Juan Aparicio Belmonte. Foto: Elena Palacios

Juan Aparicio Belmonte. Foto: Elena Palacios

Letras

Juan Aparicio Belmonte: "En dos siglos, la gente hará bromas con el Holocausto y no pasará nada"

El escritor publica 'Pensilvania', una novela escrita en segunda persona y marcada por los hechos biográficos, lo que supone un nuevo rumbo en su narrativa

9 junio, 2022 02:09

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Convencido de que habla menos fluido de lo que escribe, advierte al otro lado del teléfono: “vas a tener que editar”. Juan Aparicio Belmonte (Londres, 1971) despuntó en 2003 con la novela Mala suerte, reconocida con el I Premio de Narrativa Caja Madrid y el III Premio Memorial Silverio Cañada, que se otorga en la Semana Negra de Gijón. Desde entonces ha sido catalogado en el 'noir', pese a que las temáticas trascendían el registro y el autor, que no calcula lo que escribe, según reconoce, se abismaba en un género u otro instintivamente. Con Pensilvania (Siruela) ha roto la baraja, aunque no renuncia a volver sobre el camino andado.

Cuando muere un ser querido, es la vida de quien se queda en el mundo la que pasa por delante de sus ojos. Es lo que viene a decirnos Aparicio en el arranque de su nueva novela, una narración en segunda persona dirigida a una mujer que acaba de morir. Rebecca, la dueña de la casa en Estados Unidos donde vivió el autor durante su etapa adolescente, es la destinataria de este texto autobiográfico —con los matices propios que se supone a una ficción— y repleto de momentos divertidos e incluso delirantes, como cuando un perro le sirve de metáfora sobre el servilismo y, de pronto, nos vemos inmersos en una anécdota de una vez que comió macarrones.

Pensilvania conserva el humor negro característico e “involuntario” de Aparicio, que mantiene correspondencias con Woody Allen en torno a la premisa de que la comedia es el resultado de sumar tragedia y tiempo, tal y como se alude en la novela. Su oficio impartiendo talleres literarios lo lleva a reflexionar sobre la escritura, de la que destripa su propio método. “La ficción no es más que memoria que se recicla con la alteración insensata (…) del trabajo imaginativo”, se lee en la obra del autor, que parece avisarnos: los hechos son reales y puede que cuente alguna mentira, pero será verdad.

Pregunta. Este libro presenta muchos apuntes biográficos, pero entiendo que sin una dosis de ficción sería imposible que se transformara en un producto narrativo. ¿Esto es lo que ahora llaman autoficción?

Respuesta. Si por autoficción se entiende que te pones con tu nombre y eres el personaje principal, sí. Pero esto solo depende del nombre del personaje, es algo anecdótico. A partir de una novela basada en acontecimientos autobiográficos, es caprichosa la elección de si te pones a ti mismo o si pones a un personaje claramente identificable contigo con otro nombre.

P. Sin embargo, “cuando me pongo autobiográfico, siempre termino mintiendo”, se dice en un momento. ¿Qué postura mantiene ante esa eterna correlación entre realidad y ficción en la literatura y cómo ha calibrado esa dualidad?

R. Una cosa es lo que nos pasa en la vida real y otra es cómo lo contamos. Esta novela selecciona y discrimina unos datos de mi biografía para transformarla en novela, pues no se puede contar todo. En esa selección, ya hay un sesgo que modifica la realidad tal y como fue. La novela es metaliteraria porque dialoga consigo misma y hay una serie de convicciones que, al mismo tiempo, expreso y pongo en funcionamiento en el texto. Una es que dentro de la novela, es más importante la emoción que los datos verídicos de lo que ocurrió. Hay más verdad en la emoción de lo que uno sintió que en el recuerdo fotográfico que tiene. El recuerdo es muy poco fiable y yo sé que tiendo a la exageración involuntariamente, pero lo que queda y sí es veraz es el sentimiento adherido a lo que vivimos.

"Hay más verdad en la emoción de lo que uno sintió que en el recuerdo fotográfico que tiene"

P. Sobre la “tendencia a exagerar”, también aludida en la novela, ¿cuánto de lo biográfico ha sido sobredimensionado?

R. Los elementos menos traumáticos de mi vida personal han sido exagerados para que estén en igualdad de condiciones con los más traumáticos. Hay tres hitos que no están exagerados porque fueron suficientemente conflictivos para generar una narración: la estancia en una casa norteamericana tan distinta a la mía, una visita hospitalaria por una afección cardiaca grave y una agresión callejera. A partir de aquí, lo demás está manipulado para que cuadre con lo demás. Por ejemplo, hay personajes que sintetizan a tres personas, pero a nadie le interesa eso. Lo que tengo que conseguir es que las peripecias de personaje interesen por lo que logra la propia novela, no por quien soy yo, que no soy nadie para el lector.

>>Con respecto a los hitos trágicos, no fueron cómicos cuando los viví, pero con el tiempo una tragedia se puede convertir en comedia, como decía Woody Allen, así que están narrados de una forma menos sórdida de lo que fueron en realidad. Dentro de dos siglos, la gente hará bromas con el Holocausto.

P. Si tuviera que etiquetar esta obra, ¿en qué genero cree que encajaría mejor?

R. Es una novela, en tanto que he tenido que distanciarme del personaje para conseguir sacar de él emociones que no estaban solo en mí. Las coordenadas eran personales pero el trabajo ha sido el mismo que siempre. Por otro lado, podría ser lejanamente emparentada con el género epistolar.

