Fotograma del documental 'Para Sama', de Waad al-Kateab y Edward Watts

Fotograma del documental 'Para Sama', de Waad al-Kateab y Edward Watts

Letras

Siria, 10 años en jaque por la guerra

Cuando se cumple el décimo aniversario del estallido violento, algunos de sus narradores habituales nos hablan del pasado, el presente y el futuro del conflicto

12 marzo, 2021 18:28

“¿Y esta gente dónde está? Me preguntan mis amigos cuando reviso el material que tengo grabado. Pues muertos. Es que es lo único que tengo. Muertos y muertos y muertos”. Enfrascado en el trabajo de su próximo proyecto, un documental por los diez años de la guerra en Siria, Antonio Pampliega no se olvida de su paso por allí. Narrador habitual del conflicto en sus primeros años, su voz es una de las que junto a las de Mikel Ayestaran, Hernán Zin, Mónica G. Prieto o Javier Espinosa, entre otras, compusieron el relato de la revuelta siria, primero con sus crónicas de guerra, más tarde con la publicación de varios libros o documentales. Diez años después, lo cierto es que cuesta vislumbrar, debajo de los escombros, los millones de refugiados, las víctimas, los muertos, la miseria económica y la ruptura social; el país que fue en el pasado.

Hasta la guerra, al menos, Siria parecía otra cosa. “Tenía ese saborcillo de los países típicos de la antigua URSS, con las necesidades básicas de la mayor parte de la población, como educación o sanidad, cubiertas —cuenta Ayestaran—. La gente era pobre pero no era miserable. No veías hambre. Era un país. Era algo. Aun con esa especie de cortina del régimen que cubría toda su cultura, parecido a lo que había en Irak con Sadam”.

“La intervención del Estado Islámico devoró una revolución que nació como un movimiento laico, pacífico y con unas exigencias absolutamente legítimas”. Mikel Ayestaran

Autor de varios libros sobre los conflictos en la región —Oriente medio, Oriente roto y Las cenizas del califato—, el periodista, afincado hoy en Jerusalén, conocía Siria desde 2006, año en que empezó a cubrir la información en Irak. “Cuando terminaba de trabajar la mayoría de la gente se iba a Amán, a mí siempre me gustó más Damasco”, admite. Siria era, de hecho, un país aparentemente abierto para los extranjeros. Cuando Bashar al-Ásad sucedió a su padre Háfez, después de un gobierno de 29 años, y tras la muerte de su hermano mayor Basel, algunos quisieron ver cierta apertura del régimen y una voluntad política más reformista en aquel joven que había estudiado Oftalmología en Inglaterra. Fue un espejismo.

Los inicios de la guerra siria

Fue el 6 de marzo de 2011 cuando un grupo de quince chicos, contagiados por el espíritu de las revueltas de la Primavera Árabe, decidieron pintar en un muro de la ciudad de Daraa varias proclamas contra el gobierno de Bashar al-Ásad. "Arrestados, los niños fueron torturados —les golpearon y les arrancaron las uñas—, y solo salieron libres después de que las presiones de las familias, animadas por las autoridades a olvidarse de ellos y a "concebir otros hijos", se transformaron en manifestaciones que serían reprimidas a tiros", relataban Mónica G. Prieto y Javier Espinosa en Siria, el país de las almas rotas (Destino), donde los corresponsales analizaban las raíces y derivas del conflicto.

Imagen de 'Para Sama'

“Los primeros años, sobre todo 2011 y 2012, la revolución era una fiesta —recuerda Pampliega hoy—. Era un pueblo que se levantaba contra una dictadura que llevaba cuarenta años en el poder. Lo único que pedían era libertad, como habían hecho en Túnez y Egipto. ¿Qué pasó? Que la revolución pacífica se tornó en una guerra civil bastante sangrienta”. Después, lo que quedó de aquellos inicios, arguye Espinosa, es que “todos eran terroristas. No era así. Al principio la gente quería democracia, libertades y más justicia. Y después, a causa de la represión, llegó todo lo demás. Pero eso no se puede olvidar porque si no —lamenta—, nos quedamos con una imagen falsa de lo que está ocurriendo”. 

El fracaso de la “primavera siria”

En meses, la revolución pasó de fiesta a tragedia. “Los sirios no tenían detrás el empuje de potencias extranjeras que sí tenían los libios —explica Pampliega—. Ellos se levantaron y todo el mundo les dio la espalda. Recuerdo que, en una entrevista, un general me dijo: 'Si Europa o Estados Unidos no nos apoyan, buscaremos a quien nos apoye y en ese momento el problema no será nuestro, será vuestro'. Y fue así como ocurrió”.

