Image: Joy Williams

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Letras

Joy Williams

Cuentos escogidos

28 julio, 2017 02:00

Joy Williams. Foto: Anne Dalton

Traducción de Albert Fuentes. Seix Barral. Barcelona, 2017. 718 páginas, 28 €. Ebook: 12,34 €

Si alguna vez la especie humana fuese llevada a juicio -por crímenes contra el planeta, contra los animales, y entre sus miembros- sería difícil imaginar un fiscal más feroz que Joy Williams (Chelmsford, USA, 1944). ¿Acaso existe un autor cuyas condenas sean más convincentes, cuyas ideas sean más lúgubres e impías? Y, si todo esto le parece demasiado severo, ¿acaso existe un nihilista más divertido entre los escritores estadounidenses?

En una entrevista con The Paris Review, Williams acusa a nuestra especie como sigue: "Vivimos, engendramos y queremos cosas -siempre este espantoso querer-, y hemos causado un daño irreversible a muchísimas. Es posible que la novela, y hasta los relatos, mueran, porque vamos a acabar asqueados a más no poder de hablar de nosotros mismos!

Sin embargo, mientras la propia Williams siga escribiendo ficción -obras despiadadas e hilarantes que ponen contra las cuerdas nuestra estupidez humana-, la novela y el relato no perecerán a corto plazo. En la reseña de la novela de Denis Johnson Los monstruos que ríen, que publicó el año pasado en estas páginas, la autora ofrecía un pavoroso comentario al margen que resulta difícil no tomar como el credo de su propia ficción: "La vida es absurda y está llena de distracciones crueles y egoístas. La integridad es esquiva y mucha gente encuentra necesaria la ingesta copiosa de drogas. Nuestra ignorancia es infinita y nuestros pesares terribles. Hemos hecho un desperdicio inenarrable de este mundo, y nuestro paso por él es amargo y no tiene nada de heroico. Con todo, a veces el horror puede ser esclarecedor, y es necesario acometer lo imposible".

A la pregunta de cómo ese horror puede llegar a ser esclarecedor responde con impecable maestría Cuentos escogidos, que reúne tres recopilaciones previas de cuentos de la autora junto con trece relatos nuevos para formar uno de los proyectos literarios más valientes y menos temerosos del abismo que haya conocido la literatura. Los argumentos de los relatos no proporcionan más que un pequeño indicio del crudo disfrute -la desesperación, la euforia y la revulsiva comedia- que nos espera. El joven hijo de una mujer ha muerto y sus compañeros de colegio van a su casa a llorar con ella, pero la velada acaba en amenazas y enfrentamientos. Dos niñas vuelven en tren de sus vacaciones de verano mientras los adultos que las tienen a su cargo se destrozan verbalmente entre sí. Las madres de unos asesinos en serie, aisladas por la sociedad debido a los crímenes de sus hijos, forman un grupo de apoyo. Una joven visita a su madre con la única intención de contarle que su padre, muerto hace años, se le ha aparecido en una visión. "Me dijo que nunca te quiso", le dice a su madre; "que si tuviese que repetirlo otra vez, seguiría sin quererte y tú seguirías sin saberlo".

Los cuentos abarcan casi cincuenta años, y hasta los más antiguos brillan con un resplandor de muerte, misterio y deseos frustrados. En "Pastor", el perro de una chica se ahoga y ella se abandona a un universo privado de dolor: "No hay consuelo", afirma. "No hay recuperación. No hay final feliz". El criador que le había regalado el perro dice: "Estamos dormidos y soñando, ya lo sabes. Si fuésemos capaces de entender nuestra verdadera posición, no podríamos soportarlo, no nos quedaría más remedio que encontrar una salida".

