra que incluye un buen número de libros de narrativa y de ensayo sobre asuntos literarios y culturales; también ha traducido textos clásicos y modernos, y colabora en la prensa, todo lo cual ha ido haciendo de él una personalidad relevante de la cultura contemporánea.

Su presentación en Antología del amor y de la muerte (1971) de Antonio Prieto, una de las antologías decisivas de aquellos años de profunda renovación de la poesía española, y el libro antes citado de Villena de ese mismo año dieron a conocer a un poeta en las claves del venecianismo, una de las formas del esteticismo, heredero del modernismo.

La evocación de personajes y escenarios de otro tiempo, un léxico muy cuidado, nada conversacional, el mimo también en las formas rítmicas, la frecuentación del poema en prosa —nunca abandonado—, suponían un alejamiento de la realidad —la de la España del franquismo y la de las prácticas poéticas más al uso— para crear otra, que rechazaba lo inmediato. Así, el poema venía a ser una invitación a una belleza que se tenía por imposible, a una vida más alta, más culta, más viva.

Con una extensa y bien asimilada cultura que abarca desde la antigüedad grecolatina a los grandes poetas modernos y simbolistas —Ezra Pound, por citar uno muy significativo—, pero también a lo oriental, sus poemas evocan un mundo ido, a través de personajes, exóticos a veces, que serían modelos de cultura, de arte, de vida. No faltan en esta poesía el monólogo dramático, esa forma de la poesía inglesa que cultivó Luis Cernuda, poeta, por cierto, fundamental en la poética de Villena y a quien, no es dato menor, dedicó su tesis de licenciatura.

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De Hymnica, publicado en 1979, escribe el poeta que “abrió plenamente el contacto entre mi poesía y mi realidad”. Y es que, sin renunciar al eco culto, basta reparar en el título para comprender que el poema incorporaba el cuerpo deseado, la belleza hecha carne, el sexo homoerótico, y ello, además de que se decía con resultado poético, no puede desvincularse de la acción política de liberación del tiempo de represión.

Esta temática irá reapareciendo en los posteriores libros de Villena y también en sus escritos en prosa, no pocas veces con elementos que permiten, o exigen, pensar en un cierto autobiografismo, vida llevada al texto sin dejar atrás por ello el idealismo de los inicios. En este sentido, destacaré Imágenes en fuga de esplendor y tristeza (2016). Va vinculado todo ello a un giro de lenguaje al llevar al poema lo que el propio poeta llama con expresión latina el sermo urbanus, la lengua de la calle, y el cuerpo y la sexualidad se dicen entonces sin tapujo alguno.

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Y no puede quedar sin decir que, pese al goce llevado al poema, esta obra poética está marcada por un tono elegíaco, por un recordatorio del único destino cierto: la muerte. En resumen, La Belleza impura ofrece al lector una obra poética esencial de este tiempo.

Vestuario

En un día de julio, de sol maravilloso.
Acabado el partido, ceñí con una tela
empapada en agua tu frente sudorosa:
El largo cabello negro se te rizaba encima.
(Parecía la cinta antigua de los vencedores.)
Y mientras me narrabas, y arrojabas
al suelo la roja camiseta humedecida,
curaba yo un rasguño en tu rodilla,
y pues aún sangraba, le apliqué los labios
y la lengua. No sé qué me dijiste, sonriendo.
La sangre y el sudor nunca fueron tan dulces.