Desde combatientes chinos hasta grupos extremistas de todo el mundo, además del determinante apoyo de Rusia, Irán o Hezbolá al ejército sirio, transformaron el mapa del país en un crucigrama difícil de resolver, con alianzas inimaginables hasta la fecha. “La intervención del Estado Islámico, que consiguió militarizar a toda la oposición y liderarla —opina Ayestaran— devoró una revolución que nació como un movimiento laico, transconfesional, pacífico y con unas exigencias absolutamente legítimas”.

“La guerra la puedes contar desde el frente de batalla, desde el hospital o desde los traumas de la gente. A mí me gusta contar lo que pasa por dentro de las personas”. Hernán Zin

De aquella intervención sacó provecho hasta el propio al-Ásad que la utilizó para dar la vuelta a su situación. Esa es la tesis que tanto Espinosa como García Prieto apuntaban en su libro sobre Siria. “Si tienes enfrente al Estado Islámico puedes aplicar la tesis de George Bush de que no hay líneas rojas en la lucha contra el terror y bombardear ciudades enteras”, coincide Ayestaran.

Y no hubo límites. Ante la impasibilidad de la comunidad internacional y del propio Obama y “sus líneas rojas”, el uso de armas químicas por parte del gobierno sirio en 2013 no obtuvo respuesta. “Se cruzaron todos los límites y nunca tuvo consecuencias —denuncia G. Prieto—. Eso alimentó al régimen, que se vio ganador, y entendió que no tenía tampoco que frenar las masacres y matanzas o la represión, porque el tiempo le fue dando la razón. Hoy en día al-Ásad es un combatiente contra el terrorismo más y su imagen ha quedado bastante limpia a nivel internacional”.

Siria, hoy

Diez años después, la estampa de Siria es un amasijo de palabras revueltas entre edificios derruidos, ruina económica y una nación socialmente descompuesta. “El país está destrozado y la situación que se vive ahora mismo a nivel humanitario es preocupante. Hay una destrucción física muy fuerte en la mitad del país —relata Ayestaran—. Medio país está arrasado. Pero, como vimos en Líbano después de la guerra civil, eso con el tiempo se va a reconstruir. El problema aquí es que se ha roto todo lo que es el tejido social del país. Estamos hablando de millones de desplazados y de refugiados. Medio país está fuera de Siria ahora mismo. Y además se ha producido una ruptura definitiva entre confesiones. ¿Cómo se va a recomponer algo así fácilmente?”, se pregunta el periodista.

En palabras de Espinosa estamos ante un “Estado fallido”. “Tiene un nombre como Estado, pero no funciona como tal. Hay una carestía económica brutal, en el sentido en que la gente ha tenido que reducir el número de comidas diarias. Casi no hay electricidad en todo el país y el Covid está haciendo estragos por doquier, tanto en la zona gubernamental como en la rebelde”.

“Siria se ha convertido en un agujero negro donde se escribe a lo mejor un 10% o incluso un 5% de lo que se solía escribir en 2012 o 2013. Ahora ya no interesa”. Javier Espinosa

Siria se ha transformado de hecho en un país manirroto que ha castigado también a todos los que decidieron quedarse. “Para la gente con la que hablo —añade Ayestaran—, la situación es peor hoy en día que en el transcurso de los peores años de la guerra. No ven ningún tipo de salida, sobre todo porque la crisis económica que tienen es abismal. Muchos lamentan no haberse ido en aquel aluvión que hubo en 2015. Confiaban en que con la posguerra, cuando ya acabara la violencia, las cosas se llevarían mejor. Lo que pasa es que la moneda está hundida, el país está bloqueado y no parece que el régimen tenga capacidad para sacar esto adelante”, opina.

5,6 millones: el drama de refugiados sirios

Pero para muchos de los que se fueron, las consecuencias tampoco fueron mejores. A lo largo de estos diez años, más de 5,6 millones de sirios han abandonado su hogar. Ellos son la otra cara de la historia. Cuando en septiembre de 2015, Hernán Zin, que estaba rodando un documental en África sobre la caza de elefantes, vio en la televisión la imagen del niño Aylan ahogado en las costas de Lesbos, lo dejó todo y se plantó allí.

