Image: Claire Messud: Los adolescentes manejan el lenguaje pero no la experiencia

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Letras

Claire Messud: "Los adolescentes manejan el lenguaje pero no la experiencia"

En La niña en llamas desentraña la mente humana en el paso de la adolescencia a la edad adulta

14 noviembre, 2018 01:00

Claire Messud

Claire Messud (Connecticut, 1966) mira fijamente a la cara, en silencio y con una gran sonrisa como si antes de empezar a hablar quisiera descubrir a quién tiene delante. Su voz es sosegada y su discurso construido. Sus obras psicológicas desentrañan la mente humana en momentos clave como el paso de la adolescencia a la edad adulta. Este es el tema de su última novela, La niña en llamas (Galaxia Gutenberg), el libro más vendido según el New York Times. En ella nos habla de Julia y Cassie, dos amigas que se conocen desde la infancia y viven en un pueblo perdido de Massachussets en la época actual. Messud es escritora de novelas de gran éxito en Estados Unidos como When the World Was Steady o The Hunters, sus primeras obras de ficción. Pero fue con Los hijos del emperador cuando alcanzó su mayor éxito. Profesora de escritura creativa en Harvard University, es hija de una madre canadiense y un padre francés, lo que la hizo viajar y vivir en varios países durante toda su infancia.

Pregunta.- La niña en llamas es un libro sobre la adolescencia. La narradora es una niña de 17 años que recuerda su adolescencia. A medida que avanzamos en la lectura, además de la voz adolescente, sentimos la de la adulta. Si comparamos las dos épocas, la suya y la de este personaje, ¿piensa usted que las cosas han cambiado mucho?
Respuesta.- Entre las dos épocas hay cambios importantes pero ligados al tiempo, a la realidad, y no a las personas. Las emociones siguen siendo las mismas. Es como en la obra de Otelo, seguimos sintiendo los mismos celos cuatro siglos después de Shakespeare, reconocemos las mismas emociones. Y eso fue exactamente lo que me sorprendió cuando mi hija cumplió doce o trece años y entró de pleno en esas aguas turbulentas de la adolescencia. De repente, reconocía mis propias vivencias, mis propios sentimientos. Los vivía de nuevo a través de ella aunque no estaba invitada a compartirlas con ella. Estábamos al lado pero lejos. La escritora Lorrie Moore escribió una obra sobre la adolescencia y decía que era como "un perro que ladra". Un perro enterrado vivo. Y eso es lo que he sentido viendo a mi hija, como si hubiera desterrado a mi perro. Las experiencias me han vuelto tan presentes como si hubieran ocurrido ayer.

»Sin embargo, con las redes sociales creo que hay cosas mucho más difíciles de gestionar. Cuando mi sobrina esta estaba en un internado en Inglaterra, por ejemplo, un alumno le cogió su móvil y envió mensajes sexuales a su nombre. Como su madre estaba en la lista se enteró y ahí acabó el asunto. Pero a ella le marcó muchísimo. Esto mismp hace treinta años no se podía hacer. Por eso he querido situar la historia justo antes de la salida de los smartphones.

P.- Pero usted habla de Instagram también.
R.- Sí, pero ya hacia el final. Las niñas usan sus ipads, que era lo que se usaba hace unos años y nada más. Podían mandar textos teniendo conexión wifi y escuchar música. La llegada de los smartphones ha cambiado mucho el mundo de los jóvenes. Yo que enseño en la universidad le aseguro que ahora tienen la mente mucho más dispersa.

P.- En su libro retrata el paso a la adolescencia a través de las dos niñas, amigas desde la infancia, Julia y Cassie. Si pusiéramos el caso de los varones, ¿piensa que viven el paso de la adolescencia de la misma manera?
R.- No creo. Hay cosas en común, por supuesto, pero lo que me interesaba poner en evidencia en mi novela eran justamente las historias con las que estas niñas van construyendo su vida. Y son femeninas. Es decir, que si algo diferencia a los hombres de las mujeres son los acontecimientos que les sirven para construirse sus vidas. El ser humano está hecho de relatos. Lo que vivimos lo enmascaramos con historias que escuchamos, que leemos, que vivimos y que creamos para nosotros mismos. Es la manera de dar sentido a nuestras vidas y creo que las de los niños y las de las niñas son diferentes. En Estados Unidos por lo menos hay una combinación de historias de miedo y vergüenza que pertenecen exclusivamente a las mujeres.