P. ¿Cómo de importante fue Rebecca para escribirle una novela en segunda persona?

R. Todo surge a partir del silencio que deja su muerte. Es un desahogo emocional y un repaso vital a partir de un elemento crucial en la formación de mi personalidad cuando era adolescente: la vivencia en la casa de una mujer que, con su muerte, me di cuenta de que me quiso mucho y también me quiso mucho, pero teníamos puntos de vista que chocaban constantemente. Creía en Dios como los evangélicos más extremos y su misión era salvarme del infierno. Ese choque, y a la vez la cercanía afectiva, ha generado la confusión personal que hace que con su muerte haya sentido el deseo de dar orden y sentido a esa experiencia.

"Empecé a escribir para descansar de mí mismo y ahora tengo una vocación cercana a la del actor cuando interpreta"

P. En términos narrativos, ¿qué le ofrecía ese personaje y por qué en segunda persona?

R. En realidad, empecé a escribir de una manera un tanto intuitiva, pero poco a poco me di cuenta de que cobraba vida, se independizaba de mí y tenía potencial de novela. Como personaje, lo más interesante de Rebecca son las turbulencias que provoca en el narrador: cómo, por un lado, él rechaza lo que ella le ofrece, pero por otro recibe afecto por su parte. Esa contradicción es lo que creo que hace que la novela funcione.

P. Esto sucede hacia el final de la niñez y el inicio de la adolescencia, donde se produce un conflicto. En la novela, a veces parece idealizada y otras desmitificada.

R. No hay que confundir lo que dice el narrador y lo que yo pienso. Yo marco la distancia entre la niñez, que tiene que ver con lo mágico y es irrepetible aunque tiene periodos muy duros, y la adolescencia, ese tránsito desagradable para la mayoría. La infancia es un periodo muy intenso y le doy un sesgo positivo, a sabiendas de que no siempre es así.

P. “Nunca escribo para molestar, sino para molestarme”, dice en otro pasaje. En general, se advierte un cierto rechazo al exhibicionismo y a la literatura condescendiente.

R. Ante todo, soy muy pudoroso. Empecé a escribir para descansar de mí mismo y ahora tengo una vocación cercana a la del actor cuando interpreta. Una de las cosas que me tiene contento de esta novela es que el personaje no queda en ridículo. He conseguido transformarme en el personaje que narra, y quizás me identifico con él, pero no soy él. Lo peor que le puede pasar a un escritor es que pierda el control de lo que escribe y aparezca de una manera tan descarnada, por mucho que piense que está siendo muy honesto conmigo mismo.

"La vanidad es inevitable para el escritor y bajo cierto control puede ser benéfica"

P. También habla de la vanidad en los escritores, desde la autocrítica. Es una atribución muy asumida, ¿no le parece?

R. Sí, porque la vanidad es uno de los motores de la escritura. Bajo cierto control puede ser benéfica y, además, creo que es inevitable. Escribimos para que nos lean y está bien; otra cosa es convertirse en un chiflado y pretender aparecer en todos los foros.

P. Esta vez ha abordado todos los temas recurrentes de su obra: la familia, el entorno urbano, etc. ¿Pero no hay un protagonismo especial para la escritura?

R. Tienes razón. Hay algo de manual de escritura, puede que porque llevo muchos años impartiendo talleres. Sí, he querido volcar algunas convicciones narrativas al hilo de estas experiencias biográficas. Si me expongo a mí mismo como personaje, la realidad es que yo me dedico a dar talleres de escritura y a escribir, por lo que me parecía necesario exponer todo esto para dar credibilidad al personaje.

P. ¿Se puede enseñar a escribir o a lo que se enseña es a leer bien?

R. Se puede ayudar a que la persona mejore. Es como el personaje que se matricula en Bellas Artes. Cualquiera que tenga cierta experiencia como lector y algunos conocimientos de novela, sabe que no va a convertirse en Cervantes. Solo los más ingenuos pueden llegar a pensar que en estos cursos se proporcionan fórmulas mágicas. Dicho esto, yo he visto cómo se mejora, indudablemente, pese a que los talleres de escritura creativa no tienen el reconocimiento en universidades, como sí ocurre en países anglosajones.

Juan Aparicio

Juan Aparicio Elena Palacios

P. ¿Dónde coloca este libro a lo largo de su trayectoria?

R. Es un cambio, sin duda, como abrir otra puerta. Tengo una personalidad muy marcada: quien lea esto y haya leído otras cosas, reconocerán unos elementos que son propios de lo que yo escribo, pero es verdad que he tomado otro camino que va por lo autobiográfico y quizás me ha ayudado a que las cosas no se despeguen demasiado de lo verosímil, un riesgo que a lo mejor he asumido antes: la caricatura o el sarcasmo.

P. A propósito, sigue muy vigente el humor negro. ¿De dónde procede?

R. Creo que no tiene que ver con lecturas, sino que es innato. De hecho, con algunos textos que escribo y pienso que no son humorísticos, alguna gente luego me dice que se ha reído. Desde luego que no es algo voluntario, sino una forma que tengo de estar en el mundo. Yo me tomo las cosas más en serio que la mayoría de la gente y cuando me ocurren, me afectan mucho, pero cuando repaso lo que he vivido tiendo a quitarlas importancia. Eso es lo que genera el humor: poner distancia sobre lo vivido. Fíjate en esta entrevista lo serio que he estado. Igual si me pongo a contarla, lo haría de una manera humorística, pero no: yo soy muy serio.

P. A mí me parece que, además de interesante, la entrevista ha sido muy entretenida.

R. Sí, es verdad. Para mí también ha sido un placer.