Image: Un enigma llamado Clarice

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Letras

Un enigma llamado Clarice

29 septiembre, 2017 02:00

Clarice Lispector

“Soy tan misteriosa que ni yo misma me entiendo” confesaba Clarice Lispector, aunque la brasileña se desmentía de inmediato afirmando que su único misterio “es que no escondo ninguno”. Benjamin Moser, autor de Por qué este mundo. Una biografía, destaca la fascinación y talento de “la auténtica sucesora de Kafka”.

Cuarenta años después de la muerte de Clarice Lispector (1920-1977), Siruela lanza Por qué este mundo, su biografía vital y literaria definitiva. Su autor, Benjamin Moser (Houston, 1976), descubrió a la narradora brasileña mientras estudiaba portugués en la universidad. Ahora recuerda cómo, cuando comenzaron a leer literatura luso-brasileña, se tropezó con La hora de la estrella, de Lispector: "No tenía la menor idea de quién era aquella mujer y casi no conocía el idioma, pero entendí algo o, mejor dicho, entendí todo. Como si una fuerza, una electricidad, estuviera agarrándome desde aquellas páginas”. Años después, cuando Moser investigaba la vida de Lispector para escribir esta biografía, averiguó que la brasileña escribió La hora de la estrella mientras agonizaba: “No puedo explicar lo que sentí. Tal vez fue algo parecido a un arrebato por una atracción sexual. Como cuando ves a una persona y hay una chispa. Aunque a veces, de madrugada, te arrepientas, y otras veces te cases para toda la vida. Así fue conmigo y Clarice: se convirtió en uno de los grandes amores de mi vida. El lector clariceano me entiende, tiene el mismo afán que tengo yo: aproximarse a esa persona enigmática, lejana, que es al mismo tiempo, misteriosamente, un espejo de nosotros mismos”.
Parlanchina y extrovertida, silenciosa e incomprensible, Lispector era una mujer de asombrosa belleza que “se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf
Su pasión por la autora se plasma en Por qué este mundo, una biografía en la que el lector descubrirá “algo completamente imprevisto: que la verdadera sucesora de Kafka era una columnista de moda en las playas de Río”, subraya Moser. Su Lispector es una paradoja desconcertante: parlanchina y extrovertida, silenciosa e incomprensible, que se consideraba profundamente brasileña y se sabía extranjera en todas partes... Una mujer de asombrosa belleza que, según uno de sus admiradores incondicionales, el traductor George Rabassa, “se parecía a Marlene Dietrich y escribía como Virginia Woolf”.

