Image: En una selva oscura

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Letras

En una selva oscura

Nicole Krauss ha escrito su particular 'Divina comedia': infiernos, purgatorios y paraísos puro siglo XXI

17 mayo, 2019 02:00

Nicole Krauss. Foto: Goni Riskin

Nicole Krauss Traducción de Rita da Costa. Salamandra. Barcelona, 2019. 304 páginas. 20 €

Nicole Krauss (Nueva York, 1974) ha escrito su particular Divina Comedia: infiernos, purgatorios y paraísos puro siglo XXI. Si Dante en el siglo XIV persigue la luz esférica de Beatriz, los dos protagonistas de En una selva oscura persiguen la sombra de sus propias identidades extrañadas. La novela es la historia en paralelo de la crisis vital de dos judíos acomodados que deciden alejarse de sus hogares neoyorquinos y volar hasta Tel Aviv. La ciudad, con su luz mediterránea y sus amenazas de bomba, con sus soldados adolescentes y Gaza y Cisjordania reverberando en el ambiente, bien podría ser el particular Hades de sus protagonistas, Nicole y Jules Epstein. Ambos se alojarán en el hotel Hilton, un monstruo de hormigón que esconde una metáfora y cuyo significado sólo se revela al final: el lector decidirá si es terrible o salvífica, pero sea como sea, les aseguro que Krauss consigue la cuadratura del círculo y que nos quedemos con los pelos de punta. El matrimonio de Nicole hace agua y su novela no arranca; obsesionada con el Hilton de Tel Aviv, deja a sus dos hijos y a su marido en Brooklyn y viaja hasta la capital de Israel para tratar de aliviar su parálisis creativa y su malestar emocional. Es innegable que las dos Nicole (la Krauss y la protagonista) son un mismo ser escindido y atravesado por una misma preocupación: la voluntad de escapar de la narración convencional, de resignificar la novela como un espacio de tensión irresoluble y fecundo entre lo amorfo y la coherencia, entre las formas posibles y el sinsentido: una arquitectura que no se desmorone y que nos sostenga sin limitarnos. Tal vez el secreto, apunta Nicole, sea la transformación, el desacomodo y el desquicie permanentes. Se me ocurre que quizás En una selva oscura aboga por entender la narración del yo como una loca moviendo muebles o como un cuerpo insomne y hambriento transustanciado en éxtasis y en lucidez de carne leve. En todo caso, la reflexión metaliteraria que propone no es nueva pero sí fundamental si queremos seguir revisando de qué modo configuramos nuestras identidades en el mundo contemporáneo y cuál es el papel de la novela del siglo XXI en la construcción de los relatos que nos sustentan hoy.

Nicole Krauss ha escrito su particular

En la novela de Kraus, Kafka estuvo en Palestina más allá de sus cuarenta años: simuló su muerte, dejó que su padre lo llorara y desapareció entre madreselvas y la arena del desierto. A pesar de que toda la vida fantaseó con el suicidio, prefirió esfumarse y seguir con vida, habitar un vacío donde toda narración es posible, allí donde los individuos pueden transustanciarse en insignificancia de insecto. Kafka vivió dos veces y ahora Eva Hoffe, hija anciana de la amante de su editor Max Brod, posee una maleta llena de manuscritos inéditos. No voy a contarles cómo, pero Nicole se verá envuelta en un extraño incidente que otorga a la trama un ambiente de pesadilla y de intriga política. La autora, a través del personaje de Kafka, critica la apropiación por parte de las naciones de los escritores y sus obras, en nombre de unas patrias cada vez más pequeñas, en un mundo que debería ser cada vez más grande y global. En una selva oscura defiende la huida hacia lo desconocido frente a la sacralización de la información y la conectividad. Por eso Jules Epstein, abogado de éxito y hombre sumamente rico, desaparece en Tel Aviv como resultado de un ejercicio cada vez más intenso de desposesión. Primero se divorciará de su mujer Lianne después de 36 años juntos; luego se irá desprendiendo de su colección de arte, de su dinero e incluso de una identidad que ya no le sirve. Si Nicole habla de un “desollamiento de sí”, no es exagerado afirmar que Epstein busca su propia aniquilación: para ambos se trata de abrir un vacío kafkiano a partir del cual reconstruirse. El autoexilio del protagonista choca y se entrelaza con la historia del pueblo judío: Epstein, como descendiente directo del rey David, encarna su reverso: no hay en Jules porte regio, ni ambición, ni fiereza; su Betsabé lleva piercing y es demasiado joven para él. A través de Epstein, Krauss escribe nuevos Salmos que no invocan a Dios sino a la vida como exploración feliz y como posibilidad infinita: nuestro pecado no es el conocimiento sino nuestra incapacidad para la vida. Por eso, un Epstein esfumado sale en busca de su propio desierto: tierra baldía y deshabitada en la que plantar un bosque, llorar a sus padres y reinventar de nuevo el paraíso. En este sentido, la novela es una constante reescritura de los mitos fundacionales de Israel y el objetivo de Krauss queda claro: evitar la rigidez de los relatos colectivos y oponer a toda ortodoxia la creación de universos múltiples que corren en paralelo y que sólo al final se encuentran para anunciarnos la belleza fértil de la luz imperfecta o lo que yo les decía al principio: la cuadratura del círculo.