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Image: Chimamanda Ngozi Adichie: "Que el feminismo esté en boca de todos no hace que pierda fuerza, al contrario"

Letras

Chimamanda Ngozi Adichie: "Que el feminismo esté en boca de todos no hace que pierda fuerza, al contrario"

4 octubre, 2017 02:00

Chimamanda Ngozi Adichie

Chimamanda Ngozi Adichie es autora del revolucionario ensayo Todos deberíamos ser feministas y de tres novelas que profundizan en la relación de su país, Nigeria, y sus ciudadanos, ella misma, su familia, con el resto del mundo, hasta el choque definitivo: su llegada a Estados Unidos hace dos décadas y su descubrimiento de que existía no sólo como mujer sino también como alguien perteneciente a una raza distinta. Lo cuenta en Americanah.

Chimamanda Ngozi Adichie nació en Nigeria en 1977. A los 19 años consiguió una beca para estudiar Comunicación y Ciencias Políticas en Filadelfia y, cuando llegó a la facultad, recuerda, descubrió que era negra. Hasta entonces en ningún momento se había planteado que el color de su piel tuviese algo que ver con el tipo de persona que era o que podía llegar a ser. "En Nigeria la gente tiene confianza en sí misma, cree que las cosas saldrán, y que saldrán bien, pase lo que pase, pero al llegar a Estados Unidos me di cuenta de que, si eres negro, el éxito no forma parte de tu futuro. Recuerdo que en una de las primeras clases en la universidad, nos hicieron escribir un ensayo, una redacción, sobre un tema en concreto, y que la profesora dijo, después de leerlas todas, que una estaba por encima de todas las demás, que era la mejor, y quiso saber quién era el autor, y cuando levanté la mano, vi que le sorprendió que lo hiciera, porque en su mente había algo que no encajaba, ¿cómo podía ser yo, 'la' negra, autora del mejor trabajo?", recuerda. Hoy, Chimamanda es un nombre clave del feminismo mundial, autora de tres novelas -La flor púrpura, Medio sol amarillo y Americanah (Literatura Random House)- y ensayos como Todos deberíamos ser feministas, que han dado la vuelta al mundo.

Que Beyoncé la cite en algunas de sus canciones o que Christian Dior haya diseñado una camiseta con el título de uno de sus ensayos -el mencionado Todos deberíamos ser feministas- no le parece en absoluto mal, sino todo lo contrario. "Que haya ocurrido me parece emocionante y fantástico. El feminismo no debe ser algo académico, sino ir mucho más allá. Hay lugares del mundo en los que ni siquiera usan esa palabra, pero las mujeres luchan cada día contra el patriarcado, y lo hacen con todas sus fuerzas. Que el feminismo esté en boca de todos no hace que pierda fuerza, al contrario. Cuando Beyoncé me cita en sus canciones, hace que muchísimas chicas se cuestionen cosas que quizá de otra manera no se cuestionarían. Les permite obtener un lenguaje con el que luchar contra lo que están viviendo. Por otro lado, no debería ser sólo cosa de las mujeres, sino de todos. Los hombres y las mujeres viviríamos mucho más felices si la igualdad existiera", dice.

Viste de un verde alucinante y camina sobre unos tacones a topos. Sonríe a menudo y cada una de sus frases es un dardo documentado, bien dirigido, necesario. Como cuando dice que no soporta que desde Occidente trate de adoctrinarse a las mujeres africanas. "Empoderar es una palabra peculiar, extraña. El sexismo y el racismo es algo que existe en todo el mundo, lo que pasa es que las mujeres de los países occidentales creen que están mucho mejor que las demás, cuando es un lugar en el que se juzga de forma muy distinta a un hombre y a una mujer. De un hombre se dirá que es fuerte, mientras que si decimos el adjetivo 'deseable' está claro que estamos pensando en una mujer. ¿Y nos parece bien que los hombres lloren? ¿Lo aceptamos, las mujeres? No sé, mi abuela era muy feminista y no sabía que lo era, luchaba contra cualquier planteamiento del patriarcado, y no se preguntaba por qué, simplemente lo hacía. Tendemos a pensar que nuestra situación es la mejor, pero el mundo occidental debería mirarse a sí mismo y ser un poco más crítico con su situación. Las mujeres africanas son sumamente emprendedores, lo que no tienen es capital, eso es lo que necesitan, eso y educación, no que vayamos a enseñarles cómo ser feministas, porque ya lo son. E ir a un lugar a dar lecciones de desigualdad proviniendo de un lugar en el que está desigualdad existe, no deja de ser peculiar", sentencia.

