Image: Santos Juliá: Es necesario un nuevo proceso constituyente

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Letras

Santos Juliá: "Es necesario un nuevo proceso constituyente"

El historiador analiza en un libro la "genealogía" de la Transición española en los últimos 80 años y su vigencia en la situación política actual

26 octubre, 2017 02:00

Santos Juliá

Pasados ya cuarenta años desde su inicio, la Transición española a la democracia se ha convertido en los últimos tiempos en un recurrente tema de debate y ha sido sometida a un proceso de "desmitificación" por parte de algunos políticos, intelectuales y un sector de la opinión pública, mientras que otros han tratado de contrarrestar esta corriente defendido su legitimidad y su vigencia. En el debate tercia desde hace años el historiador Santos Juliá (Ferrol, La Coruña, 1940) por medio de artículos en la prensa, y ahora publica Transición. Historia de una política española (1937-2017) (Galaxia Gutenberg), un libro en el que aparca la opinión para analizar de manera sistemática el fenómeno y "su genealogía" a lo largo de 80 años, es decir, aborda el antes, el durante y el después del proceso (centrándose exclusivamente en su vertiente política, no cultural, económica ni social) que todos conocemos como Transición. Para ello, Juliá se remonta al momento en que la palabra "transición" comenzó a usarse como posible fórmula para acabar con la guerra civil y llega, en el último capítulo, titulado "La Transición cumplida y desechada", hasta la actual crisis independentista en Cataluña.

Según explica Juliá, el concepto ha vivido varias etapas según el momento político: "la guerra civil, una potente dictadura, una dictadura tecno-autoritaria, luego como un proceso en marcha y, últimamente, ha sido usado para legitimar o deslegitimar ese proceso". Durante la guerra civil, hubo defensores de una mediación exterior para acabar con el conflicto, lo cual requeriría un periodo de transición hasta la celebración de un referéndum en el que la sociedad española elegiría el tipo de régimen político que quería. Esta idea permaneció tras la guerra y a finales de la Segunda Guerra mundial, monárquicos disidentes y republicanos en el exilio tenían la esperanza de una intervención aliada que derrocase a Franco. Como explica Juliá, había una diferencia de percepción: el Gobierno republicano en el exilio esperaba un restablecimiento de la República sin transición, mientras que los socialistas cercanos a Indalecio Prieto se dieron cuenta de que no habría ninguna intervención exterior que la facilitara.

En paralelo al gobierno republicano en el exilio, los monárquicos antifranquistas tuvieron también un proyecto de transición urdido con la colaboración del Foreign Office británico, con el que llegaron a un acuerdo en San Juan de Luz en 1948, y el resto de planes para una transición a la democracia, incluida la reunión de Múnich de 1962, pusieron el punto de mira en la intervención extranjera, si bien el PCE a partir de 1956 perdió toda esperanza en esa mediación exterior, cuando Kennedy continuó con la política neutral de su antecesor, Eisenhower.

De la esperanza al desencanto

Este martes, durante la presentación de la nueva versión de su historia del Partido Comunista de España, Miseria, grandeza y agonía del PCE (Akal), el periodista y ensayista Gregorio Morán definió la Transición como "una improvisación exitosa". En cambio, el nuevo libro de Juliá supone una refutación de esa tesis al trazar la genealogía del concepto. "Desde mediados de los años 60, la idea de que era necesario un periodo de transición en el paso de la dictadura a la democracia dominaba el clima político de la oposición y de mucha gente que venía del régimen, y esa idea de transición significaba clausurar la guerra civil, la reconciliación de los españoles, la amnistía general, no usar el pasado como arma política en el presente... Todo eso venía de las reuniones entre católicos, comunistas, socialistas y republicanos de las que estuvo lleno todo el periodo anterior", explica Juliá en conversación con El Cultural. "¿Qué es lo que no se pudo prever? Que Adolfo Suárez, secretario del Movimiento Nacional recién nombrado, fuera el presidente del Gobierno. Se pensaba como posible director del proceso en alguien que fuera presidente de un Gobierno en el que estuvieran representados distintos partidos de la oposición y que fuera una personalidad aceptada por todos, fruto de un consenso extendido. Pero eso no quiere decir que la Transición se improvisara".

P.- ¿Que Suárez liderara el proceso fue la principal causa del desencanto que cundió entre una parte importante de la oposición antifranquista?
R.- Sí, en buena medida venía de ahí. Hubo un desencanto propugnado por un sector importante de intelectuales y alimentado por el desprecio a Suárez. José Luis López Aranguren jugó un papel central en ello. Decía que aquel chico valía para locutor de radio o jefe de planta de El Corte Inglés. Y de pronto ese chico convoca elecciones generales. ¿Pero esto qué es? Muchos pensaron que no le correspondía a él tomar una decisión así, sino a José María de Areilza.