Imagen del documental de Hernán Zin, 'Nacido en Siria'. Foto: Netflix

Durante un año hizo cuatro veces todo el camino desde la frontera turca hasta Alemania, con distintas familias, distintos niños y en distintos momentos. “Mi ambición era cubrir todas las rutas. Quería que ese éxodo, el mayor desde la Segunda Guerra Mundial, estuviera cubierto desde todos los ángulos posibles y desde la perspectiva de los niños, porque su mirada y sus razonamientos son muchas veces incontestables y nos ponen en evidencia como sociedad”.

El resultado, siguiendo la estela de su anterior trabajo Nacido en Gaza, fue su documental Nacido en Siria, donde seguía la trayectoria de varios niños sirios y sus familias. “Todos tenían una historia trágica. La sociedad siria era muy próspera. La gente tenía una vida: un coche, una casa, una tienda, un taller, eran ingenieros, abogados, arquitectos... y de pronto se vieron obligados a huir con lo puesto. Eso me parece todavía más duro”, añade Zin.

El papel de la prensa en la guerra siria

Hoy, la presencia de la prensa es casi anecdótica en el país. Con la pandemia mucho más. Los últimos en viajar hasta allí han sido Ayestaran y Espinosa, y fue antes del Covid. “El acceso es hoy muy limitado con respecto al que se había al principio de la revuelta. Siria se ha convertido en un agujero negro donde se escribe a lo mejor un 10% o incluso un 5% de lo que se solía escribir en 2012 o 2013. Ahora ya no interesa”, señala Espinosa.

Lo más mediático ya ha pasado, coincide Ayestaran. “Ahora estamos en un momento más interesante, que es la posguerra, y ahí la prensa extranjera está jugando un papel nulo porque apenas hay presencia. Han sido unos cuantos años en los que hemos comido y cenado con Siria en los informativos y al final el umbral del dolor ha estado tan alto que para que haya una noticia tienes que tener atentados de más de 50 o 60 muertos. Es así de triste”, dice.

“Estás acostumbrado a ir a la guerra y no ver nada hasta que llegas a Siria. Allí un día en un hospital equivale a quince guerras de las que había hecho antes”. Antonio Pampliega

Escribe el periodista en Oriente Medio, Oriente roto que Siria ha sido el conflicto más complicado y peligroso al que se ha enfrentado. “Complicado porque si me dices en 2011 que Bashar al-Ásad iba a seguir en el gobierno te habría dicho que era imposible —explica—. Y ahí siguen él y toda su cúpula. También por la cantidad de actores externos que había en juego y por los palos de ciego que hemos dado desde Estados Unidos y Europa. Nadie conocía bien Siria. Ese ha sido uno de los grandes problemas”.

Como cualquier guerra, tampoco es un país especialmente seguro. En 2020, el Observatorio Sirio por los Derechos Humanos contabilizaba un total de 380.000 muertos, a los que había que sumar los 88.000 asesinados bajo tortura en las cárceles del régimen. Los secuestros indiscriminados a periodistas, los bombardeos y el número de agentes implicados lo convertían, además, en un país particularmente peligroso para los reporteros.

“Desde el punto de vista de la seguridad —explica Ayestaran— era muy peligroso, incluso moviéndote como me movía yo, en las zonas bajo control del régimen donde supuestamente no había bombardeos de milicias ni aviación. En Alepo, por ejemplo, te podían bombardear en cualquier momento y la oposición estaba tan fragmentada que tú no sabías quién era quién. Por parte del gobierno se paramilitarizó tanto el conflicto que había tantos grupos por los dos lados que no sabías realmente a quién tenías delante”.

Para Pampliega, que llegó a viajar hasta en 12 ocasiones al país, nada se parece a Siria. “Estas acostumbrado a ir a la guerra y no ver nada hasta que llegas allí, pero allá un día en un hospital equivale a quince guerras de las que había hecho antes”, afirma. Víctima involuntaria de la tragedia, en su último viaje a Siria, en 2015, el periodista fue secuestrado, junto a José Manuel López y Ángel Sastre, por al-Qaeda durante 299 días. Cinco meses después de su liberación publicó sus memorias En la oscuridad, que adaptará próximamente al cine.

“Escribirlo —dice ahora— fue para mí liberador. También quería intentar que se hablara más de Siria, pero eso al final quedó en algo residual”. Parecida suerte corrió Javier Espinosa, que entre 2013 y 2014 fue retenido durante 194 días junto a Ricardo García Vilanova por el Estado Islámico, como recordaba en Siria, el país de las almas rotas.

