Image: Chéjov inédito

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Letras

Chéjov inédito

Ofrecemos dos cuentos inéditos de Chéjov incluidos en sus Cuentos completos (Páginas de Espuma)

2 diciembre, 2016 01:00

Entre todo el material de Anton P. Chéjov (1860-1904) hasta ahora inédito en español, y que ha ido saliendo a la luz gracias a la edición en cuatro tomos de sus Cuentos completos al cuidado de Paul Viejo (Páginas de Espuma), ofrecemos dos piezas cortas, muy distintas entre sí, y que dan muestra además de dos momentos diferenciados de la trayectoria del escritor ruso. Una inconclusa ("Las bellas") y otra muy temprana ("Toca pagar"), más en la línea humorística, desenfadada, del escritor joven. "Muy chejovianas ambas", comenta Viejo, que ha elegido ambos textos para los lectores de El Cultural.


"Toca pagar" (Traducción: Paul Viejo) es uno de los textos atribuidos a Chéjov que se publicó el 2 de noviembre de 1878, dentro del número 45 de la revista La libélula, y que apareció firmado por "El joven viejo", seudónimo utilizado en más ocasiones en esa revista para piezas que con seguridad no fueron escritas por Chéjov.

Toca pagar

(Viñeta)

En un restaurante. Después de una cena copiosa, dos dandis piden la cuenta. Traen la cuenta. Uno de los dandis tiene intención de pagar. El camarero está esperando.

-¡Suelta eso! -dice el primero-. Pago yo.

-No, hermano, es mi deber.

-¡No digas bobadas! Fue mía la idea de cenar, así que pago yo.

-¡No puede ser que yo vaya a cenar a tu costa!

-¿Y por qué iba a hacerlo yo a cuenta tuya?

-La última vez pagaste tú, así que me toca a mí.

-Aquella vez solo bebimos una botella de cerveza.

-De todos modos, no tengo ninguna razón para no dejar que...

-¡Me estás insultando, Sasha!

-¡Igual que tú a mí, Kolia!

-¡Bien! Si eso es lo que deseas, entonces...

-Eso es: paga, paga.

-Estoy de acuerdo en que pagues.

-Me parece que yo ya estaba de acuerdo.

-Bien, pero, de todos modos, paga.

-Así que... No quieres...

-No, al contrario. Solo porque eres tan insistente.

-¡Bien, estoy dispuesto a pagar! Solo tienes que saber, hermano, que se me ha olvidado la cartera en casa. Así que ponlo tú y después te lo pago.

-¡Anda mira! Yo estoy en la misma situación. Pero yo confiaba en ti.

-¿Entonces por qué querías pagar? Yo también confiaba en ti. No tengo ni medio rublo.

-Lo mismo tengo yo.


"Las bellas. Anotaciones de un médico" (Traducción: Paul Viejo) se publicó en el segundo volumen del recopilatorio Palabra de 1914, anunciándolo simplemente como un fragmento inconcluso que "se encontró entre los papeles de Chéjov". El manuscrito contiene un pasaje en bruto, con anotaciones del autor en tinta y lápiz rojo. Por su caligrafía se le sitúa en la década de los ochenta, y es probable que fuera un primer esbozo sin desarrollar, y muy diferente, del cuento homónimo "Las bellas" de 1888.

Las bellas

Antocaciones de un médico

Cierta mañana de uno de esos días lluviosos de otoño vino a verme el muchacho de la fábrica de dulces de los comerciantes Z* y, en nombre de la fábrica, me invitó a recibir a un paciente.

-¿Quién es el enfermo? -pregunté.

-El contable Mijaíl Platónich -contestó el muchacho.

Así que fui hacia allí. En la entrada de la fábrica me recibió el portero y me llevó hasta el contable. Primero caminamos por un patio pavimentado junto a los edificios de la fabrica, que olían a azúcar quemada, y después por una zona del patio sin pavimentar, llena de fango, cruzando por unos tablones que se hundían bajo nuestros pies, cerca de unos barriles cubiertos por lonas... El enfermo estaba en un pequeño anexo a una de las plantas que está junto al oscuro granero alargado, en el que habían escrito con algo negro, como alquitrán, "Está estrictamente prohibido fumar en el patio y en el almacén". El porche del anexo estaba sucio, la puerta corredera chirriaba y tenía roto el hule que la revestía, la entrada era oscura y estrecha, y hasta el propio enfermo, el contable Mijaíl Platónich me pareció tan triste y sombrío como el resto del patio de la fábrica. Iba vestido con una bata de algodón y unas pantuflas, sobre las que caía el cordón de los pantalones. Estaba acostado cuando entré a verlo, hecho un ovillo, con la cara contra el respaldo del diván y sin moverse, como si estuviera dormido. Se estremeció al escuchar mis pasos. Se alzó del diván, me miró con seriedad y, dando por supuesto, claro, que yo era el médico, sonrió arrugando el rostro, me señaló una silla y dijo:

-Encantado de conocerle, Ptitsin... Haga el favor...

Por su expresión, y en concreto por sus ojos, pareciera que había perdido las gafas y que ahora veía mal. Sus ojos, algo aturdidos, miraban con recelo, los cabellos rojos estaban encrespados como cerdas, su barbilla era prominente, cubierta de pelillos rojos como espinas, también sobresalían sus labios apretados, en la frente se le hacía arrugas y todo, me parecía, porque tenía mala visión pero intentaba ver... Esa expresión, en suma, quería decir que mi presencia le molestaba y no le resultaba agradable.

Supe que tenía treinta y un años (por el aspecto parecía mayor) cuando le pregunté por su enfermedad, que trabajaba día y noche toda la semana, que comía en una cantina barata, y que se puso malo cuando durante la comida se bebió media botella de tinto, que además le había parecido después de bebérsela una simple "pintura para huevos". Su constitución no estaba mal, pero su alimentación era tan pobre que alguien que no fuera médico hubiera podido, al ver su piel flácida y sus costillas marcadas, pensar en un mal mayor que una gripe intestinal. El trabajo diario, la comida de cantina, el tabaco malo y comer siempre koleta, algo inevitable para un intelectual que tenía que vivir con cuarenta rublos al mes, lo habían consumido y hecho envejecer como diez años.

Respondía con brevedad a mis preguntas, tan solo lo imprescindible, tenía una forma literaria de hablar y cuando se refería a su enfermedad usaba expresiones como "disposición" o "causas derivadas", con lo que llegué a la conclusión de estar tratando con un intelectual. Escuchó en silencio mis consejos mientras asentía con la cabeza en señal de consentimiento. Cuando le di las reglas a seguir para la dieta y el estilo de vida que podía llevar con un sueldo de cuarenta rublos, comidas en cantina y alojamiento húmedo, se quedó pensando y me dijo:

-Sí, todo eso es bueno, por supuesto. Pero lo más importante es respirar aire limpio y casarse.

-Casarse es bueno -accedí-. Lo que se propone, el Todopoderoso dispone.