Image: ¿Por qué sobrevive Rafael Cansinos Assens?

Image: ¿Por qué sobrevive Rafael Cansinos Assens?

Letras

¿Por qué sobrevive Rafael Cansinos Assens?

El hijo del escritor y traductor, custodio y divulgador de su obra, glosa la figura de su padre en el cincuentenario de su muerte

4 julio, 2014 02:00

Rafael Cansinos Assens.

Raro, divino fracasado, olvidado, bohemio, maestro de Borges... son algunos de los tópicos en los que anda encasillado el sevillano. Sus fans más exaltados se reservan su literatura más difícil como un secreto que no desean compartir. Escritores menores o de segunda fila, verdadero termómetro de la literatura, vuelven sus cabezas y lo ven ya sentado, entre condescendientes y alegres, en esa segunda fila que ellos suponen que no es la suya. Lo cierto es que la edición que preparé de sus memorias con el título de La novela de un literato situó a Cansinos Assens en el centro de atención de la literatura actual. Quedan todavía en la recámara muchos manuscritos y quince mil páginas de diarios de la Guerra Civil y posguerra.

Vino a Madrid imbuido del impulso romántico y tras la etapa modernista se convirtió en adalid de las vanguardias, alma del Ultraísmo, mientras su obra personal viajaba ya, ajena a cualquier ismo, por un rumbo que nadie ha sabido todavía definir.

Proveniente de familia conversa y con una madre que lo educó en el integrismo católico, dedicó buena parte de su vida, y de su obra, al judaísmo y a las causas de Israel. Como le oí hace unos días al rabí Yerahmiel Barylka, Cansinos alcanzó la zona profunda de las esencias judaicas. Y, sin embargo, nunca quiso encarrilarse en la vía ortodoxa de la conversión. Claro que habría sido la única ortodoxia donde se le hubiera visto. Imposible. Da lo mismo, porque sus amigos judíos le quisieron como a un hermano.

A mediados de los 20 perdió fuelle. Se cansó de dirigir tertulias y revistas. Podía entender que su literatura no tuviera éxito entre el gran público, pero no pudo soportar el ninguneo al que le sometieron sus compañeros de generación. Diego y Larrea fueron sus valedores ante las nuevas generaciones orteguianas. Juan Ramón lo respetaba mucho. Pero eso era poco. La vida literaria, ayer como hoy, se conforma de envidias, odios feroces y un saber colocarse con astucia en las camarillas. Es muy difícil, y el sevillano nunca supo venderse. Borges lo explicó con su concisión habitual: "Nadie menos interesado que él en las maniobras de la literatura. Nadie menos interesado que él en la fama." Se quedó arrinconado en su página de crítica literaria de La Libertad. Otra faceta a la que se le han puesto peros: Borges decía que "veía las intenciones que existían detrás de un libro, o que podían haber existido, y generosamente se las atribuía." Cansinos, que sabía cuándo ejercer, alguna vez había hablado de la prosa "prieta y numismática" del argentino. Luego vino la Guerra Civil, un expediente de depuración y la losa del olvido, pero no cesó su actividad: varias generaciones leyeron a Dostoyevski, Goethe, Balzac, Andreyev, Schiller, las Mil y una noches, el Korán... en sus versiones directas, con biografías y prólogos interpretativos. Estas traducciones también han sido objeto de algunas críticas acertadas, lo que ha permitido corregir errores en las nuevas ediciones que, para sufrimiento de la competencia, siguen vigentes.

Cuando Cansinos se fue pronunció un "no me importa la suerte que pueda correr mi obra", y continuó haciendo literatura. Gracias a la comunidad judía bonaerense, casi sus únicos editores en la posguerra, y a Borges, en los 70 era más conocido en Argentina que en España.

El día 6 un joven poeta sevillano, Mario Álvarez Porro, se viene en autobús de línea de Sevilla a Madrid, comisionado por otros poetas andaluces, para tributar un homenaje a Cansinos en el cementerio donde está enterrado. Llega a la capital a las ocho de la mañana y se vuelve a la capital hispalense a las tres de la tarde, también en autobús de línea.

Mientras los jóvenes se renueven en su admiración, queda Cansinos para mucho rato.