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Letras

Las dos vidas de Gustavo Faverón

En 'Vivir abajo', la segunda novela del escritor, se dan cita una sucesión de narradores inestables que nos trasladan a través de países, momentos históricos, patologías morales y estilos

21 enero, 2020 07:53

Vivir abajo. Gustavo Faverón Patriau.

Candaya. Barcelona, 2019. 670 páginas. 23 €

Vivir abajo empieza con una biografía que se bifurca en dos columnas: en la izquierda, George Bennett es un cineasta norteamericano underground cuyo rastro se pierde en Latinoamérica; en la derecha, George Bennett es un asesino norteamericano de quien se rumorea que se refugió en Latinoamérica. A partir de aquí, la segunda novela de Gustavo Faverón (Lima, 1966) no dejará de bifurcarse en ningún momento, a manos de una sucesión de narradores inestables que nos trasladan a través de países, momentos históricos, patologías morales, estilos.

No es fácil resumir la trama del libro, pero háganse cargo de que en su lectura tendrán que convivir con Pinochet, la CIA, Sendero Luminoso, las múltiples mutaciones latinas del nazismo, las violaciones y la tortura como gramática de un lenguaje político mucho más real y tangible que los discursos oficiales. Ese “abajo” en el que vivimos durante las casi setecientas páginas de este volumen es una referencia, primero, a los sótanos carcelarios de la historia donde las víctimas se consumen; segundo, al territorio mental que se abre cuando la locura toma al individuo o a la sociedad. Llevado por el entusiasmo narrativo de Faverón, casi oracular, el texto se bifurca y se bifurca, insisto, aunque también lo vertebra un sentido unitario indudable que quedará resuelto en un final, si bien discutible, para mí satisfactorio. Todo remite a todo, en última instancia, en este Vivir abajo que es una novela extraordinaria.

Este es un libro sobre el siglo XX que se proyecta en el XXI. Fascinante, vivir abajo se merece a cada uno de sus lectores

Si buscan información en Google, verán que, por parte de periodistas, críticos y del propio autor, ha sido una constante citar a Bolaño, Borges, Piglia o la tradición gótica americana como referencias claras de la novela. Es exacto, y además explícito en sus páginas, que aluden asimismo a Werner Herzog y sus dos películas peruanas, Aguirre, la cólera de Dios y Fitzcarraldo, dos fábulas sobre la locura y el fascismo, sobre la capacidad destructiva y seductora de ambos fenómenos, sobre su condición sublime y siniestra. “Ya el solo hecho de tener un padre es un problema”, dice el fantasma de un fascista uniformado en un momento del libro, y eso delata tanto uno de los temas de Vivir abajo, la paternidad y la filiación con sus herencias traumáticas, como el problema de la Historia y su continuidad: este es un libro sobre el siglo XX que se proyecta en el siglo XXI, padre e hijo problemáticos, dos festivales de horror irresuelto. Puedo encontrarle otros sentidos a la novela, como el de su indagación en la identidad individual y su representación, en lo que puede llegar a recordarnos a Ingmar Bergman: “Esa máscara era él de verdad” es una cita de Faverón, pero podría serlo de Fanny y Alexander.

De todos modos, los múltiples sentidos de Vivir abajo tal vez sean más asunto nuestro que de la novela. De entre todas las bifurcaciones que ofrece, la que más me fascina es la invención de ese novelista inédito con una producción descomunal e imposible (cada título y sinopsis que desliza Faverón de sus libros supuestos es un festín), el Mano Manzano, quien afirmará en un momento dado: “El sentido está en la gente, los libros podrían estar en blanco. Las reseñas de los libros tienen sentido, los libros no”.

La cosa no consiste en que yo esté de acuerdo; de hecho, Vivir abajo se precipita finalmente a la búsqueda de un sentido para su trama y para sus múltiples subtextos. Sin embargo, la frase del Mano Manzano, además de vistosa, contiene una dosis de verdad, ¿no? El descomunal esfuerzo narrativo de Gustavo Faverón en estas seiscientas setenta páginas se ganan el derecho a no quedar agotadas por la intención del autor, menos todavía por la búsqueda de etiquetas en el espacio de una breve reseña.

Hay algo laberíntico y enajenado en el libro, algo que se niega a encorsetarse tras el músculo artesano de quien lo ha escrito (una disciplina artesanal tan minuciosa que también recuerda al único Premio Nobel peruano, y es curioso que esto se diga mucho menos cuando es tan natural, tan tener-padre-es-un-problema). Perturbador, fascinante, Vivir abajo se merece a cada uno de sus lectores.