'Saturno devorando a un hijo' (1636-1638), de Pedro Pablo Rubens. Foto: Museo del Prado

'Saturno devorando a un hijo' (1636-1638), de Pedro Pablo Rubens. Foto: Museo del Prado

Letras

'El dilema humano', cómo vivir con pesimismo

El antinatalista David Benatar publica una entretenida monografía sobre los dilemas de la existencia humana, que quiere ser accesible sin renunciar a la seriedad

18 junio, 2022 02:54

Pocos filósofos contemporáneos pueden presumir de un sello tan personal como el sudafricano David Benatar (1966), conocido por sus argumentos antinatalistas y por abogar por la gradual extinción de la especie humana. Preocupados como estamos por el futuro de la humanidad en un planeta cuyo clima se está transformando, he aquí un pensador capaz de mostrarnos lo malo de lo bueno: si nadie existe, viene a decirnos, nadie sufre. Huelga decir que su razonamiento choca contra el arraigado instinto biológico de supervivencia del ser humano.

El dilema humano: Una guía sin adornos sobre los grandes interrogantes de la vida
David Benatar
Traducción de María Hernández. Alianza, 2022. 243 pp. 20,95 €

Sin embargo, el antinatalismo resuena con fuerza en sociedades que experimentan un rápido envejecimiento; como si nos hubiéramos empeñado en averiguar qué aspecto presenta una humanidad melancólica. De ahí que haya de saludarse la publicación de esta entretenida monografía sobre los dilemas de la existencia humana, que quiere ser accesible sin renunciar a la seriedad y que se ve adornada por una saludable claridad anglosajona.

Paradójicamente, las grandes preguntas pueden definirse como aquellas a las que dedicamos menos tiempo que a las demás: ¿tiene sentido la vida, merece la pena vivirla, cómo enfrentarnos a la mortalidad? Y no solo porque los humanos no podamos soportar tanta realidad, como dice la cita de Eliot a la que recurre nuestro autor, sino por la angustiosa certidumbre de que jamás podremos darles una respuesta “correcta”. Por mucho que nos esforcemos, el interrogante metafísico de Kant –“¿qué puedo conocer?”– no se deja responder de una manera concluyente.

Por su parte, Benatar avisa al lector de que su punto de vista puede resultar desalentador: a su juicio, la existencia es una trampa de la que no podemos escapar. Descartados los consuelos de la fe, que sin duda son de ayuda para quien la atesora, el pensador sostiene que la vida es mala y la muerte también; el sentimiento trágico del que hablaba Unamuno estaría, por tanto, plenamente justificado. De ahí que, como explicaba Freud, desviemos la mirada; nos olvidamos de nuestra propia muerte, que a duras penas podemos imaginar, a fin de poder vivir. El problema, advierte Benatar, es que no gozamos de la “calidad de vida” suficiente: todas las vidas contienen más males que bienes. Y si la vida no solo carece de propósito, sino que además está llena de sufrimiento, ¿para qué vivir?

Para el antinatalista Benatar la muerte no es tampoco la solución al problema de la vida

Pero el antinatalista que es Benatar no concluye que la muerte sea la solución al problema de la vida, ya que ella misma constituye un daño para quien la sufre; asunto distinto es sostener que quien no llega a vivir tampoco sufrirá: una proposición irrefutable que no por ello solemos hacer nuestra. Para colmo, Benatar no está seguro de que la inmortalidad fuese buena, aunque concede que podría serlo bajo ciertas condiciones. En cuanto al suicidio, no deja de ser una salida trágica; incluso si es una respuesta racional y moralmente aceptable para quien lo lleva a término. Ante tal panorama, ¿no sería preferible creer en lo que nos haga la vida más llevadera?

Si bien aclara que no desea amargar la vida a nadie, Benatar sostiene que las falsas ilusiones son peligrosas: ¿acaso no perpetúan la especie? Su antinatalismo es reiterado en estas páginas, donde presenta el nacimiento de nuevos seres humanos como “un esquema Ponzi procreador”. Ocurre que eso no resuelve tampoco el problema de lo que haya de hacerse con uno mismo. Su apuesta es un “pesimismo pragmático” que mire la existencia de frente sin obsesionarse con sus aspectos menos edificantes y que nos ocupe en la tarea de mejorar la calidad de vida de los demás humanos y de los animales; sin crear, claro, nuevas vidas por el camino.

No es una conclusión demasiado original: el libro termina con una suerte de anticlímax. Y se parece, en eso, a la vida misma.