Sus intervenciones son largas y contudentes. Dice que no se considera una activista, porque el activista "es aquel que estaría incluso dispuesto a dar su vida por la causa, y yo no quiero morir por ninguna causa". "Además, es una palabra que no me convence. No fue el activismo el que me llevó a la literatura, la literatura ha sido mi pasión, desde siempre, fue mi primer amor. Es un don que debo agradecer a mis antepasados. La utilizo para abordar temas sociales, como el feminismo o la injusticia social, y en ese sentido se ha convertido en un camino. Pero ojalá no tuviera que hablar de estas cosas. Ojalá pudiera quedarme en casa, leer poesía, soñar, mirar por la ventana, pero las injusticias me enfadan y tengo que hablar de ellas. Aunque me gustaría no tener que escribir sobre feminismo", dice. ¿Y cree que lo hará algún día? ¿Cree que llegará el día en que no tenga que escribir sobre feminismo? "Ojalá dentro de 15 o 20 años la palabra fuese innecesaria", contesta. Y sobre todo los clichés que desmontan sus novelas, añade: "Un autor no tiene por qué desmontar clichés, no es su responsabilidad. Un autor es un artista, y sólo es responsable de su punto de vista. Yo me dedico a la ficción realista, que, si es auténtica, ya cuestiona esos estereotipos. Lo que no hago es sentarme en mi escritorio y decirme: 'Voy a desmontar este y este cliché''. Los clichés tienen parte de verdad, pero no están completos. La literatura permite completarlos. Dar una visión más caleidoscópica".

También habla, Chimamanda, en esta, su primera visita a nuestro país, de sus tres novelas. De ellas dice que, Medio sol amarillo fue una especie de deuda que debía saldar con su propio pasado. "Siempre me había intrigado el tema de Biafra, su lucha por conseguir una república independiente de Nigeria, porque mi abuelo había estado en un campo de refugiados, y mi padre había tenido una relación muy estrecha con él. Pero en el colegio no nos explicaban esa historia, y yo quería entender qué había pasado, tenía muchísimas preguntas, y empecé a leer, leí muchas cosas, fui a archivos, investigué. Fue muy difícil escribir esa novela. No podía dejar de llorar, pero para mí era una obligación absoluta explicarlo, y hacerlo con precisión porque no sólo sería literatura, sino que se convertiría en un texto histórico", explica.

Sobre La flor purpúra asegura que el padre autoritario, el protagonista, "no tiene nada que ver con mi padre, que es un hombre menudo, afable, de una simplicidad emotiva, un profesor de estadística tímido. Me crié como católica y una vez una amiga, también católica, me contó que su padre le pegaba, y ella creía que era lo normal. Me dijo algo así como: '¿Te imaginas que un día echas el pestillo antes de que entre?', y aquello me dolió muchísimo. Nos remite a lo peor del colonialismo, a la religión que vino con él y que impuso una dictadura, una dictadura religiosa, que hizo creer a los indígenas que todo su pasado era un error".

De Americanah, la historia de cómo Ifemelu vuelve a Lagos después de una estancia en Estados Unidos -algo bastante parecido a lo que le ocurrió a la propia autora, que hoy en día vive entre Estados Unidos y Nigeria, la propia Lagos-, dice que es la novela con la que más se ha divertido nunca. "Creo que el racismo es un tema ridículo que ya deberíamos haber superado. ¿Discriminar a alguien por su color de piel? Es absurdo, alucinante. Con la novela quería abrir un debate sobre cómo se vive el racismo en Estados Unidos, sobre cómo descubres que formas parte de una raza concreta, y sobre la idea del hogar, qué es el hogar, y en qué se convierte cuando lo abandonas y qué te encuentras cuando regresas a él". Por último, la escritora, que asegura haber crecido leyendo autores rusos y autores indios y autores ingleses, apostó por el Nobel de Ngugi Wa Thiong'o, el escritor keniata que figura en primer lugar de las apuestas para recibir el máximo galardón de las letras mundial este mismo jueves. "Merece ganar. Recuerdo haber leído Pétalos de sangre y sus memorias. Son muy emocionantes, sitúan al personaje en un contexto amplio de una sociedad cambiante, es un excelente narrador y una buena persona", dice. Y a continuación, anima a cualquier lector a saltarse el canon occidental y pedirle más a la literatura: "Parece que todo aquello que está escrito fuera del canon occidental, aquello que no ha sido escrito en Estados Unidos o en Europa, es antropología de un lugar en concreto. Y no es cierto. La literatura universal existe, pero cuesta de creer si pensamos que ésta va de Homero a McEwan sin pasar por otros sitios. Lo que tendremos, si eso es lo que pensamos, es una visión reduccionista del asunto", concluye.

@laura_fernandez