Image: Estaciones de tren (1)

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Letras

Estaciones de tren (1)

15 agosto, 2016 02:00

El tercer cuento de este verano, "Estaciones de tren" pertenece a Piscinas vacías, primer libro de relatos de la barcelonesa Laura Ferrero, que Alfaguara publica el 6 de octubre.

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- Cuarta parte

L
EÍSTE que los budistas tienen ochenta y nueve estados de conciencia y el dato te pareció absurdo, excesivo. Sin embargo, hace poco, ella sacó ese mismo tema mientras tomabais un café y añadió: "¿Sabías que solo tres de esos estados están relacionados con la desgracia y la tristeza?". Tú la observaste mover los labios y te escuchaste contestar, sorprendido: "¿Ah, sí? Qué interesante". Pero no te interesaba. Seguía pareciéndote absurdo.

Aunque últimamente pasas la mayor parte de tu tiempo saltando de uno a otro de esos tres estados. Piensas en todo esto mientras desayunas, esta vez solo, en el office. Recoges tu taza de café y te encierras en tu despacho.

Te han llamado varias veces. No soportas que te interrumpan. La directora de marketing ha entrado para hablarte de tonterías, para flirtear contigo, para contarte algo de una raqueta de pádel que se ha comprado. Le has sonreído. Sabes que le gustas y le sigues el juego. Siempre has sido así. "Y así me ha ido", sueles bromear. Pero sabes que te ha ido bien.

Eres, como se suele decir, un tipo con suerte.

Creciste en una isla sin trenes, y ahora pasas mucho tiempo mirando a través de las ventanas de trenes que te conectan con otras ciudades, con otras vidas. Pero recuerdas que de pequeño te resultaban exóticos e incluso inexplicables, aquellos largos convoyes que avanzaban a gran velocidad. No los tuviste ni de juguete, y en algún algún momento llegaste a dudar si podrías reconocerlos. Los habías visto en películas, y soñabas con el ruido de trenes míticos que entraban en estaciones de ciudades de provincias. Tu tía quiso comprarte uno de juguete, pero lo rechazaste. Tú querías montarte en un tren, no necesitabas para nada una miniatura ridícula.

Vivías en una isla pequeña. Ella te dio forma a ti. Ahora, en cambio, vives en una gran ciudad. Tú le has dado forma a ella, y poco queda del mar que te vio nacer. Te pasas la vida en trenes. No te importa: te gusta estar en movimiento. Sueles mirar por la ventana y pensar en otra vida, en otro lugar. Te dices que es poético. Te gusta sentirte así. Llegar a ciudades que no son la tuya, quedarte en hoteles que no son tu casa. Habitaciones blancas y asépticas en las que desde hace un tiempo no duermes bien. Pero te gusta hacerlo desde la comodidad de tener una casa, un lugar. En el fondo, sabes que cuando levantas el teléfono siempre hay alguien al otro lado, alguien que te abraza cuando no puedes dormir. Los trenes te sirven para tomar aire. Para respirar.

Cuando la conociste, aún no sabías que no eras feliz. Muchas historias comienzan así. Te reprochas continuamente que todo esto lo empezaste tú. Mientras lo piensas, la pantalla de tu móvil se ilumina. Es tu hija mayor. Tiene doce años. A veces se te pasa por la cabeza que si te preguntaran quién es la mujer de tu vida responderías que es ella. Al menos, es la única por la que has sabido mantener el mismo amor desde el principio. Te asalta continuamente la idea de que no has evitado nada de esto. Te gustaría arrepentirte pero tampoco lo haces.

No esperabas que todo esto te sucediera y ahora vives pendiente de un email, de un teléfono. Todo es tabú. Límites, cosas que no quieres decir. Miedos que vas alimentando solo.

Y, sin embargo, está ahí. Ella en tu vida, tú en la suya.

Cuando te cabreas lo quieres mandar todo a la mierda. Lo intentas. Algunos días no le contestas a un email y tratas de ser más seco. Ya estás mayor para tantas estupideces. Pero te has acostumbrado y la necesitas. Tienes cuarenta años y ella no ha cumplido aún treinta. No es una niña, de acuerdo. Tú tienes dos hijos y una mujer. Ella está a punto de casarse.

Llaman a la puerta de nuevo. Es tu secretaria, que te confirma la cena de hoy. Sonríes y das las gracias. Estás cansado. Sin embargo, agradeces, otro día más, llegar tarde a casa y que nadie te pregunte qué está pasando.

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