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Letras

John Bolton desvela los trapos sucios de Donald Trump

Las memorias del exasesor de Seguridad Nacional de Trump han conmocionado a la opinión pública por su retrato de una Casa Blanca sumida en el caos y la ignorancia

6 julio, 2020 04:00

Compadézcanse, solo por un momento infinitesimal, de John Bolton. Allí estaba el pasado enero, con la atención pública concentrada en él tras saberse la noticia de que iba a publicar un libro que incluía una “narración explosiva” del escándalo de Ucrania, en el que se centraba el proceso de destitución contra el presidente Trump. En aquel momento, el Consejo de Seguridad Nacional efectuaba una revisión ordinaria del manuscrito para cerciorarse de que este no incluía información reservada. El libro debía publicarse a mediados de marzo, pero la fecha se retrasó una y otra vez, y hasta se dijo que no lo haría. El 16 de junio, el Gobierno presentó una demanda para intentar volver a retrasarla, o impedir que Bolton se beneficiara de las ventas.

Sin embargo, en los últimos meses, hasta el recuerdo del proceso de destitución ha quedado en gran medida borrado por la pandemia y las protestas convocadas en todo el país. La ironía era casi conmovedora: parecía que el duro genio de los asuntos internacionales no había logrado prever la constelación de amenazas que rodearía a su propio libro. Bolton quizá sea la última persona a la que muchos estadounidenses quieren oír ahora mismo, aunque no se puede decir que él se dignase nunca a hacer concesiones a lo que los lectores pudieran desear. The Room Where it Happened [La habitación donde sucedió], un relato de sus 17 meses como Asesor de Seguridad Nacional de Trump, se ha escrito con tan poca atención discernible al estilo y a la forma narrativa que, por lo visto, el autor da por hecho que los lectores beben cada una de sus palabras.

Conocido por su afición a tomar notas, Bolton ha llenado las casi 500 páginas de su libro de detalles minuciosos y a menudo superfluos, incluida la hora y la duración de reuniones ordinarias. Bajo todo ello transcurre una purulenta obsesión con sus enemigos, tanto en el extranjero (Irán, Corea del Norte) como en el interior (los medios de comunicación, “los moralistas”, el exsecretario de Defensa Jim Mattis). El libro está inflado de prepotencia y oscila entre dos registros discordantes: extremadamente tedioso y levemente desquiciado.

Con todo, tal vez esta sea una combinación adecuada para una figura generosamente bigotuda cuyo belicismo y obsesión por los detalles de la política pueden hacerlo parecer un improbable híbrido entre Ned Flanders y Sam Bigotes. Su única decisión narrativa astuta fue la de dejar el capítulo sobre Ucrania para el final, como incentivo para que los lectores agotados mantengan el rumbo. Por el camino, Bolton menciona también otras situaciones desconcertantes cuando Trump, dice, intentó congraciarse con el presidente turco Erdogan y con Xi Jinping, el líder chino, ofreciéndoles la posibilidad de eliminar o aliviar la presión sobre el banco turco Halkbank y las empresas de telecomunicaciones chinas ZTE y Huawei.

Inflado de prepotencia, el libro oscila entre dos registros discordantes: extremadamente tedioso y levemente desquiciado

Trump aseguró a Erdogan que los problemas judiciales de Halkbank por infringir las sanciones del Gobierno estadounidense contra Irán desaparecerían en cuanto “los de Obama” que trabajaban como fiscales en el Distrito Sur de Nueva York fueran “sustituidos por su gente”, afirma Bolton, considerándola una promesa básicamente vacía. “Era como si Trump intentara demostrar que disfrutaba de tanta autoridad arbitraria como Erdogan”. La conversación de Trump con Xi fue aún más descarnadamente transaccional, a decir de Bolton. En medio de las negociaciones comerciales, el presidente “dirigió la conversación a las próximas elecciones presidenciales estadounidenses, aludiendo a la capacidad económica de China para influir en las actuales campañas, y rogándole a Xi que se asegurase de que las ganara él”.

