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Letras

El mirlo burlón

José María Conget traza en esta novela la crónica verista de su propia promoción, la generación del 68.

1 febrero, 2019 22:29
Pre-Textos. Valencia, 2018. 268 páginas. 26 €

El viaje a Zaragoza de un carismático profesor, el jesuita especialista en teología protestante Rafael Echevarría, brinda la ocasión del reencuentro con sus cuatro discípulos predilectos de un seminario que organizó antaño en la universidad. El viaje se emplaza ahora y el seminario tuvo lugar en los años postreros franquistas. La trama anecdótica no puede ser más previsible. La evocación de ayer y el presente de los cinco personajes se turnan para reconstruir unas biografías individuales con proyección colectiva y constituyen el concreto material humano con el que se levanta un mausoleo generacional.

José María Conget (Zaragoza, 1948) utiliza dichos mimbres para hacer en El mirlo burlón la crónica verista de su propia promoción, la generación del 68. No pocos autores del grupo de escritores nacidos desde el fin de la guerra y a lo largo de los años 40 se han sentido impulsados a recontar y darle un sentido a su experiencia vital. Así lo han hecho Manuel Vázquez Montalbán, José María MerinoEsther Tusquets, Ana Puértolas, Mariano Antolín Rato, D. L. Hernández, Rafael Chirbes y otros desde planteamientos artísticos muy distintos. El enfoque particular de Conget consiste en rescatar pasajes de su propia juventud con una trasparente base autobiográfica y reelaborarlos en un roman à clef con personajes reales bajo nombre supuesto. El procedimiento produce el calculado efecto de proporcionar sólida verdad histórica a la ficción, que se beneficia también de la minuciosa reconstrucción de ambientes, escenarios, calles, cines o tabernas mencionados con exactitud.

Coincide Conget con los escritores que le han precedido en el análisis de los comportamientos juveniles de época en observar la mixtificación de los ideales y en denunciar la falsedad que se encerraba bajo proclamas de autenticidad, de ruptura con la sociedad de sus mayores, de buscar una vida más plena en todos los terrenos, el intelectual, el político y el moral. Los tres chicos del grupo disimulan la seducción erótica que sienten por la chica libre y misteriosa que comparte inquietudes con ellos, y el maestro reverenciado les oculta a todos motivos esenciales de su vida.

Estos farsantes ofrecen en conjunto, por el papel representativo que asumen, un retrato generacional muy negativo que su trayectoria hasta el presente convalida. Nada queda hoy de las viejas aspiraciones: uno se ha convertido en desvergonzado escritor oportunista, otro en cínico político logrero, el tercero en mediocre profesor frustrado y la chica ha abjurado de su indómita libertad. En cuanto al jesuita, ni los reconocimientos profesionales le liberan de tormentos interiores que paga muy caros. En suma, un fracaso total. Impostores, ninguno ha aportado nada valioso al mundo.

El mirlo burlón somete a dura revisión el marco temporal que va del ocaso del franquismo a la restauración democrática y pasa por la transición. De ello se encarga un relato tradicional con leves rasgos modernos (las conversaciones se integran en la narración sin signos ortográficos tradicionales) y muy culto e irónico, aunque lastrado por una excesiva ganga costumbrista. Conget añade un nuevo capítulo a la habitual evaluación pesimista de nuestro pasado reciente. Su aportación temática radica en la importancia que concede a la magnitud religiosa y a la problemática sexual en la formación sentimental de la generación del 68.