»Por otra parte, algunas fuerzas de la oposición pensaron que habría una ruptura simbólica con el régimen anterior más pronunciada y además el debate de la Constitución duró mucho y fue muy complicado. También estaba ETA y el panorama no fue tan pacífico como se había pensado. Hubo muchos muertos, mucho enfrentamiento con la policía y actuaciones de la policía muy brutales. Quien soñó una Transición completamente pacífica se sintió defraudado.

¿Hacia el Estado federal?

P.- ¿Por qué la Transición se ha convertido en objeto de debate y cuestionamiento justo ahora y no antes?
R.- A raíz del movimiento del 15-M, que aglutinó a mucha gente, hubo partidos nuevos que pretendieron construir un relato políticamente productivo: la deslegitimación del origen del sistema actual para justificar el inicio de un nuevo proceso constituyente. Eso funcionó durante un tiempo, pero tanto Íñigo Errejón como Pablo Iglesias cambiaron de estrategia hacia 2015. En sendas entrevistas reconocieron que ese relato no había funcionado porque la gente sigue pensando que la Transición fue un éxito. De hecho, Iglesias publicó un artículo en El País de cara a las siguientes elecciones en el que dijo literalmente que lo había sido.

P.- ¿Cree que sería conveniente reformar la Constitución?
R.- Es necesaria una reforma profunda de la Constitución o incluso un nuevo proceso constituyente. La Constitución de 1978 sigue siendo válida en muchos de sus artículos, pero quizás para que no ocurra lo mismo que con los estatutos de 2005 a 2007, que se consideraron reformas pero en realidad eran estatutos nuevos; quizás ha llegado el momento de pensar en la posibilidad de iniciar un proceso constituyente, siempre que, a mi modo de ver, tomen la iniciativa conjunta el Congreso de los Diputados y las Comunidades Autónomas.

P.- ¿Cree que así se daría carta de naturaleza a un Estado federal que, para muchos, ya existe de facto?
R.- No, no existe porque no tiene las instituciones que garantizan la solidaridad entre las partes, y eso es clave en los Estados federales. Es verdad que la doctrina constitucionalista más extendida hoy en día considera el Estado de las Autonomías como una forma de Estado federal, pero aquí nos enfrentamos al mismo problema al que se enfrentó la República. Cuando se discutió si era un Estado federal o no, se habló de Estado con tendencia federativa. Azaña dijo que no sabía qué significaba eso. Pues ahora estamos en la misma situación. Tenemos un Estado de tendencia federativa que hay que convertir en Estado federal. En la Constitución de 1978, la lealtad y la solidaridad entre las Comunidades Autónomas se dejaron en manos de la práctica política, pero la práctica política no fue por ahí.

P.- ¿Cómo se debería garantizar, a su juicio, esa lealtad?
R.- Con instituciones. Un senado que fuera un senado, y no lo que tenemos; agencias federales para las cuestiones de relevancia federal, y un poder central que no se relacione directa y bilateralmente con cada una de las partes, sino que esté englobado en el sistema federal.

P.- ¿Ese sistema aplacaría el independentismo catalán o se ha producido una fractura irreversible?
R.- Puede ocurrir de todo porque la situación política en este momento es muy cambiante. Lo mejor que podría ocurrir sería que se convocaran unas elecciones generales y así tendríamos un parlamento no sometido a la tensión creada durante estos años. Eso podría abrir un camino para el encuentro, pero no será fácil, debido a la profunda escisión en la sociedad catalana y en la relación de los catalanes con los que tenemos otras identidades.

P.- En el libro explica cómo fue el proceso que llevó a la oposición antifranquista, con el PCE a la cabeza antes de la Transición, a aceptar la monarquía como forma de Estado. Hoy la dicotomía monarquía-república sigue candente. ¿Usted incluiría esta cuestión en ese hipotético proceso constituyente?
R.- La actual monarquía nunca ha sido un obstáculo a la democracia y las libertades, más bien lo contrario. Cuando el Partido Comunista abandonó el republicanismo, cosa que hizo muy pronto, adujo que el problema no era monarquía o república sino dictadura o democracia. Pues bien, ahora tendríamos que decir que el problema no es monarquía o república, sino federalismo o quiebra del Estado español.

@FDQuijano