Image: El gran escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad

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Letras

El gran escape. Salud, riqueza y los orígenes de la desigualdad

Angus Deaton

8 enero, 2016 01:00

El mayor logro de Deaton es poner en perspectiva la nostalgia ecónomica que se impone en tiempos de crisis

Traducción de Ignacio Perrotini. Fondo de Cultura Económica. Madrid, 2015. 403 páginas, 17'10€

La nostalgia económica puede ser muy atractiva, especialmente a raíz de más de cinco años de crisis financiera y de sus consecuencias. En Estados Unidos, la gente habla con añoranza de mediados del siglo XX, cuando la clase media crecía y la movilidad ascendente era la norma. En Europa y en Japón muchos se remontan a la década de 1980, antes de que naciese el euro y estallase la burbuja japonesa. Incluso en China e India, dos de las economías más dinámicas del mundo, hay quien disfruta rindiendo homenaje a un tiempo en el que la vida no giraba en torno al crecimiento vertiginoso.

El mayor logro de El gran escape, de Angus Deaton (Edimburgo, 1945), es poner en perspectiva toda esta melancolía. Deaton, respetado catedrático de Economía de la Universidad de Princeton, no escatima cuando describe los problemas del mundo, ya sea la desigualdad de ingresos en los países ricos, los problemas de salud en China y Estados Unidos, o el sida en África. Extensos apartados del libro están dedicados a estos problemas y a sus posibles soluciones. No obstante, el mensaje central del autor es profundo, casi gloriosamente, positivo. Según las variables más significativas -cuánto tiempo vivimos, en qué medida estamos sanos y somos felices, qué sabemos- la vida nunca ha sido mejor. Y, lo que es igualmente importante, siguen mejorando.

Sin duda, Deaton es consciente de que muchos lectores contemplarán sus afirmaciones con escepticismo, pero él responde a este escepticismo con amplias y pormenorizadas descripciones de en qué sentido hemos mejorado. La esperanza de vida se ha prolongado un 50% desde 1900 y sigue aumentando; a pesar de la consiguiente explosión demográfica, la calidad media de vida se ha disparado; la proporción de personas que viven con menos de un dólar al día (en términos ajustados a la inflación) ha descendido al 14% desde el 42% de 1981. Incluso aunque la desigualdad se haya desbocado en muchos países, a escala mundial muy probablemente se ha reducido, gracias en gran medida, al ascenso de Asia.

La revolución digital ha permitido a la gente seguir en contacto con amigos y familiares de los que, en otra época, se habría distanciado. La democratización del transporte aéreo, por más vejaciones que conlleve, también ha contribuido. Los mayores avances contra el cáncer y las enfermedades cardíacas se han producido en los últimos 20 o 30 años. Y, aunque Deaton no haga referencia expresa a ello, ha disminuido la frecuencia de casi todas las formas de discriminación. Cuando la gente habla a la ligera de la vida en Estados Unidos después de la guerra, presumiblemente no se refiere a las vidas de las mujeres, los afroamericanos, los gays, las lesbianas, los católicos, los judíos, los mormones, los latinos, los estadounidenses de origen asiático o los discapacitados.

Muchos de nosotros podemos encontrar versiones en miniatura de esta historia en nuestras familias. El abuelo de Deaton volvió de la Primera Guerra Mundial a una mina escocesa y ascendió hasta hacerse supervisor. Su padre, a pesar de no tener estudios secundarios, llegó a ser ingeniero civil y vivió el doble que su progenitor. Mi propio abuelo escapó de los nazis a Nueva York pero sucumbió al cáncer cuando todavía era bastante joven, en 1952. Si la medicina moderna hubiese avanzado tan solo unas décadas más deprisa, mi padre probablemente habría crecido con un padre. Por expresarlo de la manera más cruda, hoy día, la mayoría de nosotros tenemos al menos un familiar o un amigo que no estaría vivo de no ser por las innovaciones de las últimas décadas.

