Hellfighters

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La Primera Guerra Mundial contada por sus protagonistas

Daniel Schönpflug aborda en 'El mundo en vilo' las ilusiones y las frustraciones de posguerra a través de 22 conocidos personajes como Harry Truman, Virginia Woolf o Arnold Schönberg

9 noviembre, 2020 09:17

El mundo en vilo. La ilusión tras la Gran GuerraDaniel Schönpflug

Traducción de Lucía Martínez Pardo. Turner. Madrid, 2020. 288 páginas. 19,90 €

¿Puede arrojarse luz sobre un período histórico mediante una narración que entreteje episodios puntuales protagonizados por personajes que no tuvieron relación entre sí? No parece fácil y sin embargo el historiador alemán Daniel Schönpflug (Bochum, 1969) lo logra en un breve libro, muy bien escrito, que aborda las ilusiones y las frustraciones de los años que siguieron al final de la Primera Guerra Mundial. Sus protagonistas son veintidós personajes, algunos muy conocidos, como el futuro presidente Harry Truman, que tras haber combatido en las trincheras europeas montó una tienda de ropa que se hundió en la recesión de 1921; Virginia Woolf, que por entonces comenzaba a darse a conocer como escritora, o Walter Gropius, que veía peligrar su matrimonio con Alma Mahler al tiempo que fundaba la Bauhaus, y otros casi desconocidos, como un héroe de guerra afroamericano aclamado por un momento y luego olvidado, o un marinero alemán que vivió las frustraciones de la posguerra en su país.

En muchas de estas historias personales la frustración se impuso a la ilusión. Matthias Erzberger, que encabezó la delegación alemana que firmó el duro armisticio de 1918 y fue artífice de las reformas que estabilizaron las finanzas de Alemania tras la tormenta de posguerra, se convirtió en uno de los políticos más odiados de su país. El compositor austriaco Arnold Schönberg, un patriota que se alistó voluntariamente al estallar la guerra, se vio rodeado de hostilidad por su origen judío y se indignó con Vasili Kandinski cuando este le explicó que hacia una excepción con él por su talento, pero que consideraba a los judíos una nación poseída por el demonio.

La escultora Kathe Kollwitz, que había perdido a un hijo en la guerra, vio con entusiasmo el inicio de una revolución alemana, pero cayó en la desesperanza cuando la izquierda radical optó por la violencia fratricida. El príncipe hachemita Faisal y su compañero de armas Thomas Lawrence, más conocido como Lawrence de Arabia, sufrieron la decepción de comprobar que las promesas hechas a los árabes cuando estos combatían al Imperio turco quedaban olvidadas y sus tierras se las repartían el Reino Unido y la República Francesa. La misma decepción sufrieron quienes esperaban una mayor autonomía para India y en el caso de Mohandas Gandhi a ello se sumó el dolor de ver como sus iniciativas de protesta pacífica desembocaban a menudo en la violencia.

La lectura de este libro, trufado de vidas anónimas y conocidas, lleva a concluir que las grandes ilusiones de posguerra solo eran eso, ilusiones

Una modesta historia de éxito la protagonizó en cambio Alvin York, a quien los cinéfilos quizá recuerden con el rostro de Gary Cooper (no con el de Cary Grant como se dice en la versión española del libro) en la película de 1941 titulada El sargento York. Era este un muchacho de un pequeño pueblo de las montañas de Tennessee, ferviente metodista, que se tomaba muy en serio el mandamiento de no matar y sufrió una crisis de conciencia cuando tuvo que alistarse y fue enviado a Europa… donde se convirtió un héroe de guerra. A su regreso entendió que su misión era sacar a su pequeño pueblo del aislamiento y la ignorancia a través de medidas tan concretas como eficaces: la construcción de una escuela o una carretera.

