Ocean-Vuong

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Letras

La desgarrada poesía en prosa de Ocean Vuong

La violencia, el cuerpo, la raza, el éxtasis y el júbilo son los temas que articulan un debut novelístico que plantea qué clase de verdades guían los sentimientos

4 mayo, 2020 09:20

En la Tierra somos fugazmente grandiososOcean Vuong

Traducción de Jesús Zulaika. Anagrama. Barcelona, 2020. 232 páginas. 19,90 €. Ebook: 9,99 €

En la Tierra somos fugazmente grandiosos es el segundo estreno de Ocean Vuong (Ciudad Ho Chi Minh, Vietnam, 1988). El primero, como poeta, fue espectacular y acogido con general admiración, llegando incluso a ser comparado con Emily Dickinson. El talento desplegado en Cielo nocturno con heridas de fuego (Vaso Roto) es innegable, y si aún no lo han leído, les recomiendo que empiecen por él antes de aventurarse en su debut como novelista. Muchos temas y obsesiones aparecen en ambos libros.

La violencia es uno de ellos, ya sea la de la guerra estadounidense en Vietnam (Vuong lleva desde los dos años en Estados Unidos) o la que se produce en el seno de la familia. Otro es la rareza. También el cuerpo, la raza, el éxtasis y el júbilo. De hecho, el título de la novela está tomado de uno de los poemas del autor y, en cierto modo, este segundo libro se puede considerar un esqueje del primero plantado en otro suelo y mutado en un género nuevo.

Lo que quiero decir es que se trata de una novela experimental enormemente poética y, por ello, difícil de describir. En apariencia, la idea en torno a la que se estructura la historia es una carta escrita por un hijo, Perro Pequeño, a su madre, Ma. La carta, sin embargo, tiene casi doscientas cincuenta páginas (con capítulos similares a poemas en la segunda parte) que incluyen una extensa meditación ensayística sobre los orígenes asiáticos de Tiger Woods, ideas sobre la Fuente de Duchamp, y reflexiones literarias sobre personalidades como Roland Barthes. Pero lo más importante es que Ma, o Rose, no sabe leer, de manera que la extensa misiva se entiende como interior.

La violencia, la rareza, el cuerpo, la raza, el éxtasis y el júbilo son los temas que articulan este poético y desgarrado debut novelístico

De la idea resultan unas cuantas frases deliciosas, como cuando Perro Pequeño se enamora de otro chico: “Había colores, Ma. Sí, había colores que yo sentía cuando estaba con él”. El poder reside en la intimidad de ese “Ma”, que capta el deseo para llevar el dolor del mundo a la madre y desplegarlo ante sus ojos como un sufrimiento que ella pudiese besar. El acto constituye una especie de conjuro, un gesto que transforma el dolor en curación. La realidad es que Perro Pequeño se ha pasado la vida besando los moratones de Ma. La madre se nos presenta como una mujer afligida, inquietante y encantadora. Su propia madre, Lan, sobrevivió a la guerra trabajando en el negocio del sexo, y su padre, al que Ma nunca conoció, era uno de los soldados estadounidenses clientes de Lan. Durante los años de la posguerra, Ma sufrió el brutal acoso que acompañaba a su condición de niña mestiza.

Perro Pequeño nació en Vietnam, pero su familia huyó a Hartford en busca de asilo cuando él no era más que un bebé. Su madre analfabeta y su abuela lo criaron en los Estados Unidos de la década de 1990. Esta descripción no corresponde tanto a la trama de la novela como al persistente telón de fondo en el que Perro Pequeño hace hincapié una y otra vez a lo largo de su carta. La violencia y la desesperación de las historias que creció oyendo (por ejemplo, de hombres que se comen el cerebro de un mono vivo mientras este patalea) se vuelven a contar, y se reimaginan, explotándolas por su poder metafórico.

Vuong es un creador magistral de imágenes indelebles e impresionistas. La novela ofrece atisbos del éxtasis y el sufrimiento de Lan y Ma que perfilan sus personajes, como cuando Ma asiste por primera vez a una iglesia baptista afrolatina y, en medio del estruendo de las “gruesas notas del órgano y las trompetas”, empieza a gritar a su padre biológico en vietnamita, “¿Dónde estás, papá? ¡Ven a buscarme! ¡Sácame de aquí! Vuelve y llévame contigo”.

En la novela abundan las instantáneas focalizadas y descriptivas de la madre y la abuela de Perro Pequeño, que en gran medida eclipsan los breves pasajes ensayísticos. Y, aunque la incursión del libro en la forma poética quizá se haya diseñado para dar a entender que hay expresiones que solo la poesía puede comunicar, a veces los cambios estilísticos pueden producir el efecto de adornos añadidos a una historia poderosa que en ningún momento necesita aderezos.

La pregunta última que plantea Vuong en esta novela es qué clase de verdades guían los sentimientos y cómo éstos hacen que pensemos

Todo esto es el telón de fondo para el hilo narrativo, quizá con más fuerza propulsora, que comienza hacia la mitad del libro cuando Perro Pequeño, que por entonces está en la adolescencia, consigue un trabajo de verano en una granja en las afueras de Hartford. Allí conoce a Trevor, nieto del propietario de la granja, “el chico del que aprendí que había algo aún más brutal y total que el trabajo: el deseo”. Trevor es mayor que él, blanco, drogadicto, homosexualmente activo pero en conflicto interno, enredado en su particular concepción de lo que exige la masculinidad. Vuong hace una hermosa evocación del poder de seducción del chico sobre Perro Pequeño en una de las piezas literarias más conmovedoras acerca de dos muchachos experimentando juntos que he leído (y he leído muchas).

Actualmente es imposible separar la palabra “sentimental” de su connotación peyorativa, pero el significado original y filosófico del término hace referencia al pensamiento teñido por un sentimiento. La cultura actual a menudo nos da a elegir entre el encogimiento de hombros irónico del nihilismo y la psicología popular obsesionada con la actitud positiva que promete que cambiando los propios patrones mentales tendremos el control de nuestras emociones.

En esta novela, Vuong rechaza esta dicotomía, y el libro resulta brillante en la atención que presta no a cómo los pensamientos hacen que nos sintamos, sino a cómo los sentimientos hacen que pensemos. La pregunta que plantea es a qué clase de verdades guían los sentimientos. En uno de sus famosos dichos, Oscar Wilde bromeaba con que el sentimentalismo es querer experimentar una emoción sin pagar su precio. Sin embargo, Perro Pequeño lo ha pagado con creces, y las verdades a las que llega el libro son valiosas precisamente porque están impregnadas de sentimiento.

© New York Times Book Review
Traducción: News Clips