Todavía más impresionante -y, al mismo tiempo, preocupante- es que el progreso no es de ningún modo inevitable. La humanidad ha pasado la mayor parte de su historia sin hacer ningún avance, sin que la vida se prolongase ni los ingresos aumentasen. "Durante miles de años", escribe Deaton, "los que eran lo bastante afortunados como para escapar de la muerte en la infancia se enfrentaban a años de agobiante pobreza".

El "gran escape" del título se refiere al proceso que comenzó durante la Ilustración y que hizo del progreso la norma. Científicos, médicos, hombres de negocios y funcionarios gubernamentales empezaron a buscar la verdad más que a aceptar obedientemente el dogma, y a experimentar. Así fue como Kant definió la Ilustración: "¡Atrévete a saber! ¡Ten el valor de utilizar tu propio entendimiento!". La teoría microbiana de la enfermedad, el saneamiento público, la Revolución industrial y la democracia moderna no tardaron en llegar.

El estilo de Deaton es indefectiblemente accesible al lector profano. En ocasiones se repite (decididamente, no es partidario de la ayuda exterior) o se adentra en asuntos técnicos que no interesarán a todo el mundo, pero El gran escape se une a Getting Better (Mejorando), de Charles Kenny, publicado en 2011, que se centraba en los países pobres, como una de las guías más sucintas a las condiciones del mundo actual. La gran pregunta sin responder es a qué velocidad continuará el progreso. Deaton se declara prudentemente optimista, pero también reconoce que están aumentado los riesgos, el más evidente de los cuales es el calentamiento global.

Más allá del cambio climático, el crecimiento económico ha disminuido y la desigualdad ha aumentado en la mayoría de los países ricos, lo cual ha hecho que las mejoras solo sean modestas para la clase media y los pobres. En Estados Unidos la desviación es tan grave que, en las últimas décadas, a la gran mayoría de sus ciudadanos -el 99% con ingresos más bajos- les ha ido peor que a la gran mayoría de los franceses, a pesar de nuestra fama de dinamismo económico. Mientras tanto, es posible que en China la desaceleración del crecimiento no haya hecho más que empezar, lo cual podría tener como consecuencia la agitación política, incluida la guerra.

Desde una perspectiva histórica, seguramente el proceso más preocupante sea la tendencia a no prestar oídos a la lección fundamental de la Ilustración, y por extensión, del libro de Deaton: los hechos importan, sobre todo cuando chocan con el dogma y con las ideas preconcebidas. Pretender lo contrario tiene consecuencias. El conocimiento -o, lo que es lo mismo, la educación- es el motor de desarrollo más importante de la humanidad. Basándose en los datos, Deaton concluye que la mejora de la educcación es la causa más poderosa del actual auge de la longevidad en la mayoría de los países pobres, incluso más que los ingresos altos. Por ejemplo, un habitante corriente de India no es más rico de lo que era un británico corriente de 1860, pero tiene una esperanza de vida más propia de un europeo de mediados del siglo XX.

Por desgracia, es frecuente que el conocimiento y los hechos estén hoy a la defensiva. Los fundamentalismos de distinto signo impiden que muchos países lleven a cabo su gran escape. En Occidente, la ciencia se sigue rindiendo a veces al dogma cuando se trata del cambio climático, la evolución o la política económica. Las élites, de derechas y de izquierdas, ponen en duda el valor de la educación para las masas y se oponen a los intentos de mejorar las escuelas mientras gastan un sinnúmero de horas y de dólares en conseguir la mejor educación posible para sus propios hijos.

Es verdad que muchos de los grandes problemas de la actualidad, incluido el crecimiento económico, la educación y el clima desafían toda solución sencilla. Pero lo mismo se podía decir, y con más razón, de los siglos de escape de la pobreza y la muerte prematura. Fueron duros y comportaron muchos fracasos. La historia que cuenta Deaton -la más edificante de las historias humanas- debería darnos motivo para el optimismo siempre que estemos dispuestos a escuchar su moraleja.