En un libro escrito por otro, esas anécdotas podrían haber aterrizado con una fuerza asombrosa, pero Bolton no logra presentarlas de ese modo, dejándolas flotar en un caldo de detalles superfluos. Además, el momento que cita como verdadero “punto de inflexión” para él en el Gobierno estuvo relacionado con un ataque contra Irán que, para la absoluta decepción de Bolton, no se produjo. En junio de 2019, Irán había derribado un dron estadounidense no tripulado, y Bolton, que siempre ha defendido lo que orgullosamente denomina una “respuesta desproporcionada”, animó a Trump a aprobar una serie de ataques militares en represalia. Pero el que Trump decidiera en el último minuto suspender los ataques, tras enterarse de que matarían al menos a 150 personas, fue una decepcionante sorpresa. “Demasiadas bolsas de cadáveres”, le dijo el presidente. Bolton se indigna por esta inesperada muestra de cautela y humanidad por parte de Trump, considerándola “lo más irracional que he visto hacer a ningún presidente”.

En cuanto a lo que Bolton podría haber dicho en el juicio, su capítulo sobre Ucrania es extraño, tortuoso y en general confuso. Está lleno de sus habituales detalles fastidiosos, pero en las cuestiones más importantes, más mordaces, las frases se vuelven vacías y notablemente opacas. Recuerda una reunión en el Despacho Oval durante la cual Trump dijo que quería que Rudolph Giuliani, exalcade de Nueva York y abogado personal de Trump, se reuniera con el presidente electo de Ucrania, Volodímir Zelenski, “para hablar sobre la investigación en su país de los esfuerzos de Hillary Clinton por influir en la campaña electoral de 2016, o de algo que tuviera que ver con las elecciones de 2020, o tal vez ambos”. Pero Bolton –conocido por lo que un perfil sobre él publicado en 2019 por The New Yorker denominaba su “tremenda capacidad de recordar”– confiesa que era demasiado para que él lo entendiera por completo. “Los diversos comentarios que oí sobre estos temas, siempre parecían entremezclados y confusos, razón por la cual no les prestaba demasiada atención”.

Escritas por otro, las anécdotas de Bolton tendrían mucha fuerza, pero él las deja flotar en un caldo de detalles

En el epílogo, Bolton intenta salir por la tangente y sostiene que, si bien la conducta de Trump le pareció “profundamente inquietante”, fue la Cámara de Representantes controlada por los demócratas la culpable de “mala práctica en el proceso de destitución”. En lugar de una acometer “investigación amplia”, se queja, “parecían guiarse más por sus propias prioridades políticas”. Afirma que se debería haber ampliado su investigación para incluir al Halkbank y a ZTE, pero después se olvida de mencionar que nada le impedía a él testificar si tanto le preocupaba.

“Estoy convencido”, recita Bolton, “de que, dado el ambiente que existía entonces debido a la mala práctica en el proceso de destitución, el que yo hubiera testificado no habría supuesto una diferencia significativa en la decisión del Senado”. Es un fatalismo arrogante e interesado que guarda una notable similitud con la explicación que dio hace años de por qué se apuntó preventivamente a la Guardia Nacional en 1970, evitando de ese modo ser llamado a filas para la guerra de Vietnam. “Una cosa era morir por tu país”, escribía en un libro publicado en 2007, Surrender is Not an Option [La derrota no es una opción], “pero morir para conquistar un territorio que las fuerzas antibélicas del Congreso devolverían sin más al enemigo me parecía ridículo”.

En lo que respecta a los comentarios de Bolton sobre el proceso de destitución, la prosa espesa, el argumento incoherente y la mojigata actitud defensiva parecerían indicar una especie de ambivalencia por su parte, sentimiento que no parece experimentar muy a menudo. O quizá simplemente refleje la incómoda sensación de que está atrapado entre dos impulsos incompatibles: el deseo de parecer tan valiente como esos funcionarios que arriesgaron valerosamente sus carreras profesionales para testificar ante la Cámara de Representantes; y el deseo de apaciguar a sus compañeros republicanos, de quienes con toda seguridad depende su propia carrera profesional. Es una experiencia extraña leer un libro que empieza con repetidas andanadas contra “los intelectualmente perezosos” escrito por un autor que se niega a pensar detenidamente sobre cualquier cosa.

© New York Times Book Review
Traducción: News Clips