El no poder soportarlo es un trastorno que padecen muchos de los personajes de Joy Williams. Cuando presenciamos cómo les aflige ese terror sin fondo, nos asombramos de que haya alguien que defienda cualquier negación. Es verdad que Williams es una de las autoras menos sentimentales del mundo, pero tampoco arroja a sus personajes al vacío solo por pasar el rato. La crueldad y las monstruosidades espeluznantes abarrotan los cuentos, pero lo hacen con un realismo emocional considerable, y por debajo de ellas se percibe a una escritora que anhela algo fuera de alcance, que se propone desvelar aquello que en el pasado recibía la curiosa denominación de "condición humana". ¿Puede ser que esté acometiendo lo imposible? En "El amante", a una persona que llama a un programa nocturno de radio le dicen que "cada rincón del mundo tiene sus desventajas. Al final es imposible escapar del sufrimiento. Ni siquiera la tierra es segura ya. Se está marchitando. Si cavas lo bastante hondo para plantar tus semillas, debajo de la corteza encontrarás un vacío como el cielo. No, a la larga nada es compatible con la vida. Siguiente llamada, por favor".

Cuentos escogidos

Si bien el nihilismo proporciona el esqueleto de este libro, a menudo una especie de humor negro lo vivifica. Seguro que en algún sitio existe una teoría al respecto (por qué los peores pensamientos pueden ser tan divertidos), allí donde la gente se reúna e intente explicar chistes. Sea cual sea la razón, cuando Williams ensarta el proyecto humano en su totalidad -la inagotable acumulación de bienes materiales, la destrucción del planeta, las mentiras para protegerse a uno mismo-, resulta que me desternillo y temo que voy a salpicar el sofá.

Puede que sea risa nerviosa. O tal vez se trate de esa clase de risa incontenible que brota cuando un profundo proyecto moral se lleva a cabo con una maestría literaria tan deslumbrante; cuando las disyuntivas más difíciles de aceptar se transforman en acción dramática. Véase Samuel Becket o Flannery O'Connor.

Solo que a Williams no se la puede acabar de circunscribir con claridad a ningún "amo oscuro". La autora es estadounidense, contemporánea y fuera de lo común, y se encuentra a gusto en la piel del realismo doméstico, aunque esta modalidad sea una especie de disfraz engañoso para un proyecto mucho más siniestro que no es frecuente encontrar en la ficción breve estadounidense ni de ningún otro lugar. Los relatos reunidos en Cuentos escogidos están ambientados en los paisajes cubiertos de ampollas del suroeste, en las islas frente a la costa de Nueva Inglaterra, en los viajes por carretera en coches destartalados. Y, para la autora, el escenario no es sino otra manera de afilar su hacha: "En el crepúsculo del sur, la oscuridad surgía del cielo como un pegote de barro disolviéndose en un estanque transparente; pero, en la isla, parecía que el crepúsculo surgía de la nada. El atardecer y la noche eran producto de la niebla, el agotamiento de la ola, la hora en que la oscuridad caía sobre el pueblo como si los edificios y los árboles fuesen un pozo que había que llenar".

Con frecuencia, los personajes de los cuentos están borrachos, o moribundos, o solos, y cuando están casados, están más solos aún. Si son niños, a menudo son precoces y malintencionados, y tienen el don de saber cómo paralizar a los adultos de su entorno. En manos de Williams, los niños parecen una estrategia genética empleada para anular la especie, un virus que hace irupción desde dentro. En "Las chicas", uno de los relatos más recientes de la recopilación y el más demoledor de los escritos por la autora, dos hermanas hacen un diagnóstico del declive de sus padres: "Pero papá y mamá estaban cambiando. A ojos de las niñas, parecían estar de hecho viniéndose abajo. Era preocupante. Papá cada vez fumaba y bebía más, rindiéndose a lúgubres vaticinios. ¡A veces se mostraba huraño con ellas como si no lo fueran todo para él! Y la alegría de mamá por la vida parecía marchitarse. Tenían un comportamiento titubeante, como si cada vez les costara más discernir las cosas. Papá había querido arder como un fuego furibundo, pero no lo había hecho. Era evidente que no. Algo se cernía a paso acelerado sobre él, y sobre mamá también, algo que era a un tiempo veloz y lento, embozado en los minutos y los meses" (p. 571).

Nos guste o no, algo se precipita también hacia nosotros. Y rara vez se ha lidiado con la pregunta de qué hacer entretanto -cómo sentir y qué pensar antes de morir- con la valentía de estos exquisitos cuentos.

© NEW YORK TIMES BOOK REVIEW