Gary Cooper interpretando al sargento York en la película de 1941

No fue tan envidiable el caso de otro héroe nacional, Henry Johnson, miembro de una unidad militar integrada por afroamericanos de Harlem. En principio no se suponía que ciudadanos de segunda fila como los negros fueran a tener otro cometido que las tareas auxiliares, pero cuando la unidad pasó a estar bajo mando francés, entraron en combate con una eficacia letal y llegaron a ser conocidos como los Harlem Hellfighters. Su desfile por las calles de Nueva York, que concluyó en su barrio, fue una apoteosis, Johnson se convirtió en un hombre de moda y se le ofrecieron charlas bien pagadas… que desaparecieron cuando comenzó a denunciar la segregación racial. Hubo que esperar a 2015 para que el presidente Obama le diera la medalla de honor a título póstumo.

La lectura de este libro podría llevar a concluir que las ilusiones de la posguerra sólo eran sólo eso, ilusiones, y que toda esperanza se frustró. De manera ominosa, el último episodio que se narra es el cruel asesinato de un compañero, del que sospechaban que fuera un delator, que en 1923 cometieron algunos militantes de extrema derecha, entre los que se encontraba quien años después se convertiría en el comandante del campo de exterminio de Auschwitz. Sin embargo, el propio Schönpflug hace notar en una reflexión final que esta sería una conclusión apresurada. En realidad, todo depende de la perspectiva temporal desde la que se observe lo ocurrido. Si se hace desde 1939 es obvio que el balance fue deprimente: todo desembocó en una guerra mundial mucho más destructiva que la primera, en la que se cometieron atrocidades sin precedentes. Desde la perspectiva de hoy, no ocurre lo mismo.

Schönpflug hace notar que el balance de la Gran Guerra cambia según la época. Hoy en día pueden verse los frutos de las luchas de entonces

Matthias Erzberger fue víctima del fanatismo y la República de Weimar a la que sirvió no le sobrevivió mucho, pero la Alemania que renació de las cenizas de la nueva guerra se ha convertido en una democracia estable y próspera y en 2017 se dio su nombre a un edificio del Bundestag. El sueño de una solidaridad en las naciones europeas por el que luchó la joven periodista francesa Louise Weiss pareció hundirse, pero ella sería lo suficientemente longeva como para ser elegida eurodiputada en 1979. El edificio del Parlamento europeo en Estrasburgo lleva su nombre y hay que resaltar también que su labor pionera en el mundo hasta entonces casi exclusivamente masculino del periodismo ha tenido una magnífica continuidad.

El soldado Johnson murió pobre y alcoholizado en 1929, pero la lucha contra el racismo a la que él contribuyó ha dado pasos de gigante, aunque queden todavía pasos por dar. Schönpflug hace notar también que las ilusiones patrióticas y políticas de aquellos años no fueron compartidas por todos. A Virginia Woolf, la celebración de la firma del Tratado de Versalles, que entusiasmó a sus criadas, le pareció insincera y carente de belleza. Alma Mahler, por su parte, no compartió para nada los entusiasmos revolucionarios de su entonces marido, Walter Gropius, y de su amante y futuro marido, el poeta Franz Werfel.

La narración de Schönpflug se basa en lo que los protagonistas contaron de sí mismos, pero él mismo advierte que no todos resultan enteramente creíbles. No se puede dar crédito a todo lo que contó George Grosz, ni tampoco al relato que una joven cosaca hizo de su emocionante viaje a través de Siberia en plena guerra civil. En cuanto a la versión que Soghomon Tehlirian dio de los motivos que le llevaron a asesinar en Berlín al político turco Talat Pasa, uno de los principales responsables del genocidio armenio, poco tenía que ver con la realidad. Por último, hay que añadir que la traducción tiene un estilo brillante, pero incluye algunos despistes que una revisión podría haber eliminado: Jean Longuet no era sobrino de Marx, sino su nieto y, por supuesto Matthias Erzberger no tenía veinticuatro años cuando encabezó la delegación del armisticio, sino cuarenta y tres.