Martín-Caparrós

Martín-Caparrós

Letras

El interior

2 mayo, 2014 02:00

Martín Caparrós

Malpaso. Barcelona, 2014. 688 páginas. 25 euros

Échale valor, lector, que vale la pena: Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957) quiso meter un país entero -la Argentina, nada menos- en una sola obra, y esos esfuerzos no toleran términos medios: un país sólo cabe en un aforismo o en un tocho de setecientas páginas y letra chata. La opción fue la segunda, y el resultado excepcional: El interior, publicado en 2006 y rescatado ahora para el lector español por la impecable editorial Malpaso (cómo me han celebrado el atractivo físico de este volumen todo el tiempo que me ha acompañado de terraza en terraza), es una crónica descomunalmente brillante del viaje de un porteño por toda la Argentina que se extiende más allá de Buenos Aires, siempre con una pregunta en el horizonte. Precisamente: ¿qué es Argentina? O si el lector prefiere: ¿qué es un país, una patria? Es un relato, contestaría yo. Pero hay tanta gente contestando tantas cosas distintas en El interior, y tantas vueltas le da Caparrós al asunto con tanto talento, que no sé de qué sirva mi respuesta.

Ocho años y un magnífico prólogo de Jorge Carrión después de su publicación, cabe preguntarse qué utilidad va a tener una breve reseña española de El interior. Tal vez ésta: explicarle al potencial lector que estas páginas siguen los pasos de un hombre solo a bordo de su coche bautizado Erre, a lo largo de catorce provincias llenas de paisajes, de personas, de teorías sólidas o antropología de barra (según), de conflictos e historia y tentadoras metáforas chuscas. De economía y belleza y bustos de malos padres de la patria. Tal vez, la reseña puede preguntarse, suspicaz, si un país puede caber en un libro cuando éste renuncia a visitar su mascarón de proa, la capital, Buenos Aires; pero es que nada hay más presente en este libro que Buenos Aires, esa pared en la que todo rebota. O tal vez esta reseña pueda servir para citar un pasaje largo que uno querría colgar en Facebook o Twitter (¡seamos radicales!), allá donde vayan a leerlo mis conciudadanos disidentes convergentes o taurócratas: “sobre la noción de esencia se construyeron proyectos detestables, los fascismos: la idea conservadora, tradicionalista, de que, como hay una esencia, debemos recuperarla, volver al pasado donde habría existido.

La noción de esencia supone que hay cualidades inmutables, que no dependen de las circunstancias históricas y que, por lo tanto, no se podrán cambiar. Y que si nos va mal es porque somos así y siempre lo seremos: la idea inmovilista tan brillantemente sintetizada por el maestro Maradona cuando dijo que ‘estamos como estamos porque somos como somos'. Yo prefiero creer en la historia, en lo que cambia todo el tiempo. Y cuando escucho la palabra esencia saco mi revólver”. Pero podría citar medio libro.

La mirada de Caparrós, divertida, ácida, tiene su displicencia, su sarcasmo: puede que eso sea un sello capitalino, pero también de escritor ilustrado. Es un sarcasmo consciente, combativo, que muda de pronto en ternura. La mirada izquierdista de Caparrós: antitelúrica, coherente. El mejor interlocutor de Caparrós es Caparrós mismo: qué memorables pasajes preguntándose cómo contar, cómo escribir, cómo mirar. Y luego, algo importante: El interior es un libro que alienta y quiebra el estereotipo constantemente, no tanto simultánea como alternadamente: he aquí el estereotipo, ahora zurrémoslo. Pero ahora vuelve. Zurremos, pues, otra vez. Y a veces, por variar, dejemos que el estereotipo nos seduzca un poco. ¡Esto es tan interesante, también visto desde la distancia española!

Arrancamos la lectura seguros de saber qué es Argentina, y luego descubrimos esa Argentina panchita (así la llamaría la repugnante displicencia racista y conforme), o esa otra casi brasileña, o esa santera. También hay una idéntica a nosotros, la pobre. Cómo cree saber un español cómo es un argentino, ¿verdad? Cuánta certeza. Pues El interior acaba incluso con la certeza de que existe un hablar argentino: en este libro se escuchan muchos castellanos, todos ellos fascinantes y dispuestos a contar muchas historias. Mucha Historia también. En fin, El interior hay que leerlo.