Image: El esperpento melómano de Manuel Longares

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Letras

El esperpento melómano de Manuel Longares

16 marzo, 2018 01:00

Manuel Longares

Con una prosa barroca y humorística, el escritor imagina en Sentimentales una provincia donde la música sinfónica domina las pasiones de sus habitantes y provoca encendidos enfrentamientos.

Uno entra en un bar y a cualquier hora del día puede presenciar una acalorada discusión sobre el próximo 9 que debe fichar el Madrid o si los árbitros favorecen o no al Barça. Venas inflamadas en el cuello y la frente; amigos, vecinos o compañeros de trabajo a punto de llegar a las manos, como si les fuera el sueldo o la vida en la disputa. Semejante arrebatamiento sería imposible, por ejemplo, en una manifestación cultural tan alejada del fútbol como la música clásica. Pero en el terreno de la ficción todo es posible, y de hecho es exactamente lo que ocurre en el último libro de Manuel Longares (Madrid, 1943), Sentimentales, editado por Galaxia Gutenberg.

La música genera todo tipo de sentimientos y a Longares le interesaba imaginar qué pasaría si diéramos rienda suelta a todos ellos sin el conveniente freno de la razón. La novela, que su autor define como una fábula, retrata a una provincia inventada que se desvive por la música, un microcosmos anclado en un tiempo indeterminado y gobernado por un poder autoritario representado por un tal coronel Rodrigo, donde las calles y plazas se llaman Diatónica, Cromática, Anacrusa o Da Capo y hay dos asociaciones musicales autorizadas, Corchea y Septimino, cuyos miembros son eternos rivales que protagonizan sonadas riñas y episodios esperpénticos dentro y fuera del auditorio.

Como explica Longares, esta novela coral está construida como todas sus obras: desde el lenguaje. Es este el que genera la historia, que es un hilo que se va desmadejando con una prosa barroca y dotada de un humorismo que causa hilaridad por su propia afectación y por las situaciones disparatadas que describe. Porque una anécdota es graciosa "por lo que cuenta, pero, sobre todo, por cómo se cuenta". Así, si el narrador protagonista, absorto en ensoñaciones con su amada, una aristócrata flautista, se cae por las escaleras del auditorio y al recogerlo en camilla las enfermeras se dan cuenta de que lo único sano que le queda es "la parte más entrometida" de su cuerpo, queda claro que risa es igual a suceso más lenguaje. "Sólo cuando remitió el empinamiento de mi indócil me pasaportaron al hospital en ambulancia de sirena y con la bandera dorada de la provincia sobre mis alborotados genitales", confiesa el protagonista.

Pregunta.- ¿Cuándo y cómo se le ocurrió esta historia?
Respuesta.- Arrastro desde siempre una obsesión por la música, y este era un proyecto que arrastraba también desde hace tiempo. Finalmente me puse a escribirla y salió.

P.- ¿Definiría ese fanatismo musical que domina a los personajes de la novela como algo inofensivo, o no existe fanatismo inofensivo?
R.- Los fanatismos son siempre ofensivos y perniciosos para el funcionamiento de la sociedad. Un energúmeno es siempre un energúmeno, en cualquier ámbito.

P.- La música es muy importante en su literatura. ¿Cómo se forjó su melomanía?
R.- La afición por la música surge al mismo tiempo que despiertas a la vida. De pronto descubres un fenómeno que se llama música, una cosa abstracta que produce heridas claras y evidentes, e investigas cómo es posible. Musicalmente no estoy preparado, me dejo llevar por su hechizo.

P.- ¿Acude a conciertos con regularidad?
R.- Sí. Voy mucho al Auditorio Nacional y soy abonado del Teatro de la Zarzuela. Procuro tener una vida musical relativamente activa.

P.- ¿Qué opina de la anunciada fusión del Real y la Zarzuela?
R.- No estoy muy enterado del asunto, pero hay planeado un estreno de Álvaro del Amo, que es amigo mío, y del compositor Tomás Marco, y espero que siga adelante. En cualquier caso, es un fastidio que estas cosas no estén arregladas.

P.- Desde el Ministerio de Cultura aseguran que la fusión ayudará a internacionalizar la zarzuela.
R.- Lo que pasa con la zarzuela es que solo conocemos un 10 % de las que se han escrito. Posiblemente, el 90 % restante sea malo, pero me resisto a creer que no haya 30 zarzuelas aprovechables entre ellas. Tenemos que aceptar que es el género chico, como se denomina a sí mismo, que dura una hora, y en esa hora tienes que provocar risa, llanto, angustia, todo tipo de sentimientos, y acertar con una música ratonera y vivaz que te lleve a la gloria.

P.- Aunque pasan muchas cosas disparatadas, supongo que se habrá inspirado en hechos o personas que ha visto en el ambiente musical.
R.- En realidad la historia se va formando a través del lenguaje que la registra. Si escribes de otra manera, la historia saldrá diferente. Todas las influencias son buenas y en los periodos en los que estás escribiendo estás especialmente receptivo, pero lo que tira de la narración es la idea que hay dentro de ti.

