Juan Antonio Masoliver Ródenas. Foto: Edu Gisbert

Juan Antonio Masoliver Ródenas. Foto: Edu Gisbert

Letras

Masoliver Ródenas, de llanto y erotismo

La sensualidad y los símbolos opresivos de la religión convergen en los versos de 'La plenitud del vacío', el nuevo libro del poeta barcelonés

13 abril, 2022 03:33

Juan Antonio Masoliver Ródenas (Barcelona, 1939), crítico literario y ensayista, fue catedrático de la Universidad de Westminster de Londres. Ha publicado cuatro novelas, tres conjuntos de relatos, un volumen de memorias. Ha traducido a Vladimir Nabokov, Carson McCullers, Djuna Barnes, Cesare Pavese. Su Poesía reunida fue editada por Acantilado en 1999. Posteriormente, han salido a la luz cuatro de sus poemarios.

La plenitud del vacío
Juan Antonio Masoliver Ródenas
Acantilado, 2022. 144 páginas. 14 €

La plenitud del vacío, nuevo libro de versos de Masoliver Ródenas, reúne ciento veinticinco composiciones. Ninguna de ellas lleva título. La obra se inicia con una confesión: “Ahora lloro / porque suelo llorar en mis poemas”. Desde el principio, la sinceridad se impone con imágenes poderosas y el poeta no oculta su fascinación por las mujeres. La presencia femenina destaca en los recuerdos del escritor que evoca playas, bullicio, risas, escaleras.

Con frecuencia, Masoliver Ródenas reconoce su desvalimiento ante la amada. Nos comunica que vive en un pozo y ve su imagen de Adonis vencido frente al espejo. A veces su amante, abandonada en un acantilado, comparte esta derrota. Bajo un cielo roto, el autor llena con palabras su gran vacío. Impresiona la angustia con que llama a una puerta: “Llamo como quien busca / una lápida que ha olvidado / y cree que la hierba / que crece / tan ajena a la muerte / es la vida / del que está muerto”.

Sin embargo, Juan Antonio Masoliver Ródenas no queda paralizado por el pesimismo. Rememora los juegos de sus padres en un jardín, observa una calandria dormida sobre una rama, rinde homenaje al escritor Andrés Sánchez Robayna, hace seis preguntas perspicaces a Enrique Vila-Matas. Cita a autores clásicos y resalta a quienes representan lo contrario de los que siembran esterilidad y cubren de sangre las tierras.

También menciona a los amigos (Jordi Royo, Iago Pericot, Martín de Riquer, Jacobo Siruela, Inka Martí, Vicente Rojo, Miguel Villà, Jacinto Ros), que encarnan su respuesta positiva a la muerte constante, el rencor, la sombra turbadora o el llanto de la madre en una vivienda deshabitada. La sensualidad surge en buena parte de sus versos: una vecina desnuda canta y riega los geranios, el poeta alude a pubis y pechos, revive escenas eróticas.

En no pocas páginas, Masoliver Ródenas opone la lujuria a los símbolos opresivos de la religión. Y a menudo constata que somos prisioneros del fracaso: “Una mano lejana / que acaricia nuestro rostro. / Y luego la oscuridad de un túnel / espesa como barro / hasta llegar al vacío / del que nunca saldremos”.

Prisioneros del fracaso

Si en La plenitud del vacío sobresalen las imágenes de tristeza profunda (el amor convertido en herida, una mujer que baja por una escalera y llega al corazón muerto del poeta, un piano enmudecido), tampoco faltan expresiones de rebeldía contra la desolación. Entre náufragos que gimen, fruta podrida y seres agonizantes, el escritor solitario admira el coraje y la lucha de los animales: perros que ladran en los recuerdos, serpientes, arañas extraviadas en su tela, gallos, alacranes ciegos.

Define a los vencejos “como pequeñas noches / en plena luz del día”. Cerca, se suceden paisajes con lodazal, ceniza y zarzas mientras la melancolía recorre las calles del Masnou, pisa la arena de la playa de Ocata y los guijarros de Altea. ¿Existe aún alguna clase de consuelo? “Nada, como las palabras / todavía sin escribir / a las que trato de asirme / para recuperar / lo inmensamente perdido”.

Al final, no todo es derrota: la calidad literaria prevalece. Juan Antonio Masoliver Ródenas y su libro La plenitud del vacío, editado con gusto, ofrecen un refugio de belleza en medio de la desesperación.

La última vez que te vi
fue en el acantilado de las ortigas,
rota, abandonada, secos
los lagrimales y aquel vello
que fue rocío. Y labios
a punto de decirme
lo que ahora trato de escuchar
como se escucha el silencio
de lo que fue. Destrozada
como una muñeca en el armario
de la infancia. Y yo desciendo
al precipicio, a todo su vacío,
al abrazo sin brazos.
Y veo el mar que se esparce
en la plenitud de lo nunca amado.