Image: El pasajero

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Letras

El pasajero

Ulrich Alexander Boschwitz

3 mayo, 2019 00:00

Ulrich Alexander Boschwitz

Ulrich Alexander Boschwitz Traducción de José Aníbal Campos. Sexto Piso. Madrid, 2019. 248 páginas. 19,90 €

La tremenda y dramática peripecia de la corta vida de este autor, Ulrich Alexander Boschwitz (1915-1942), ya merecería una reseña. Lamentablemente no fue inusual, en aquel tiempo desquiciado, que tu padre (judío) hubiese luchado y entregado su vida por Alemania en la Primera Guerra Mundial y que el destino cambiara de tal forma que, sólo unos pocos años después, cayeras en desgracia y pasaras a ser un apestado. De poco le sirvió al hijo/autor, en tiempos de Hitler, pertenecer a la alta burguesía y tener una madre “aria” y protestante. Las leyes raciales de Núremberg empujan al exilio a Boschwitz hacia Suecia, Noruega, Francia, Luxemburgo, Bélgica e Inglaterra, donde las leyes británicas lo consideraban “extranjero enemigo”, y, por tanto, encarcelable y deportable (primero a la Isla de Man y después a Australia, al campo de internamiento de Hay). Tras muchas penalidades, cuando por fin quedó en libertad en 1942, el barco en el que viajaba fue torpedeado por un submarino alemán al noroeste de las Azores. Pereció con 27 años junto a otros trescientos sesenta y un pasajeros.

Aterra pensar que quien narra la historia de este judío despojado de su estatus la estaba viviendo y padeciendo en persona

Ochenta años después de ser escrita en el preciso momento en que todo estaba sucediendo -Noche de los Cristales Rotos, persecuciones de judíos…- se ha recuperado en Alemania esta obra gracias a una sobrina del autor y a las pesquisas del editor Peter Graf (el libro incluye un interesante posfacio suyo donde, entre otras cosas, se nos cuenta que tal vez se trate del primer documento literario sobre aquellas atrocidades). Boschwitz había publicado la novela en su día con seudónimo, lógicamente no en su país, sino en Estados Unidos, Inglaterra y Francia. El texto original mecanografiado había dormido un sueño de décadas en el Archivo del Exilio en Fráncfort, en la Biblioteca Nacional. Como suele ocurrir con estas cosas, pasó de la oscuridad absoluta a la gran luz de las superventas y los fenómenos editoriales del año en Alemania. El pasajero cuenta la historia de Otto Silbermann, rico empresario judío berlinés, de esposa aria, que, de la noche a la mañana, queda despojado de su estatus y de todos sus derechos, debiendo iniciar una trepidante huida de tren en tren por la Alemania de 1938. Aterra pensar que quien narra la historia lo estaba viviendo y padeciendo en persona. Asombra la viveza, la detallada atmósfera de pesadilla real, el testimonio vivo, el ritmo, el lenguaje veloz, trasladado a la perfección al castellano por un traductor tan brillante como José Aníbal Campos. Queda aquí retratada la sociedad alemana del momento y su terrible aceptación de que el horror era sólo signo de los tiempos: que esta vez a los judíos simplemente les tocaba perder, tener mala suerte. Figuras “arias” como el comprador de la vivienda (Findler) o el antiguo socio de Silbermann (Becker), o los viejos conocidos que ahora le dan la espalda, representan a ese ciudadano capaz de aprovecharse de la situación, que, sin ser un criminal, permite a los verdugos ejecutar impunemente su tarea. Silbermann trata de mantener aún su dignidad, pensar que no puede ser todo tan grave, que aún quedarán leyes y hombres justos y decentes en el Estado. Quiere creer aún en el prójimo a poco que encuentra algo de amabilidad entre sus conciudadanos. Pero ya no hay pensiones ni hoteles donde hospedarse sin temor a ser denunciado. Cuando empiezan las persecuciones y los arrestos masivos, a Silbermann sólo le queda el perpetuo movimiento, recorrer el país de arriba abajo con su maletín de dinero, al ritmo de sus cavilaciones, tratando de preservar la cordura y de atravesar la frontera. Sólo unos días antes era dueño de una compañía de éxito en la que ahora ni siquiera puede entrar. Difícil asimilar en unas pocas horas que has dejado de ser alemán, e incluso un ser humano, a los ojos de tus compatriotas. Su indudable aspecto ario y su aire de empresario adinerado no son suficiente salvaguarda cuando uno se apellida Silbermann y lleva en su pasaporte una enorme jota roja. Muy interesante ese proceso de culpabilizarse por no haber sido capaz de escapar antes o haber anticipado los acontecimientos. También el reconocimiento de que, bajo presión, hasta las víctimas pueden volverse inhumanas e insolidarias con sus compañeros de fortuna.