P.- ¿No se apoya en un esquema previo?
R.- A veces lo he hecho, pero ya he comprobado que es inútil. He estado viendo los papeles y las notas que tenía para esta novela y son incomprensibles. Al final la novela no tiene nada que ver con todo lo que apunté.

P.- Al conceder tanta importancia a la orfebrería del lenguaje, ¿necesita estar cien por cien satisfecho con un párrafo para pasar al siguiente?
R.- Así es, no puedes continuar si lo anterior no está terminado. Irías avanzando por terreno pantanoso y ahí es donde naufragas.

P.- ¿Cómo y cuándo escribe?
R.- Esto funciona a base de dedicarle unas horas al día. Al término de esas horas estás con la cabeza imposible y te dedicas a otra cosa. Así poco a poco va saliendo. Crees que no has avanzado nada y un buen día resulta que ya está. Mi amigo Carlos Pujol decía que el oficio literario es para señoritos jerezanos, gente que se lo pueda tomar con calma. Si intentas aplicar velocidad a una novela, no sale.

P.- ¿Cuáles son sus compositores favoritos?
R.- Sobre todo Schubert, y en esta novela aparece mucho. Su música tiene una gracia especial y te produce inevitablemente esa herida de la que hablaba antes.

P.- El protagonista de la novela y en general toda su provincia no son muy amigos del dodecafonismo y otras corrientes contemporáneas. ¿Y usted?
R.- Bueno, hay de todo. Me gusta Cristóbal Halffter.

P.- Pero imagino que no le gustarán los cuartetos de cuerda en helicópteros y ese tipo de cosas.
R.- ¡No! [ríe] Eso ya es exagerar...

P.- La literatura y la música clásica no son las aficiones más populares de hoy. ¿Diría que viven una situación similar?
R.- A los conciertos va mucha gente. Los de Ibermúsica se llenan, también el Real y la Zarzuela. Por otra parte el escritor siempre se ha quejado de que no le hacen caso, pero ahora parece que es una época mejor que otras. Lo que sí ocurre es que la literatura cada vez tiene menos peso en la sociedad. Es muy raro ver a una persona por la calle con un libro.

P.- En la cita que abre el libro, un prestigioso escritor ficticio dice que los sentimentales son un peligro para las familias y para las naciones. ¿El sentimentalismo conduce al nacionalismo?
R.- Sí, el nacionalismo es un hijo de la sensibilidad sentimental, un panorama idílico lleno de margaritas y animales triscando por las hierbas.

P.- ¿Cómo trabaja el humor que destila en sus libros?
R.- El humor sale trabajando. Estás escribiendo algo y ves que tiene una veta humorística y procuras que aquello que crees que tendrá gracia esté contado con un lenguaje que la propicie. Si la descripción de los hechos lleva un lenguaje rebuscado, al lector perspicaz le provocará más la risa.

P.- En esta novela, además del lenguaje, son muy importantes las peripecias. No dejan de pasar cosas.
R.- Hombre, es que si encima de usar un lenguaje rebuscado no pasa nada, la gente te quema.

P.- ¿Y qué opina de la literatura que no inventa peripecias, especialmente la autoficción?
R.- Estoy muy enfadado con eso. La literatura para mí siempre ha sido ficción. Pensar en una cosa distinta es legítimo, pero ya no es literatura, es otra cosa. Se puede escribir un gran reportaje del suceso de Almería, pero no será literatura, será periodismo, lo cual merece todo mi respeto cuando se hace bien.

P.- Pero desde los tiempos de Larra muchos consideran que el periodismo no está tan desligado de la literatura. ¿Para usted hay una línea roja que los separa?
R.- En los tiempos de Larra lo que ocurrió es que se entendió que el periodismo no solo cuenta noticias sino que también expresa opiniones. Pero la literatura parte de una ficción, y por tanto no es cierta. Tú no has visto nunca un caballero y un escudero por las tierras de La Mancha, y en cambio te dan una idea de la vida como no te la puede dar nada en este mundo. La literatura es eso: a partir de una ficción construir un mundo. Tú no puedes entrar en el periódico hablando como Juan Benet porque el director te quema. El periodismo se basa en contar las cosas con el menor lenguaje posible.

P.- Y los diarios y las memorias, que en principio no parten de la ficción, ¿tampoco los considera literatura?
R.- En ese caso habría que verlo según el caso. A mí me dicen que son de un señor, pero quién me dice que el autor no se lo está inventando todo. En busca del tiempo perdido puede entenderse como unas memorias. Para mí no se trata tanto de la etiqueta como de lo que contenga. Quién te dice que El Jarama de Ferlosio no es un reportaje de unos madrileños que van a bañarse al río, pero en cuanto abres el libro sabes a qué atenerte.

@FDQuijano