Thomas-Wolfe

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Letras

Thomas Wolfe, el mejor cuento de América

Páginas de Espuma recupera, con numerosos inéditos, los 'Cuentos' del inabarcable y salvaje autor, gran clásico estadounidense del primer tercio del siglo XX

9 junio, 2020 02:56

Autor de cuatro novelas, entre ellas las esenciales El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, así como de numerosos relatos y obras de teatro, Thomas Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, 1900-Baltimore, 1938) fue un narrador incomparable e inclasificable. Venerado autor de culto, ha marcado a varias generaciones de escritores, de Scott Fitzgerald a Ray Bradbury o Kerouac, y su huella es aún palpable, como demuestra la expectación que rodea estos días el lanzamiento de sus Cuentos (Página de Espuma), en edición vertida al castellano por Amelia Pérez de Villar. La razón es que, en palabras de la traductora, estos relatos ofrecen “un extraordinario fresco de la cultura y de la vida en los Estados Unidos de la época, desde una perspectiva autobiográfica y narrada con un estilo personalísimo”. A fin de cuentas, Wolfe fue el gran cronista de su tiempo.

“Desde luego –confirma Amelia Pérez de Villar–, Wolfe es América. Eso se ve después de leer los tres o cuatro primeros relatos de este volumen. Es el relator de un país en el que había indios nativos americanos cuando llegaron los europeos, que se establecieron en la Costa Este y construyeron ciudades que llegaron a ser grandes urbes y luego se fueron expandiendo en dirección al Oeste con intenciones diversas: la búsqueda de aventura, o de riqueza, o de libertad, o de pureza, que la civilización había asfixiado, la huida de sí mismos si había cuentas pendientes con la justicia… Estados Unidos es un país en el que en un espacio de apenas tres siglos conviven la prehistoria con el más avanzado desarrollo tecnológico. En Wolfe, América es casi un personaje mitológico, origen y progreso, cuna y tumba”.

"Wolfe es américa", dice la traductora. "Lo mismo nos describe el puerto de Nueva York que sus suburbios, o el viaje en el tren que atraviesa el corazón del continente"

Lo cierto es que en los cuentos de Wolfe, añade, está todo eso: “Sí, lo mismo nos describe el puerto de Nueva York que sus suburbios, igual la construcción de los grandes rascacielos de Manhattan que el recorrido del tren que atraviesa el corazón del continente, rumbo a California, por llanuras y praderas. El lenguaje, muchas veces repetitivo como una letanía, siempre poético e intenso, rítmico como un soneto, está al servicio de la creación de ese universo”.

En busca de la misma frecuencia

Descubrir que América era el hilo conductor del volumen no le resultó sencillo aunque ahora quede claro desde el principio, desde esos primeros cinco relatos que son “absolutamente significativos y no dejan lugar a dudas”. Sin embargo, cuando el editor Juan Casamayor le propuso el proyecto en diciembre de 2018, Pérez de Villar estaba muy lejos de imaginar los catorce meses de intensísimo trabajo que la esperaban. Catorce meses de búsqueda de un tono y una voz, en los que lo más complicado fue “sintonizarme (como voz en castellano) en la misma frecuencia que el autor (como voz en inglés)”. En busca de esa secreta relación empezó su traducción por orden, esto es, por el primer relato de la antología que manejaba, pero el segundo no tenía nada que ver. Luego intentó otra estrategia que le suele funcionar, la de “seleccionar los relatos más breves para ir tomando pulso”.

Y de nuevo fracasó. Comprendió entonces que tendría que dedicarse en cuerpo y alma a Wolfe, que este tomo era incompatible con otras traducciones y que tendría que traducir la antología por el orden que llevaba el original, que es el cronológico. “Así fue. Cuando llevaba tres o cuatro relatos observé que aquello era como doblar una sábana: cuatro puntas, cuatro esquinas que apuntan en cuatro direcciones, nada que ver entre sí, pero parte de un todo. Me sumergí en el texto, en su lenguaje, y llevé al castellano lo que estaba leyendo, tratando de transmitir a los futuros lectores lo que estaba sintiendo”.

Y lo que estaba sintiendo era un deslumbramiento absoluto ante un autor único, muerto precozmente de tuberculosis a los treinta y ocho años. Thomas Clayton Wolfe era el octavo y último hijo de un matrimonio mal avenido. El padre, un próspero escultor de monumentos funerarios, pagó sus estudios universitarios aunque Thomas había sido el único hijo que acompañó a su madre cuando abandonó el hogar familiar. Tras estudiar escritura dramática en Harvard, se instaló en Nueva York, donde durante siete años dio clases en la Universidad de Nueva York.

"En estos relatos encontramos la ciudad y el campo, el acceso a la modernidad, la américa profunda, la convivencia entre blancos y negros, no siempre belicosa…"

Con el dinero conseguido, viajó a Europa en seis ocasiones y tras recorrer Alemania, Inglaterra y Francia, se estableció en Londres, donde comenzó a escribir lo que con el tiempo y la ayuda de su legendario editor Maxwell E. Perkins, se convertiría en su primera gran novela, El ángel que nos mira, finalmente publicada en 1929. Mientras, Wolfe seguía escribiendo compulsivamente relatos, poemas, obras de teatro. Cientos, miles y miles de folios que solo su editor, Perkins, lograba embridar, hasta que su segunda novela, Del tiempo y el río (1935) vio la luz. Apenas tres años más tarde enfermó de neumonía en Seattle; ingresó en un hospital de Baltimore, pero falleció de tuberculosis cerebral pocos días después.

Recomendaciones para neófitos

Convertido ya en un clásico, Wolfe muestra una vigencia y actualidad asombrosas para el lector actual, quizá porque fue uno de los primeros autores en recurrir a lo que hoy llamamos autoficción, con numerosos relatos de trasfondo autobiográfico. También porque, como señala Pérez de Villar, como todo clásico no solo “retrata su sociedad, con su habitat y sus habitantes, con la honestidad necesaria para dejar a la vista sus cicatrices, sino que contribuye a transmitir un imaginario, a crearlo y a fijarlo. En Wolfe vemos coches de caballos y muchachos descalzos o provistos de toscas botas y descapotables fascinantes con flappers a bordo, hombres de traje impecable y sombrero de hongo.

Retrata dos mundos a los que a veces solo separa una década, a veces coexisten en el tiempo aunque no en la geografía, y solo hace falta un río o una calle para establecer la división. Y el mundo se rige siempre por lo mismo: el pobre quiere salir de la miseria, algunos ricos lamentan que su dinero no les ha librado de la soledad o el desamor, la sociedad intenta aplastar a los discordantes y los bocazas medran siempre. En la historia de Dexter Vespasian Joyner hace un alegato de los ‘expertos’ que hoy no podemos leer sin una sonrisa”.

A la hora de aconsejar alguno de los cuentos a lectores primerizos, elige “El tren y la ciudad” y “El niño y el tigre”, uno de sus favoritos. También el inclasificable “No hay puerta”. Y "Chickamauga", del que reconoce que está “en las antípodas de lo que yo leo por gusto, pero que como relato es brutal. ¿Qué encontramos en ellos? El ferrocarril, la ciudad y el campo, el acceso a la modernidad, la vida en los pueblos de la América profunda, la convivencia entre blancos y negros, no siempre belicosa. La identidad americana, o su búsqueda. La Guerra Civil, cómo no, inevitable en la construcción del relato estadounidense. Pero son casi mil páginas maravillosas. Espero que ningún lector se quede en esos cuatro… En fin, no creo que se quede en esos cuatro: querrá seguir leyendo”.