P.- Y que vienen personificadas por Cassie en La niña en llamas, una joven que teje su vida a través de su imaginación. De hecho, el personaje a veces actúa como una niña pequeña y otras razona como una adulta.
R.- La narradora es Julia con 17 años y quizá por eso siente esa diferencia. Está en el umbral de ser una mujer adulta. No quería a una persona ya hecha de 25 años, por ejemplo. Los adolescentes son mundanos de una forma que nosotros, hace treinta años, no lo éramos, están al corriente de muchas cosas, -saben cosas sexuales que para mí eran un misterio a los doce- pero a la vez, no hay nada real para ellos. Saben todo y no saben nada. Y eso puede crear en los adultos mucha confusión. ¡Cuidado! Los adolescentes manejan el lenguaje pero no manejan la experiencia.

»En Boston, donde vivimos, hubo unas encuestas sobre el acoso en los colegios durante los años 70 y 80. En esa época yo estaba interna en el colegio al que va mi hija. Descubrieron que un profesor, que ahora vive en Tailandia, había abusado de niños. Recuerdo que todos conocíamos ese hecho y que hasta nos reíamos de ello. Nos burlábamos de los que se iban al viaje de fin de curso con ese profesor. Nos reíamos. Claro, no nos dábamos cuenta de lo que podía significar estar con un tipo semejante. Era inimaginable. Si no se ha vivido, no se sabe lo que es. La situación de los jóvenes es, muchas veces, así, fingir que se saben ciertas cosas...

P.- El personaje de Cassie, con las historias que cuenta sobre su padre que no conoce, o su padrastro, finge perfectamente lo que usted está diciendo. Es un personaje que se mantiene durante toda la novela como en la bruma.
R.- Es lo que pretendía. Ya sé que no siempre es lo ideal para un lector que quiere saber qué ocurre, pero para mí era el reflejo de la vida misma. Al terminar la redacción de la novela, un día hablando con mi hermana sobre una de sus amigas de la infancia me comentó que ella y todas sus amigas la habían perdido la pista. "Siempre nos preguntábamos si no escondía algo, si su padre no estaría abusando de ella, había algo raro en ella". Y entonces le pregunté, "¿supisteis qué había pasado?". "Pues no. No lo supimos jamás". Hay cosas que no se quieren decir porque se tiene vergüenza. Cassie es consciente de manipular su relato y no hay manera de saber si vive cosas siniestras o simplemente duras. Le gusta el drama y sabe que es eso lo que atrae a los jóvenes a su alrededor.

P.- ¿Podríamos decir entonces que el paso a la edad adulta es un despertar de esas ilusiones?
R.- No del todo. El ser humano no puede salir del mundo imaginario. Al principio de la novela Cassie y Julia juegan en un asilo abandonado, sus historias son inventadas, sacadas de la mitología. Al final del libro siguen viviendo en ese mundo imaginario. De niño, ese mundo es aceptado por los adultos, pero hay un momento en el que ya no. Por eso el libro está dividido en tres partes. De repente, cuando uno llega a los 12 o 13 años, se rompe algo y se tiende a querer vivir en la realidad. Cassie, que vive completamente en este mundo imaginario, y Julia, que se imagina en su mente el mundo de Cassie, ese que no puede conocer, construyen su propia realidad a raíz de esas historias. Como si fuera una tela de araña. Hay puntos fijos pero el resto son formas de la realidad, imaginarias, ligadas a la realidad, pero de la que nunca sabremos todo.

P.- ¿Ese hospital, ese asilo abandonado en el que juegan Cassie y Julia, sería como su refugio, el lugar donde se operaba la magia de la infancia?
R.- Por supuesto. He querido jugar con la doble significación de la palabra asilo. Por un lado es un hospital para gente demente y, por otro, un refugio. En mi mente era las dos cosas a la vez. Se busca refugio en alguna parte del mundo para estar apartado de la sociedad. Pensaba en Freud, en el bosque del inconsciente, en Tintín en el Tíbet también, en Virginia Woolf y, sobre todo, en el Grand Meaulnes de Alain Fournier. Quise reflejar la idea de un lugar que ya no se puede encontrar, un lugar mágico que un día pierde su encanto. Eso también representa la experiencia de crecer cuando la magia deja de ser magia.