Narrar el conflicto sirio

Y una vez dentro, ¿cómo contar la guerra? Ya antes de En la oscuridad, Pampliega había coordinado varios libros de reportajes sobre el país, Siria. Más allá de Bab Al-Salam y Siria. La primavera marchita. “Intentábamos no hablar tanto de lo que es la geoestrategia, ni los intereses, sino presentar crónicas periodísticas y muy humanas —explica—. Es muy complicado y muy farragoso explicar un conflicto que no empieza en 2011, sino que viene de mucho antes, para gente que no conoce muy bien la zona. Intentábamos dar ese lado más humano porque al final empatizas mejor con una persona que tiene nombre y apellido”.

Su último proyecto, el documental que tiene entre manos por el aniversario de los diez años de la guerra en Siria, contará una de aquellas historias humanas que sobrevivieron a la guerra. La historia de amor de su traductor con quien trabajó allí durante tres años. Fue en aquella época cuando el intérprete conoció por Facebook a su actual mujer. Con final feliz, su historia termina en Turquía con boda e hijos. “Es una historia de amor en la Siria de aquellos años, de 2012 a 2014. Con todas las imágenes que he estado rodando en los últimos diez años. Se trata de hacer una cosa diferente dentro de lo que supone ese conflicto”.

Fotograma de 'Nacido en Siria', de Hernán Zin

Es ahora, años después, cuando Pampliega, ya sin prisas, revisa su material. Pero la guerra, señala G. Prieto, a veces no te da tregua. “Cuando estás sobre el terreno tienes prisa por contarlo, prisa por mandar, porque tienes unos plazos. Prácticamente no te planteas cómo escribes. Resumes, intentas explicarlo de la mejor forma posible y a otra cosa. En cambio, un libro te da el tiempo”, reconoce al recordar el proceso de escritura de Siria, el país de las almas rotas o de su texto sobre Irak, también a cuatro manos junto a Espinosa, La semilla del odio.

“No fueron libros que publicáramos recién regresados. Tardamos dos o tres años en hacerlo. Eso te da tiempo a reposar y a unir hilos, a asociar todas las ideas que no habías asociado en su momento en el terreno y a pensar de otra manera con retrospectiva. También a cuidar el estilo. Evidentemente es mucho más agradecido que escribir un artículo, dentro de que intentáramos conservar el estilo del reportaje porque consideramos que es lo más accesible para el lector”, concede.

La guerra lejos de la guerra

Pero además, no existe un único modo de narrar un conflicto armado. Se puede, incluso, contar la guerra lejos de la guerra. Es lo que buscaba Hernán Zin cuando empezó a trabajar en Nacido en Siria. “Deliberadamente yo no quería mostrar nada de la guerra en Siria, prefería trabajar con los recuerdos —explica—. La guerra la puedes contar desde el frente de batalla, desde el hospital o desde los traumas de la gente. A mí me gusta contarlo desde el trauma. Creo que lo otro se ve y es muy claro. Son puntos de vista. Todos son válidos”, concede.

“A corto plazo es espantoso. También en Yemen, Libia o Egipto. Tanta muerte para esto... Pero siempre hay una lección. Les sirvió para saber que se podían rebelar. Ellos ni si quiera sabían eso”, Mónica G. Prieto

“Es muy válido el que está en primera línea, yo lo he estado alguna vez, y está ahí con la cámara enfrente de los disparos. Eso también es la guerra. Pero desde hace un tiempo me interesa más lo que pasa por dentro de las personas. Porque es algo que difícilmente van a superar y creo que es una materia muy interesante que en general se obvia en los periódicos”, mantiene.

Mientras tanto, Siria sigue sumando días a esta tragedia que empezó en los murales de Daraa hace una década. “Muertos y muertos y muertos” —dice Pampliega. ¿Mereció la pena tanto por tan poco?, es la pregunta que resuena una y otra vez. “Cuando ya en 2013 o 2014 parecía que iba todo bastante mal —cuenta G. Prieto— una amiga mía saudí, que había vivido varios levantamientos árabes, me dijo que las revoluciones son dolorosas y no muestran cambios de un día para otro”.

“Es verdad —remacha—, pero a lo mejor es un proceso de diez años y todo esto ha sido necesario para que dentro de otros diez años sí haya cambios. A corto plazo, evidentemente, es espantoso. No solo allí, también en Yemen, Libia, o Egipto. Tanta muerte para que luego llegue otra dictadura exactamente igual. Pero siempre hay una lección. Parece un tópico, un cliché, pero sí que aprendieron, les sirvió para saber que se podían rebelar, porque ellos ni si quiera sabían eso”, concluye.

@mailouti