C-Castro

C-Castro

Letras

entre culebras y extraños

22 mayo, 2015 02:00

Celso Castro

Destino. Barcelona, 2015. 160 páginas, 18€. Ebook: 9,99 €

A veces el crítico llega tarde al conocimiento de algunos escritores que merecen más atención. A mí me ha ocurrido con Celso Castro (La Coruña, 1957), que lleva publicada media docena de libros por los que ha recibido elogios muy cualificados aunque sin llegar al número de lectores que sus obras merecen. Entre culebras y extraños es una novela de indudable calidad artística que por su intensidad y hondura merece la atención de lectores que buscan algo más que mero pasatiempo en un texto narrativo. Porque de un texto, en el más literario sentido de la palabra, se trata en esta novela de ajustadas proporciones en su corta extensión. Un texto en el que un anónimo narrador adolescente cuenta a un interlocutor mudo y también anónimo su traumática experiencia del amor y la muerte en una familia con graves secretos que condicionan el presente.

Entre culebras y extraños resalta ya en el título el ambiente que rodea al narrador y protagonista, un adolescente hiperestésico que no se siente a gusto con nadie, salvo con su amada Sofía, cuyos lazos de sangre condenan al tabú social aquella pasión compartida. Este es el meollo del secreto que el narrador, convaleciente de tuberculosis, quiere contar al destinatario explícito de su relato, ese tú anónimo a quien dirige su narración con apelaciones directas bien dosificadas e intensificadas hacia el final, aunque debería contar con más caracterización para enriquecer el sentido de la novela. Dichas apelaciones cumplen dos funciones esenciales en el proceso de comunicación: la función apelativa para llamar su atención y la fática o de contacto para asegurarse de que la comunicación está funcionando correctamente, además de la función referencial necesaria en toda comunicación.

El texto, construido en forma de monodiálogo en el que solo habla el yo emisor a un tú receptor que no contesta, distribuido en dos partes fluye con naturalidad, con la adecuada puntuación ortográfica, pero sin otras marcas externas habituales, como ausencia de mayúscula en los comienzos de capítulo y en los nombres propios y ausencia de sangrado en los comienzos de párrafo. En estos signos ortográficos se exteriorizan rasgos más profundos de la construcción y sentido de la novela como obra lírica, desde la subjetividad del narrador y protagonista en su descubrimiento del amor y la muerte, primero por el fallecimiento de su padre y después por el amor prohibido de Sofía, hasta la difuminación temporal y espacial (La Coruña, con referencias reconocibles). Destacan la tensión e intensidad estilísticas de la narración, su marcada espontaneidad, con abundantes rasgos de oralidad, y la medida calidad de cada una de las páginas. El narrador ha leído a Schopenhauer, Nietzsche y Kierkegaard, y sabe también reflexionar sobre su estilo cuando lo juzga oportuno: “…y bajé corriendo al salón y me encontré a mi madre -transida de dolor- una expresión que nunca utilizo, pero… en este caso, y por muy rebuscada que la consideres, quizá sea la más adecuada” (pág. 143).

Entre culebras y extraños merece ser leída por su delicada exploración de una conciencia hiperestésica en su atormentado aprendizaje de la vida, entre el amor y la muerte y la conciencia de culpa, con atención a los problemas existenciales vividos por una criatura desvalida en tiempos de libertad sexual y drogas que gravitan en su transición a la vida adulta.