El peso de la culpa

Su pasado era pobre y violento hasta extremos inconcebibles. Lispector había nacido en Chechelnik, una pequeña esquina paupérrima del Imperio zarista, víctima de pogromos de tropas bolcheviques y ucranianas que esquilmaban las granjas alternativamente. Mania, la madre de la escritora, fue violada por un grupo de soldados que le contagiaron la sífilis, incurable en aquellas condiciones. Clarice sería concebida poco después, pues entonces se creía que el embarazo podía curar esa enfermedad. "Así que fui creada adrede -contaría más tarde Lispector-: con amor y esperanza. Pero no curé a mi madre. Y hasta el día de hoy me pesa esa culpa. [...] Les fallé". La prematura muerte de su madre -cuando Clarice contaba 9 años, ya vivían en Brasil y su padre intentaba ganarse la vida como chamarilero en Recife-, acentuaría esa sensación de abandono y de culpa. Obsesionada con la palabra, el misterio y la ausencia, comenzó a escribir relatos siendo niña y a enviarlos a revistas y diarios sin demasiado éxito, hasta que publicó Cerca del corazón salvaje, premio Graça Aranha a la mejor novela de 1943. Mientras la remataba (había comenzado a escribirla a los 17 años), estudió Derecho y conoció al diplomático Maury Gurgel Valente, con el que se casó en 1943. Junto a él descubriría la Europa arrasada por la Segunda Guerra Mundial, pasando de Nápoles a Milán, de Londres a París y Berna, donde nació su hijo Paulo. De vuelta a Río, en 1949, publicó algunos cuentos en la revista “Senhor” y firmó bajo seudónimo columnas femeninas en distintos periódicos. Tres años después volvió a dejar Brasil junto a Maury para instalarse en Washington, donde vivieron casi ocho años, aunque Lispector acabó abandonándole para regresar a Brasil en 1959. Comenzaba así el periodo más feliz de su vida: recuperó a sus antiguas amistades y conquistó nuevos lectores gracias a sus colaboraciones en periódicos, y al lanzamiento de su primer libro de cuentos, Lazos de familia (1960), al que seguirían Una manzana en la oscuridad (1961) y en La pasión según G.H. (1963), su obra más célebre.
“Escribo como si salvara la vida de alguien. Probablemente, mi propia vida” (p. 85). Era la misma mujer que aseguraba que sólo le quedaba “ladrar a Dios”
A lo largo de Por qué este mundo, Moser recorre acontecimientos y obras, tragedias íntimas (como la esquizofrenia de su hijo Paulo), y éxitos literarios, pero es la propia Clarice quien sale al encuentro del lector con revelaciones como “Toda historia de una persona es la historia de su fracaso” (p. 85); “Escribo sin la esperanza de que nada de lo que escribo pueda cambiar nada en absoluto” (p. 318); “No soy pretenciosa, escribo para mí misma, para sentir mi alma, hablando y cantando, a veces llorando” (p. 159). Y, poco antes de morir, anotó: “Escribo como si salvara la vida de alguien. Probablemente, mi propia vida” (p. 85). Era la misma mujer que decía no tener cualidades, “sólo fragilidades”, la que aseguraba que sólo le quedaba “ladrar a Dios”. Ahora, al analizar su evolución como escritora, Benjamin Moser subraya que su talento era innato, “como muestran los relatos que escribió a los 17 o 19 años”, si bien su evolución fue inmensa. Esa evolución, insiste, es “lo que dota de espina dorsal a la biografía. Tiene que ver con su rechazo a Dios, al Dios que la había abandonado cuando tenía 9 años y -así lo veía- mató a su madre. Ella, en venganza, le abandonó a él. Sin embargo, había nacido con un deseo de acercarse al Ser Supremo, que es lo que se conoce como vocación mística, innegable en ciertas almas. Y se va aproximando y aproximando a Dios, al Dios que le da asco, al que ella odia. Leyendo sus libros, asistiendo a esa evolución, tenemos una sensación muy, muy penosa, muy rara, que para unos es el encanto y para otros la brujería de Clarice”.

Las sutilezas de Clarice

Para su biógrafo, que también es su traductor al inglés, su mayor innovación como autora fue su manera de “quebrar el portugués de manera muy desconcertante”. Según Moser, un traductor español o francés se enfrenta a los textos de la brasileña con la tentación de “plancharlos”, esto es, de limpiarlos, de ponerlos en el orden latino normal, “aunque si se acaba cayendo en esa tentación, le quite toda la poesía”. Pero al verter sus libros al inglés, Moser comprendió que “el vocabulario de Clarice es muy clásico, así que cualquiera que haya estudiado un poco de portugués cree que lo entiende. Al menos eso pensé yo cuando empecé. Pero el anglófono no siempre percibe las sutilezas del portugués. Suena pretencioso decir que cuánto mejor es tu portugués, más difícil es comprender a Clarice Lispector, pero cuando lo digo en Brasil todos saben a qué me refiero. Es muy frustrante darte cuenta de lo poco que entiendes cuando crees entenderlo todo”. Ahora, Moser anda enredado en otra biografía, la de Susan Sontag: “Es muy curioso porque cuando me dedico a Susan, Clarice me deja una semana o dos en paz. Pero es como si de repente se le acabara la paciencia, y cuando estoy trabajando bien con Susan, vuelve Clarice y no me deja seguir. Y Susan hace lo mismo cuando piensa que le dedico demasiado tiempo a Clarice... Como las tengo a las dos -las traducciones de Clarice y la biografía de Susan- noto cuando una me dice: ya basta con aquella otra, no me olvides”.